martes, 2 de junio de 2009

Un problema de origen


Traducir de originales inexistentes

El siguiente texto de Jorge Fondebrider forma parte de un artículo más largo sobre la idea de impersonalidad y personificación en la poesía contemporánea. El texto se ilustra con un cuadro de Carlos Masoch.

Entre todos los géneros literarios, acaso la poesía sea el que mejor permita la creación de textos apócrifos. A lo largo de la historia ha habido cientos de casos. A tal punto que el recurso se ha extremado llevando a muchos autores a la práctica de la traducción de originales inexistentes.
Un rápido recuento –que no se propone exhaustivo– podría comenzar en el siglo XVIII, cuando, preanunciando el advenimiento de la época romántica, el escocés James MacPherson (1736-1796) conmovió a toda Europa con el ciclo, supuestamente anónimo, atribuido a Ossian, legendario bardo y guerrero del siglo III a. de C., hijo de Fingal o Finn. Unos años más tarde, el poeta irlandés James Clarence Mangan (1803-1849) —traductor del francés, del alemán y de otras lenguas europeas—, “tradujo”, sin conocer el gaélico, poemas escritos en esa lengua a partir de presuntas versiones en prosa realizadas por sus amigos. Su reputación como traductor hizo que las falsas traducciones de Mangan plantearan la duda entre sus críticos sobre la existencia de un original. Según él su trabajo era “la antítesis del plagio”. Para su compatriota Michael O'Loughlin, “sus así llamadas “traducciones” fueron, de hecho, poemas originales y poderosos, seguramente la mejor poesía escrita en inglés en ese siglo por un irlandés”.
Ya en pleno siglo XX, los ejemplos abundan. En los años sesenta, por ejemplo, el argentino Juan Gelman produjo una serie de “traducciones” de poetas imaginarios. El inglés John Wendell, el japonés Yamanokuchi Ando y, algo más tarde, el estadounidense Sidney West escriben la poesía que Gelman “traduce” a partir de originales inexistentes. En julio de 1971, respondiendo a una entrevista, el poeta señaló: “Fue para extrañarme (lo digo en el sentido brechtiano) de algo que me estaba ocurriendo porque mi poesía se estaba volviendo muy íntima”. Más adelante, Gelman tradujo y adaptó un enorme cuerpo de poesía de poetas judíos del pasado. En cierto sentido, hizo con ellos sus propias máscaras a la manera de Ezra Pound.
El poeta estadounidense Kenneth Rexroth, por su parte, también inventó a una poeta contemporánea a la que tradujo: Marichiko, cuyo nombre, según Rexroth, “es el seudónimo de una joven mujer contemporánea que vive cerca del templo de Marishi-ben, en Kyoto”. Por unos cuantos años se creyó en su existencia real hasta que, a la muerte de Rexroth, se comprobó que se trataba de un engaño. Otros poetas también sintieron la fascinación del Oriente. Entre otros, el argentino Alberto Laiseca fraguó una antología de “poemas chinos”, escritos según los distintos modos tradicionales de composición desde la dinastía Ming hasta la Revolución Cultural; a su vez, John Peck inventó a Hi Lo, un estudiante chino de medicina que, radicado en Zurich, escribió y tradujo poemas de Brecht, Oskar Vladislav de Lubic Milosz, Paul Celan, Vladimir Holan y otros, más tarde reunidos en Poems & Translations of Hi-Lo.
Para concluir una lista que podría abarcar muchas páginas, se mencionan los casos del Songbook of Sebastian Arrurruz, un poeta español que —según su inventor y biógrafo inglés Geoffrey Hill— vivió entre 1868 y 1922 y el importante corpus apócrifo de poesía griega y latina que el poeta español José María Álvarez “tradujo” en su libro La edad dorada para dotar a su ciudad natal de un abolengo del que carecía.

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