jueves, 11 de junio de 2009

Memoria de Raúl Gustavo Aguirre, traductor


Además de poeta, ensayista y, a través de la revista y editorial Poesía Buenos Aires, animador cultural, el argentino Raúl Gustavo Aguirre (1927-1983) fue un excelente traductor. En este sentido, la antología de la poesía francesa publicada por él para el sello de las Librerías Fausto, así como sus inmejorables versiones de Mallarmé –acaso no superadas en castellano– son magníficos ejemplos. En agosto de 1982, convocado por la revista Xul –cuya colección completa puede ser consultada en http://escholarship.bc.edu/xul/ –respondió a una encuesta sobre la traducción de poesía, en la que también participaron César Aira, Ralmón Alcalde, Rodolfo Modern y Raúl Vera Ocampo. A continuación y por cortesía de Silvia Camerotto, las respuestas de Aguirre.

Encuesta sobre la traducción poética

¿Qué significa para usted el concepto de "traducción”? ¿Trabajaba a partir de alguna posición teórica previa a la traducción poética?
Para mí, "traducción" –en el caso de un texto poético– significa "versión". Una versión que sea el "equivalente estético" más cercano posible del original. Una versión es además –y en primer lugar– una lectura: la aprehensión de un texto y su interpretación en las palabras de otro idioma. De donde ciertos caracteres del texto original (fonéticos, semánticos, estilísticos) pueden en unos casos prevalecer o no sobre otros. Hay por lo tanto un margen irreductible, fatal, de arbitrariedad, y en sentido estricto la traducción de un texto poético es imposible, porque –como me dice muy bien en una carta Roger Munier– "el decir" (esto es: la manera de decir) cuenta para él tanto como el contenido: y a veces, es el contenido mismo. No ignoro que la distinción forma-contenido se halla hoy en descrédito, pero de alguna manera hay que aludir a ese carácter específico del texto poético por el cual no es ni la transmisión de una idea en palabras que podrían ser otras (entonces la traducción sería posible, como ocurre con los escritos científicos) ni tampoco "un decir puro", una especie de laleo que algunos denominan poesía abstracta o tal vez letrismo (y los dadaístas "poema fonético"). En un poema, contenido y forma, idea y expresión están tan unidos, tan estructurados (diría: biológicamente) que sólo es posible separarlos mediante esa disección que es fatalmente el análisis estilístico o el semántico.
Volviendo a la traducción: yo trabajo en ella a partir del problema concreto, en sí, de cada poema . Un poco como a la expectativa de “ver qué ocurre”. Hay algunos poemas (en Mallarmé, casi todos) que no pueden traducirse sin incurrir en fantasías de dimensión cósmica . Pero en otros casos no debemos exagerar: el francés, el italiano, y aun el inglés, nos permiten a veces alguna posibilidad más o menos real. Por otra parte, observo con sorpresa que algunos traductores, inclusive muy buenos, como por ejemplo Carlos Viola Soto, manifiestan una increíble timidez ante ciertos pasajes que no tienen dificultad alguna. Donde Ezra Pound escribe: "There died a myriad", y podríamos traducir (poéticamente) "Murieron por miríadas", palabra esta última perfectamente lícita, Viola Soto traduce: "Murieron a millares", expresión mucho menos intensa que la original (Pound está hablando de los jóvenes que murieron en la guerra) .

¿Qué problemas técnicos y/o poéticos específicos presenta –y qué soluciones propone–la traducción de los recursos formales en la lengua de que se ocupa?
Yo traduzco principalmente del francés. En los poemas donde el ritmo y la medida importan, uno de los problemas técnicos es adecuar la cantidad de sílabas (el francés repite los pronombres, lo que no es necesario en español, etc., etc.). Este problema, por ejemplo, me llevó a optar, en mi versión de El cementerio marino, por el alejandrino francés. Jorge Guillén, en cambio, se empantana en la suya, y tiene que suprimir partes esenciales a cada momento, por querer respetar el decasílabo del original (equivalente a nuestro endecasílabo, que él adopta). Guillén olvidó que el alejandrino en español es tan extraño a nuestra tradición literaria como el endecasílabo lo es a la tradición literaria francesa, Era, entonces, perfectamente lícito traducir el poema en alejandrinos (metro, por otra parte, con el que Rubén Darío libró su batalla contra el anquilosamiento). A esto denomino yo "equivalente estético".

¿Qué lugar ocupan los textos traducidos dentro de la producción poética de una lengua? ¿Considera que existen textos traducidos al castellano que por alguna razón conviene destacar?
Mi experiencia personal –inclusive como bibliotecario– me dice que el noventa y cinco por ciento de nuestros lectores no leen nada en otra lengua que no sea el castellano. De manera que las versiones tienen, al parecer, importancia capital: para muchos lectores, y también para muchos escritores, son el único camino por el que tienen acceso (un acceso por supuesto inseguro y limitado) a la literatura de otras áreas lingüísticas. Esto es, sin duda, fatal: sería imposible –hay– un Pico de la Mirándola. Por lo tanto, todo lo que se haga para traducir con alguna honestidad –no digamos fidelidad–, para dar aunque fuere un pálido reflejo de lo que es la imagen, la voz original, tiene que ser bienvenido. ¿Algún ejemplo que destacar? Iba a escribir: Rimbaud (por su importancia dentro de la poesía contemporánea). Pero, ¡desde la Biblia, desde los poetas sánscritos, chinos y japoneses, persas y árabes, vivimos sumergidos en un mundo de traducciones sobre cuya fidelidad no tenemos casi nada que decir! Hace poco tiempo, para referir una anécdota, me sorprendió encontrar una cita latina –seguramente la versión de San Jerónimo– de un célebre pasaje del Cantar de los Cantares: Nigra sum, sed fermosa. "Soy negra, pero hermosa". ¿Y qué estamos acostumbrados a leer? "Soy morena, pero hermosa". Morena no da en su pleno sentido el rasgo de negritud (como diríamos ahora) que exhibe la Sulamita. Habría, claro, que continuar la investigación semántica en el original hebreo. Pero, desde ya, variantes como la señalada hacen posibles (¡y si se quiere para bien!) versiones como la de Fray Luis de León: "Morena soy, más bella en lo escondido…".

¿Cuál es el grado de desarrollo de la traducción poética en la Argentina y a qué causas obedece el mismo?
La traducción de textos poéticas en la Argentina tiene, a mi entender, destacable calidad. Con Mitre y su versión de La Divina comedia comienza una línea de trabajo concienzudo, llana, sin oropeles y, sobre todo, sin esa retórica altisonante que todavía hoy esclaviza a la mayoría de los traductores hispánicos. Pero es a partir de la década del cuarenta cuando ya vemos que existe una línea de traductores de indudable jerarquía artesanal y aun poética: Enrique Luis Revol, Juan Rodolfo Wilcock, Enrique Molina, son autores de versiones señeras; y también están Alberto Girri, Aldo Pellegrini, Rodolfo Modern, Angel Battistessa para Claudel, y tantos otros que podría nombrar como prueba de que en nuestro país existen traductores excelentes, tanto por su competencia técnica como por su comprensión de la materia poética con que trabajan. Creo que esta situación está íntimamente relacionada con el vasto desarrollo y el altísimo nivel que alcanzó la poesía argentina durante el siglo XX y que la ha convertido –hay que decirlo sin vacilación– en una de las más importantes del mundo de habla española.

¿Cuál es la situación profesional del traductor de poemas en el país?
Profesionalmente, el traductor de poemas en nuestro país se halla desprotegido desde el punto de vista de las leyes que rigen, en los países más civilizados, la propiedad intelectual . Por lo general, se le paga por su trabajo una única suma en concepto de "adquisición de la traducción". Esta suma es variable, por supuesto, según las diversas circunstancias, pero por lo común exigua, y lo que no se reconoce al autor (alguna editorial o está considerando ya) es un porcentaje sobre el precio de venta de la edición, como ocurre en Europa y como es corriente con las demás autores. Hay una asociación internacional de traductores, una entidad que –con el patrocinio de la UNESCO –procura que se reconozcan en todos los países las bases de un contrato-tipo para toda traducción. Pero es curioso que nadie haya querido hasta hoy asumir este problema, que –en mi opinión– hace ya tiempo debería haber resuelto la SADE. Lo increíble es que hay traductores que se oponen: prefieren cobrar una sola vez y nada más. Esto tiene para mí una sola explicación: que, entre nosotros, todavía no se ha desarrollado una verdadera conciencia profesional. Yo admito(es más: me parece casi una conditio sine qua non) que un poeta no sea un profesional, pero sí debe serlo un traductor.

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