lunes, 28 de marzo de 2022

"Nada que remita a la distancia y la extranjería"


Desde el pasado 16 de marzo hasta hoy, una serie de traductores ha expuesto sus puntos de vista a propósito de la utilización del tuteo y del voseo en sus traducciones al castellano. Hubo todo tipo de argumentos a favor y en contra, y como no puede ser de otra manera, una serie de interrogantes que quedan flotando a la espera de futuras respuestas. Participaron de la discusión los traductores argentinos Jorge Aulicino, Andrés Ehrenhaus, Alejandro González, Mariana Windingland, Inés Garland, Edgardo Scott y Jan de Jager, además del Administrador de este blog. Y hoy, González plantea un final abierto, que suma a lo dicho en su entrada anterior.

A modo de coda

Simplemente para agregar complejidad a algo ya de por sí complejo: si, en términos generales y con algunos matices, quienes hemos intervenido en este intercambio estamos de acuerdo respecto de las causas y los efectos estéticos del (no) uso del voseo y el tuteo en la literatura y el cine (con doblaje o subtítulos), no debemos perder de vista lo que sucede en el arte de al lado: el teatro. Según relevé en 2017 entre varios destacados y no tan destacados directores teatrales argentinos, en los escenarios de Buenos Aires hace mucho ya que los actores vosean cuando actúan piezas extranjeras. Mi sondeo fue parcial, de modo que ignoro cuán representativo sea. Como fuere, me parece un fenómeno notable: el espectador que el jueves no perdonaría el uso del “vos” en una película polacadoblada, ni el viernes en una serie coreanasubtitulada que sigue por Netflix; el lector que el sábado se incomoda por el uso del voseo en unos cuentos húngaros de principios del siglo XX; ambos, el domingo, se entregan gustosos al voseo en una representación teatral de una obra francesa en el centro de la ciudad. Acaso ni siquiera se den cuenta. ¿Será la dimensión performática del teatro, ese aquí y ahora, esa inigualable inmediatez que lo define? Después de todo, si estamos en Buenos Aires, los espectadores y los actores somos argentinos y nos hemos convocado aquí, no hay imágenes ni sonidos que remitan a la distancia y la extranjería (mujeres perfectamente blondas, multitudes de ojos rasgados, paisajes nevados, articulaciones imposibles, calles limpias y desconocidas),¿por qué no usaríamos el voseo?

Ahora bien: es muy probable —casi seguro— que la traducción del texto que el director lleva a escena sí haya utilizado el tuteo y no el voseo. Así pues, cuando el director adapta la pieza, no solo toma decisiones composicionales, sino también lingüísticas: una obra traducida aun castellano “ecuménico” (como piden los editores), si quiere ser creíble, deberá ser intervenida y sonar distinto (la voz la obliga) en los escenarios de Lima, Santiago, Bogotá, Barcelona, México, Málaga, Asunción.(Por suerte, los directores teatrales se toman todas las libertades del caso y descomprimen la tarea del traductor, tornando obsoletas las tribulaciones de este acerca de evitar cacofonías, tener en cuenta que lo que escribe será pronunciado en voz alta, etc.).

¿Será una localización per se del teatro la que explique este fenómeno? Si así fuera, ¿dónde orbitan el cine y la literatura?

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