Sobre el voseo en traducción
1
Del célebre diálogo entre Iván Karamázov y el diablo:
“—Escuchá —se levantó de pronto Iván Fiódorovich—. Me siento como en un delirio… eso es, en un delirio… mentí todo lo que quieras, ¡me da igual! No me pondrás frenético como la otra vez. Solo siento algo de vergüenza… Quiero caminar por la habitación… A veces no te veo y ni siquiera oigo tu voz, como la otra vez, pero siempre adivino los disparates que soltás, ¡porque soy yo, yo mismo quien habla, y no vos! Lo único que no sé es si la otra vez te vi en sueños o despierto. Mojaré una toalla y me la pondré sobre la cabeza, y a lo mejor desaparecés. […]
—Me gusta que directamente nos hayamos tratado de vos —dijo el visitante—.
—Imbécil —rio Iván—, ¿qué, te iba a tratar de usted? Ahora estoy alegre, solo me duele la sien… y aquí arriba… Pero, por favor, no te pongás a filosofar como la otra vez. Si no podés marcharte, inventá algo alegre. Contá chismes, ya que sos un parásito, contá chismes. ¡Qué tenaz esta pesadilla! Pero no te temo. Te venceré. ¡No me encerrarán en un manicomio!
—C’est charmant eso de «parásito». Y en efecto ese es mi aspecto. ¿Qué soy en la tierra sino un parásito? Por cierto, te escucho y en parte me asombro: a fe mía que ya empezás a tomarme un poquito por un ser real, y no solo por un producto de tu fantasía, como porfiabas la otra vez…
—¡Ni por un instante te tomo por una verdad real! —gritó Iván hasta con cierta ira—. ¡Sos una mentira, sos mi enfermedad, sos un fantasma!”
Todo indica que aún deberá pasar cierto tiempo hasta que los lectores argentinos y de otras áreas voseantes de América Latina leamos así este fragmento.
Los que traducimos para editoriales argentinas ya sabemos casi «por defecto» que la segunda persona del singular que deberemos emplear en nuestras traducciones será el «tú». Lo sabemos incluso a tal punto que solo en contadas ocasiones dicho criterio se hace explícito en el diálogo con el editor. La razón, a primera vista, parece obvia: este último quiere ejercer su legítimo derecho a ganar dinero con sus libros y a colocarlos en otros mercados, donde el «voseo» sería resistido. Por el mismo motivo, el uso del «ustedes» para la segunda del plural es otro criterio tácito; el «vosotros» solo se utiliza en la península, y además al oído latinoamericano suena ya anticuado, forzado, «bíblico» o, en el mejor y más neutro de los casos, simplemente eso, peninsular. En breve: con alguna excepción, un libro con «tú» (sin «vos») y con «ustedes» (sin «vosotros») caminará bien en cualquier país de habla hispana (los habitantes de zonas voseantes aceptaremos sin más el «tú» y en España difícilmente los lectores huyan espantados al no encontrar el «vosotros»).
Sin embargo, la cuestión no se agota en la mera estrategia comercial de las editoriales. En Argentina, zona voseante por excelencia, los lectores, al parecer, también nos mostramos reacios a admitir el voseo en literatura traducida, en especial si se trata de obras clásicas. Algo suena mal, algo molesta si los personajes de Flaubert, Henry James, Thomas Mann o Mijaíl Bulgákov se tratan de «vos», con los correspondientes cambios en las formas verbales. Es interesante plantearse qué motiva ese recelo. ¿Acaso el voseo sigue ocupando en nuestro subconsciente un sitio asociado con lo «no normativo», con el habla «no sancionada», con un registro coloquial por oposición a uno escrito, académico, «culto»? ¿O será el simple peso e inercia de la costumbre, y bastaría tan solo que una generación de voseantes leyera a los clásicos con «vos» para subsanar el asunto?
2
Quizás, en los pliegues de nuestro argentino inconsciente colectivo, el uso del voseo no seguirá siendo visto como algo no normativo. En 1925 Borges escandalizó con la traducción de un pequeño fragmento del Ulises en el que introdujo el voseo; en el contexto de la disputa por una «lengua nacional», aquel gesto era de una audacia sin precedentes.1 Sin embargo, el propio Borges no regresó jamás al voseo en su labor posterior como traductor. Cortázar hizo gala del voseo en su narrativa, pero no en sus traducciones. Sabemos que apenas en 1982 (¿coletazo de la Guerra de Malvinas?) la Academia Argentina de Letras «bendijo» el uso del voseo, «siempre y cuando se conserve dentro de los límites que impone el buen gusto, esto es, huir tanto de la afectación cuanto del vulgarismo». Así pues, la tradición no le juega a favor a esta forma.
Hoy pareciera haber una línea divisoria en el uso del voseo en literatura: los escritores argentinos pueden —y deben— vosear, de lo contrario suenan raros; una historia narrada por una joven de, pongamos, treinta y cuatro años, que transcurre en Buenos Aires, con personajes netamente porteños, no funciona con el «tú». Por su parte, una obra traducida, ambientada en Roma, Estambul o Helsinki, y poblada de personajes autóctonos, pide el «tú». (Digo «en literatura», pero no sé si no cabría decir lo mismo respecto al cine; una película con Ricardo Darín haciendo de «chanta» porteño no se sostendría si hablara de «tú», pero sería interesante ver qué ocurriría —porque entiendo que casi nunca ocurre— si en Argentina se doblara o subtitulara con voseo: ¿los espectadores sentiríamos algo extraño si oyéramos o leyéramos a Robert De Niro diciendo: «Poné el dinero sobre la mesa, agarrá la bolsa y andate»?).
En un taller de traducción del que estoy a cargo se presentó la siguiente situación: trabajando sobre un cuento ruso de finales del siglo xix una alumna usó el «vos» y otra el «tú», sin ninguna instrucción ni recomendación previas. Los argumentos en cada caso son más que atendibles; por el voseo: «si así es como hablamos», «es lo más natural», «me sale así», «me suena raro el tú»; por el tuteo: «me suena más literario», «el vos me hace ruido, no queda bien, es muy coloquial», etc. Esto en un ejercicio de traducción, no en una negociación con una editorial, lo que abona mi hipótesis de que detrás de este fenómeno hay algo más que una mera cuestión comercial.
Bien mirados, estos argumentos, al igual que los que señala Juan Sasturain para el mundo del doblaje en el cine, parecieran atañer a la función mimética del arte. Si este debe «reflejar» o «reproducir» la realidad, entonces dos franceses tomando una copa de vino en Marsella no pueden tratarse de «vos» como lo harían dos argentinos tomando mate en La Rambla de Mar del Plata, ya que sería algo inverosímil (tan inverosímil, claro, como que lo hicieran de «tú» cual dos limeños bebiendo pisco de cara al Pacífico). Ahora bien, si se acepta que el arte crea una realidad, que es un discurso dotado de esa facultad, es decir, si no le pidiéramos que fuera fidedigno, sino que nos remontara a otros mundos posibles, también tendríamos un problema: el «vos» acercaría peligrosamente aquel mundo ficcional a nuestro mundo cotidiano (el «usted», por algún conjuro, no lo hace).
Como vemos, no se trata de argumentos, sino de efectos, emociones y convenciones.
3
El uso del voseo en la literatura argentina estuvo ligado, claro, a la conformación de una identidad lingüística y literaria. Como señaló Ernesto Sábato en El escritor y sus fantasmas (1964):
“El joven escritor de Buenos Aires se encuentra, apenas comienza a escribir, con un gran problema vinculado a todo esto que acabo de examinar; algo mucho más importante que el mero problema de nuestra propia modalidad lexicográfica (tema que ni siquiera merece ser discutido): el problema del voseo. El voseo está hecho sangre y carne en nuestro pueblo, y no sólo en las capas inferiores de la sociedad […], sino en la casi totalidad de nuestro pueblo. ¿Cómo no emplearlo en nuestras novelas o en nuestro teatro? El autor de ficciones no debe sacrificar jamás la verdad profunda de su circunstancia, y el lenguaje que debe emplear es el lenguaje en que su gente ha nacido, ha sufrido, ha gritado en momentos de desesperación o de muerte, ha dicho las palabras supremas de amistad o de amor, ha mezclado con sus risas o sus lágrimas, con sus desventuras y sus esperanzas.”
En traducción, sin embargo, y por lo que uno colige cuando conversa con editores, el no uso de este pronombre personal está naturalizado; una minoría, no obstante, lo problematiza y lo siente como una concesión, como un sacrificio impuesto por las reglas del mercado y la costumbre. Hay unos pocos, por cierto, que sí emprenden traducciones voseantes.
¿Es una pérdida o una ganancia que los argentinos leamos traducciones con «tú»?
Si de lo que se trata es de afirmar el «ser nacional», el «tú» debería ser visto como una sumisión a formas ajenas, como un lastre dictado por una tradición de la que convendría deshacerse.
Si, como decíamos en la entrada anterior, al arte le pedimos fidelidad a lo «real», entonces el «vos» debería ser la forma escogida, ya que «así es como hablamos» y el «tú» suena artificial y afectado en la comunicación cotidiana.
Ahora bien, el problema es que esa «realidad» excede los intercambios cotidianos o, para decirlo con más pompa, está constituida por «juegos de lenguaje» (Wittgenstein). En esa realidad en la que vive el lector argentino, los personajes de novelas europeas se tratan de «tú», no de «vos», y esa es la expectativa cuando se lee un libro o se mira una película. Aquí lo «inverosímil» queda invertido: lo normal/real es la convención del arte y no el habla de la calle. Vale decir, el argentino que se encuentra con una novia una hora antes del comienzo de una película hablará con ella, por supuesto, de «vos»; mirarán juntos una película con «tú» y luego la comentarán hablando entre ellos de «vos». Es un continuum de realidad, de juegos de lenguaje; lo disruptivo sería que la novia lo tratara de «tú» o que Schwarzenegger dijera: «¡Eh, vos, vení acá!». Por tanto, la realidad lingüística de los argentinos incluye dos pronombres para la segunda persona del singular allí donde la mayoría de los hispanohablantes cuenta con uno. Por caso: para el lector español o venezolano, Raskólnikov y Sonia Marmeládova hablan entre sí como lo harían dos compatriotas, con un muy natural «tú»; para los argentinos, hablan en una lengua «otra», ficcional, literaria. Podría pensarse que el «tú», en nuestras tierras, contribuye a acentuar el efecto de extrañamiento propio del buen arte.
Llegados aquí, esta especificidad de la lengua de traducción —que no de la literaria— nos permitiría plantear una pregunta de mayor calado: ¿es cierto que Argentina es un país estrictamente voseante? ¿El uso pasivo del «tú» en literatura y cine no vendría a socavar esa idea?
Excelente
ResponderEliminarInteresantìsimo el tema. Tan abarcativo de la multiplicidad de variables implìcitas en estas consideraciones, desde du origen jeràrquico en la monarquìs española, hasta el costumbrismo geogràfico americano. ¡Tamaño problema para el traductor poder instrumentarlas !
ResponderEliminar"La razón, a primera vista, parece obvia: este último quiere ejercer su legítimo derecho a ganar dinero con sus libros y a colocarlos en otros mercados, donde el «voseo» sería resistido."
ResponderEliminarHay un estudio sobre el tema donde estrevistaban a gente del mundo editorial y era más o menos así:
- No, si traducimos usando "vos" no se puede exportar.
- Ah. ¿Y exportan mucho?
- No, la verdad que no exportamos...
Acá está, página 156 “Por un dólar entregan a su mamá”: sobre la exportación y el español en la traducción editorial argentina
Eliminarcontemporánea
https://ieslvf-caba.infd.edu.ar/sitio/revista-lenguas-vvas/upload/Lenguas_Vivas_13_corregido_el_15.3.2018.pdf
La exportación no es un problema dialectal sino económico: los españoles exportan traducciones hiperlocalizadas con pasmas, maderos y resulta cansado.
Muy interesante...
ResponderEliminarEstoy traduciendo un libro y acabo de enviar algunas consultas a la autora. En mi caso, no hay lugar para voseo porque es español de EE. UU. así que será "tú" o "usted".
Lo atrapante es que mi consulta "forzó" a la autora a repensar vínculos entre sus personajes. Hay algunos que se tratarán de "tú" entre ellos. Otros usarán el "usted". Algunos usarán el "usted" primero, pero luego pasarán al "tú": 1) porque se harán amigos 2) porque se harán enemigos. Varios de estos grises no los brinda el inglés con los pronombres (al menos).