sábado, 27 de junio de 2009


También en Letras Libres, pero esta vez en el número correspondiente a noviembre de 2003, puede leerse –en traducción de Aurelio Mayor– la conferencia a propósito de la traducción que la narradora y ensayista estadounidense Susan Sontag (1933-2004) dictó en la cátedra San Jerónimo, del Queen Elizabeth Hall, de Londres.

El mundo como la India

Traducir significa muchas cosas, entre ellas, poner en circulación, transportar, diseminar, explicar, hacer (más) asequible. Comenzaré con la proposición —exagerada si se quiere— de que por traducción literaria entendemos, podríamos entender, la traducción del reducido porcentaje de libros publicados que en efecto merece la pena leer, es decir, que merece la pena releer. Argumentaré que el adecuado examen del arte de la traducción literaria es en esencia una declaración sobre el valor de la propia literatura. Además de la evidente necesidad de que el traductor facilite el establecimiento de una provisión para la literatura en cuanto pequeño y prestigioso negocio de exportación e importación; además del papel indispensable que traducir desempeña en la cimentación de la literatura como deporte competitivo practicado nacional e internacionalmente (con rivalidades, equipos y lucrativos premios); además de los incentivos mercantiles, agonistas y lúdicos para ejercer la traducción, hay uno más antiguo, manifiestamente evangélico, más difícil de admitir en estos tiempos tan conscientes de su impiedad.
En el que llamo incentivo evangélico, el propósito de la traducción es incrementar el conjunto de lectores de un libro tenido por importante. Supone que unos libros son mejores que otros de modo discernible, que el mérito literario tiene forma piramidal y que es imperativo que las obras próximas a la cúspide estén al alcance de cuantos sea posible, lo cual significa ser ampliamente traducidas y retraducidas con la frecuencia que sea factible. Está claro que semejante concepto de la literatura supone que se puede alcanzar un consenso aproximado sobre las obras esenciales. Esto no implica pensar que el consenso —o el canon— está fijado para siempre y no puede modificarse.
En la cúspide de la pirámide se encuentran los libros considerados escrituras: el conocimiento exotérico indispensable o esencial que, por definición, incita la traducción. (Acaso las traducciones más influyentes en el ámbito lingüístico han sido las de la Biblia: la de San Jerónimo, Lutero, Tyndale, la del rey Jacobo.) La traducción, entonces, y en primer lugar, da a conocer mejor lo que merece ser mejor conocido: porque perfecciona, profundiza, exalta; porque es un indispensable legado pretérito; porque es una contribución al conocimiento, sagrado o de otro orden. En un registro más secular, se creía que la traducción conllevaba un beneficio para el traductor: la traducción era un valioso ejercicio cognitivo, y ético.
En una época en que se propone que los ordenadores —"máquinas traductoras"— pronto serán capaces de desempeñar la mayoría de las tareas de traducción, lo que denominamos traducción literaria perpetúa el sentido tradicional implicado en el oficio. El nuevo criterio es que traducir es hallar equivalentes; o, para dar un giro al símil, una traducción es un problema para el que pueden imaginarse soluciones. En contraste, la antigua pauta es que la traducción consiste en elegir, elegir de modo consciente, no sólo entre las meras dicotomías absolutas de buena o mala, correcta o incorrecta, sino entre una dispersión más compleja de alternativas, como "bueno" frente a "mejor" y "mejor" frente a "inmejorable", por no mencionar alternativas impuras tales como "anticuado" frente a "de moda", "vulgar" frente a "pretencioso" y "sucinto" frente a "prolijo".
Para que semejantes opciones fueran buenas —o mejores— se suponía que implicaban un conocimiento, tan amplio como profundo, por parte del traductor. La traducción, vista aquí como una actividad electiva en el sentido más amplio, era una profesión de individuos portadores de una determinada cultura interior. Traducir meditada, trabajosa, ingeniosa y respetuosamente es la justa medida de la lealtad del traductor a la empresa de la propia literatura.
Las opciones que podrían ser consideradas como meramente lingüísticas siempre implican asimismo modelos éticos, lo cual ha hecho de la actividad de la traducción misma el vehículo de valores tales como la integridad, la responsabilidad, la fidelidad. La osadía. Y la humildad. El criterio ético de la tarea del traductor se originó en la conciencia de que la traducción es en lo fundamental una tarea imposible, si ello significa que el traductor es capaz de recoger el texto de un autor escrito en un idioma y entregarlo, intacto, sin pérdidas, en otro idioma. Es evidente que en esto no hacen hincapié quienes esperan con impaciencia la superación de los dilemas del traductor mediante las equivalencias de mejores y más ingeniosas máquinas traductoras.
La traducción literaria es una rama de la literatura, y es todo menos una tarea mecánica. Pero lo que hace de la traducción una labor tan compleja es que responde a una diversidad de fines: las exigencias que se derivan de la naturaleza de la literatura como forma de comunicación; el mandato, con una obra considerada esencial, de darla a conocer al público más amplio posible; la dificultad de pasar de un idioma a otro; y la intransigencia de determinados textos. Pues hay algo inherente en la obra que está muy lejos de las intenciones o la conciencia de su autor y que surge cuando comienza el ciclo de traducción: una cualidad que, a falta de una palabra mejor, hemos de llamar traducibilidad.


la conferencia completa puede leerse en:
http://www.letraslibres.com/index.php?art=9148

2 comentarios:

  1. Interesantísimo articulo, éste sobre la conferencia de Susan Sontag. No sólo te ubica en cuanto a la cuestión pertinente, sino que te aclara el panorama gracias al buen uso de la ejemplificación. Gracias, Sr. Fondebrider, por administrar tan bien este blog.

    Saludos,
    Angelica Antonio

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  2. Gracias por sus palabras, Angélica. La idea es concentrar un cúmulo de información que anda desperdigada por la web para quienes nos interesamos en estas cuestiones. También recordar a aquellos que hicieron las cosas bien (de ahí Salas Subirat o Galtier, entre otros). Finalmente, también dar a conocer lo que los usuarios del blog produzcan como reflexión sobre el tema. Así que, llegado el caso, ya sabe. Queda usted invitada a colaborar.
    Cordialmente

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