jueves, 17 de marzo de 2022

Hoy, a propósito de ayer, siguiendo con el "vos"



El acento, los tonos y la entonación son lo que constituyen la prosodia y determinan el ritmo. Eso es lo primero que diferencia el castellano peninsular del castellano de América, donde, podríamos decir, existe algo así como una koiné o lengua común, al menos en lo que respecta a la morfología y la sintaxis. Dicho de otro modo, de este lado del mar no hay leísmo (“le vi”, en lugar de “lo” o “la” vi para el O.D.), no hay superposición de preposiciones (“a por”) y, con las debidas excepciones, los tiempos verbales no se acomodan perfectamente a las definiciones españolas (en muchos lugares se prefiere la perífrases de “ir a + infinitivo” en lugar del futuro imperfecto). Esto hace que en más de una ocasión, los lectores de uno y otro lado del Atlántico se sientan incómodos ante las traducciones que se realizan en España y en América. Y me apuro a señalar que el inconveniente no es –y nunca lo fue, hasta hace relativamente poco, cuando la prosodia terminó por contaminar el resto– el vocabulario, si se exceptúa la perpetua alusión al refranero del que hacen uso y abuso los españoles, cargando la lengua, como diría Borges, con un peso muerto.

Prueba de lo dicho es que no hay rechazo entre los lectores de América respecto de las traducciones de los otros países de la lengua, aun cuando el vocabulario no sea el mismo. Nadie va a inmutarse si en lugar de “palta” alguien traduzca “aguacate”, o si en lugar de “roto” alguien ponga “malogrado” y, en el caso de Chile, donde hoy es norma, nadie va a juzgar a quien escriba “hace mucho tiempo atrás”, aun cuando en otros lugares la presencia del “hace” vuelva redundante el “atrás”. En síntesis, no parece haber problemas graves de comprensión entre la forma en que se escribe (y traduce) en América, así como la hay respecto de lo que ocurre en España.

Todo esto tiene que ver con un problema que, fundamentalmente en Argentina, y acaso por reacción contra las normas españolas, se viene registrando desde hace al menos más de una década: el uso del voseo. La marca es fuerte e implica no sólo un problema léxico sino también morfológico porque al emplear la forma “vos” cambia la morfología verbal de la segunda persona del singular, transformación que, por el desplazamiento del acento tónico produce también una variación prosódica.

No es éste el lugar para establecer cuáles son las razones del voseo, pero conviene recordar que no se limita a un único país. Además de Argentina, está presente en Uruguay y Paraguay (donde se alternan formas mixtas con el uso del “tú” y cruces en la articulación del pronombre y el verbo: “vos tienes”, “tú tenés”), en una parte sustantiva de Colombia (Medellín y casi toda la región paisa), en la mayor parte de Centroamérica. Dicho de otro modo, no es una marca exclusiva de un único país, sino de varios. Pero acaso se hace más evidente en esta región del sur de Sudamérica por la historia editorial y audiovisual de Argentina, respecto de las otras áreas mencionadas.

En el hoy clásico El habla de la ideología, Andrés Avellaneda demostró que la inclusión del voseo en la lengua literaria fue vacilante y tardía. Para la década de 1960, sin embargo, el problema ya se había superado y muchos escritores argentinos empezaron a escribir como realmente se hablaba. Y luego, tímidamente, los traductores se animaron a seguir ese ejemplo. Es emblemático el caso de la Editorial Tiempo Contemporáneo, dirigida por Ricardo Piglia, quien alentó la política de traducir empleando el voseo y, ya para los años setenta, había muchos textos que manejaban esa variante. Sin embargo, nunca fue excluyente y siguió habiendo traducciones en las que la segunda persona del singular continuaba siendo “tú”, con la correspondiente adecuación de la persona verbal.

Con todo, en las últimas décadas, ha crecido, como puede leerse en la entrada de Jorge Aulicino del día de ayer, en este mismo blog, la tendencia, muy presente sobre todo en los traductores jóvenes, a utilizar el voseo en lugar del tratamiento de “tú”. Y hay ahí una clara marca generacional, si no una reacción manifiesta contra los modelos de traducción que, por razones nada literarias y sí comerciales, nos llegan desde España.

La cuestión está lejos de ser saldada. Pero nos lleva a otros problemas. Enumero dos: el primero es establecer una marca prosódica fuerte del castellano de Argentina respecto del castellano del resto de América, quebrando de algún modo la ilusión de “lengua común” con la que nos hemos manejado hasta ahora; el segundo, añadir una marca vivida como exótica por el lector.

Respecto de esto último, en más de una ocasión critiqué pensar a Madame Bovary como la Señora Bovary, justamente porque se trata de la hija de un chacarero normando y no de una comadre de Pontevedra. Que Emma siga siendo “Madame” es una forma de recordarle al lector que los hechos no suceden ni en Madrid, ni en Montevideo, sino en Normandía. Mi pregunta entonces es si acaso el voseo no tiene el mismo efecto cuando la acción transcurre, por ejemplo, en Chicago o en Londres

Jorge Fondebrider

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