domingo, 14 de junio de 2009

Aprender el propio idioma

A continuación se transcribe un breve fragmento de un artículo del periodista, crítico y escritor español Guzmán Urrero, publicado en el blog Cine y Letras, el 24 de febrero de 2007, donde se refiere una charla pública entre el escritor estadounidense Paul Auster y el editor español Jorge Herralde, que tuvo lugar el 16 de junio de 2003. El texto puede ser consultado en su totalidad en http://www.guzmanurrero.es/index.php/Literatura/Cara-a-cara-con-Paul-Auster.html.

Cara a cara con Paul Auster

Cuando Herralde le recordó su actividad como traductor, Auster tomó la pregunta como una escala ascendente de pasiones. Mientras hablaba, el novelista fue mezclando los detalles autobiográficos con reflexiones acerca del oficio literario. “Recuerdo haber leído esta frase de Ezra Pound: una de las mejores cosas que puede hacer un joven poeta es dedicar parte de su tiempo a la traducción. Sin duda, ha sido éste un ejercicio que me ha ayudado mucho a encontrar mi identidad literaria. Desde luego, traducir es una labor sumamente difícil. No obstante, resulta diferente a escribir un poema original. La presión se alivia, y ello favorece el aprendizaje sobre el propio idioma, sobre el significado de las frases y el hecho de escribir. Por eso es tan útil para el principiante, para quien trata de buscar su camino y aún no ha descubierto con exactitud aquello que desea expresar. De otra parte, la traducción es un ejercicio absorbente y minucioso. Tomar un texto, deconstruirlo y luego remontarlo implica una experiencia muy intensa de la actividad literaria. En mi caso, descubrir y traducir a los surrealistas durante la década de los sesenta −un periodo sin duda agitado en los Estados Unidos− supuso tomar como modelo su radical postura sobre el sueño, la política y el arte”.
Créanme, era curioso oír hablar de traducciones dentro un contexto como el estadounidense, un tanto reacio a difundir los hallazgos descubiertos en otras lenguas. Así lo entendía Auster: “En mi país –señaló– hubo un periodo en que proliferaron las versiones de obras extranjeras, pero esto ha decaído. Hace unos diez años, escuché un comentario de lo más hilarante sobre el tema. La noticia apareció en un noticiero de la televisión. En un pueblo de Alabama, las autoridades habían decidido eliminar de los planes de estudio la enseñanza de lenguas foráneas. Como el tema era llamativo, un equipo de reporteros se trasladó a aquel lugar, para recoger la opinión de sus habitantes. Preguntado por el periodista, un ciudadano respondió: ‛Está bien que nos quedemos sólo con el inglés. Si esta lengua le vale a Jesucristo, también es suficiente para mí’. Este hombre, claro está, no entendía de que su Biblia también estaba traducida. Y así van las cosas… A decir verdad, todo lo que sabemos acerca de la literatura se lo debemos a la traducción”.

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