El argentino Alejandro Ariel González es uno de los grandes traductores del ruso al castellano. Acaso por su conocimiento de esa cultura, fue entrevistado por Fernando García, para La Nación, el pasado 28 de febrero.
“Si Dostoievski viviera creo que
estaría más cerca de la postura de Putin”
“Memorias del subsuelo es el libro en donde por primera vez se despliega la conciencia moderna”, dice Alejandro Ariel González (Buenos Aires, 1973) pocos meses después del bicentenario del nacimiento de Fiódor Dostoievski en el Hospital de Pobres de Moscú mientras sigue con preocupación los sucesos de la incursión rusa en Ucrania. González es quien tradujo por primera vez a Dostoievski al español en Latinoamérica después de haber perfeccionado el idioma ruso en Petrozavodsk y de terminar viviendo por ocho años en San Petersburgo, donde conoció los pliegues de la lengua eslava y a la que sería la madre de sus hijos. Sus traducciones de El Doble (Eterna Cadencia) y Memorias del Subsuelo (Colihue) lo hicieron quedarse en 2020 con el premio Guerrero de Oro otorgado por el Foro Eslavo de las Artes y forma parte activa de la Sociedad Internacional Dostioevski.
La Nación entrevistó a González para tener una dimensión cultural de la guerra y entender, desde los clásicos de la literatura, la idiosincrasia detrás del poder político ruso.
–Usted comprendió los textos rusos de manera cabal tras ocho años viviendo en San Petersburgo. ¿Esa experiencia le da una perspectiva distinta para entender la decisión de Putin?
–Sí, hay que empezar por descifrar ciertos malentendidos desde la mirada puramente occidental. Nuestro sentido común desde la escuela primaria está basado en la idea liberal del poder y eso lo tomamos de manera natural. Cuando se dan situaciones como la que estamos viviendo, uno tiene a mano, para interpretarlas, aquello que aprendió, pero eso no siempre es aplicable a otras culturas; por ejemplo, Rusia es una nación sin la experiencia de la democracia liberal burguesa que surge de la Revolución Francesa, en Inglaterra antes, y que se configuró en Europa entre los siglos XVIII y XIX. La democracia no es una práctica social para los rusos en los términos en los que la definía Tocqueville. Y hay que ver hasta qué punto lo es para nosotros, pues los caudillismos en América Latina se corresponden más con la tradición verticalista del poder que tienen los rusos. Hay algo de la dominación carismática, como dice Weber, que está presente en nuestras sociedades. Sobre eso se puede moralizar y decir que son sociedades «atrasadas» o bien tratar de entender tradiciones culturales e idiosincrasias en su especificidad. El problema acá es que no tenemos a mano las categorías para pensar por qué Rusia es así. Muchos análisis parten de aquello que Rusia no es, parecen querer responder a la pregunta: ¿por qué Rusia no es Francia?, es decir, por qué Rusia no es aquello que creemos que debería ser. Bueno, ese es un problema de la historiografía occidental y es un mal punto de partida. Esto no quiere decir que haya que adoptar una posición pro rusa, pero sí que para entender la concepción rusa del poder hay que estudiar y conocer su historia.
–Dostoievski fue un autor incómodo tanto para el zarismo como para la Unión Soviética. ¿Qué nos dicen sus textos sobre la Rusia de Putin que abarca todo el siglo XXI?
–Es una pregunta interesante porque entre los académicos que se especializan en su obra y con los que mantengo contacto surgió un poco esta idea de qué estaría diciendo o cómo se pronunciaría Dostoievski frente a este conflicto. Una especialista serbia radicada en Australia señalaba sin dudarlo que Dostoievski estaría condenando el ataque de Putin a un pueblo eslavo hermano. Y salió a responderle otra de Moscú, con una mirada más conservadora, diciéndole que no, que muy por el contrario, Dostoievski estaría defendiendo estas acciones porque sería consciente del peligro que tiene para Rusia una OTAN desplegándose en sus fronteras. Y el asunto es que Dostoievski es un autor tan complejo que da para múltiples interpretaciones. Es cierto que en su obra encontramos una defensa de la vida por sobre todas las cosas, pero no menos cierto es que en Diario de un escritor apoyó la guerra contra Turquía y criticó a Tolstói porque al final de Anna Karenina un personaje mira con indiferencia la guerra en los Balcanes y Dostoievski le critica que no haya tomado partido por la causa eslava.
–Usted señala que Memorias del subsuelo es un texto fundante de la modernidad. ¿Qué nos está diciendo Dostoievski sobre la discrepancia de fondo entre la forma de hacer política de Putin y la de la Unión Europea?
–Es solo un ejercicio casi lúdico, pero si Dostoievski viviera hoy creo que estaría más cerca de la postura de Putin, por lo menos el Dostoievski polemista. Lo imagino manifestándose así en un blog, por ejemplo. Pero el polemista muchas veces entraba en tensión con el escritor. En Dostoievski se pueden encontrar señales de todo. Estaría criticando la hipocresía occidental como ya lo hizo en Apuntes de invierno sobre impresiones de verano y Memorias del subsuelo. Entiendo que apelaría a la verdad ortodoxa y vería en la Unión Europea a una sociedad decadente que es un poco el discurso de los sectores conservadores rusos.
–¿En que personajes de la literatura clásica o el ensayo ruso diría que puede espejarse una figura paternalista como la de Putin?
–Bueno, la figura del zar es abordada con rasgos paternalistas en la literatura rusa según la actitud más o menos crítica de cada autor respecto del sistema. Hasta (Aleksandr) Pushkin, la única forma de escribir sobre el zar era a través de la oda. Ese era el único registro posible. En el siglo XX, los propagandistas del «realismo socialista» también ponían a Stalin en el lugar de «padrecito».
–Dada su experiencia de vida en San Petersburgo y su comprensión de una lengua tan distinta de las occidentales, ¿qué rasgos de la idiosincrasia rusa cree que Putin reúne o ha explotado para concentrar tanto poder?
–Yo creo que muchos, siempre que entendamos la idiosincrasia como el producto de la experiencia histórica y social de una nación. En Rusia hay una conformación vertical del poder desde su propia concepción como Estado. No hay que olvidarse que todos, en la parte Europea del Imperio ruso, eran esclavos del zar, mientras que en los otros países entre los individuos y la monarquía mediaban instancias sociales como la del gremio o la iglesia. Occidente vivió muchos siglos con dos poderes ejecutivos, por decirlo así: para ser rey había que tener la bendición del Papa. Rusia, en cambio, hereda la tradición bizantina donde la iglesia quedó subordinada al poder político y el zar era al mismo tiempo la cabeza del poder religioso y del poder político. Eso dio forma al decisionismo político. El poder no hay que legitimarlo, como en Occidente; el poder se ejerce, es una práctica. Putin viene de esa tradición. No es casual que diga que la última vez que Rusia intentó horizontalizarse —en los años 90— terminó casi en la disgregación social. Rusia no tiene una historia de partidos políticos, pero sí de figuras fuertes, que acumulan mucho poder. Eso implica un modo distinto de practicar la política, de generar lealtades, de resolver conflictos. En ese sentido Putin representa la concepción del poder rusa aggiornada a los tiempos secularizados de hoy.
–¿De qué manera aparece Ucrania en la literatura rusa y cómo se integraba en la vida de todos los días mientras usted vivía en San Petersburgo?
–Ucrania aparece en la literatura rusa de varias maneras, hasta cuesta separarlas a veces. Los primeros textos que en lengua rusa reflejan el folklore ucraniano son los de un escritor de principios del siglo XIX llamado Órest Sómov, de origen ucraniano. Él llevó toda la idiosincrasia rural de Ucrania a la lengua rusa. Las fronteras nacionales, en este caso, no se corresponden con el folclore de uno y otro país, que tienen muchos puntos en común. Y luego viene Gógol, también ucraniano, que lleva a la lengua rusa muchos relatos folclóricos estilizados. También tenemos a Bulgákov. Si se lee la novela La guardia blanca, que yo traduje para Libros del Zorzal, uno se entera de cómo Kiev fue disputada entre los bolcheviques, los anarquistas y los blancos en los años de la Guerra Civil. Salvando las distancias y las escalas, es como buscar diferencias entre las culturas uruguaya y argentina. Mientras viví y trabajé en San Petersburgo, ser ucraniano no era una cuestión de afirmación nacional. Alguno de mis alumnos de español podía decir «nací en Járkov» como si aquí dijera que vive en Buenos Aires pero nació en Montevideo o Rosario. La mayoría de los ucranianos hablan ruso o sus familias están mezcladas. He tenido alumnos nacidos en Kiev que no hablaban el ucraniano y se sentían rusos nacidos en Ucrania, de hecho.
–¿Cree que el anhelo expansivo de Putin es compartido por los rusos de a pie más allá del uso de las armas? ¿Hay, en efecto, una nostalgia del estilo de vida del poder de la URSS?
–Yo no usaría la palabra expansivo. No estoy defendiendo su accionar, sino interpretándolo. Desde la mirada de los rusos, el país siempre se ha pensado como un imperio terrestre (recordemos que tardó siglos en tener salida al mar). Eso también le dio molde al pensamiento: el apego a veces atávico a la tierra que se encuentra en muchos escritores rusos, incluso en el mismo Dostoievski (Borges hablaba de los escritores de la estepa). Es un sesgo que se puede contraponer a los imperios marítimos, desde Grecia a Inglaterra. Rusia sí fue un imperio expansionista durante siglos y esto tenía que ver con proteger sus fronteras de las invasiones: tártaros, polacos, franceses (Napoleón), alemanes (Hitler). Esto está en el fondo de la psicología colectiva del país y por eso siempre han pensado que necesitan un cordón defensivo de países que respondan a sus intereses. Desde su doctrina fundacional, Rusia necesita eso. Putin decía esto mismo la semana previa al ataque, cuando hablaba de la posibilidad de que se emplacen misiles nucleares en la frontera con Ucrania. Rusia no está en condiciones económicas, políticas, ideológicas y hasta demográficas de recrear la Unión Soviética. Putin es el primero en saberlo. Para mí, su objetivo es tener a Ucrania y Bielorrusia mediando con el resto de Europa. Este es su modo de responder a lo que percibe como una amenaza sobre la seguridad nacional. Claro que esta guerra, lamentablemente, va a dejar heridas de décadas porque los pueblos ruso y ucraniano son dos pueblos hermanos. En cuanto al apoyo de la gente, creo, por lo que se está viendo en las redes sociales, que está dividido entre la capa intelectual o académica de Moscú y San Petersburgo, que es más liberal y está en contra de Putin y de la guerra, y un sector más grande de conservadores y nacionalistas, que está de acuerdo, aunque sin efervescencia patriótica y con mucha consternación, porque comprenden que la situación es penosa y que los ucranianos no son enemigos.
Me parece que González, con el debido respeto como se dice ahora, subestimas la diferencia entre argentinos y uruguayos. A menos que los argentinos sean entrerrianos.
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