martes, 22 de julio de 2014

¿Para qué necesitamos leyes claras y justas?









La semana pasada el Administrador de este blog se encontró casualmente, al cabo de una conferencia, con una señora que lo felicitó por su defensa pública de la traducción y de los traductores. La paradoja quiso que esa mujer trabajara en una de las editoriales que les exigen a los traductores que con ella firman, la cesión definitiva de sus derechos de autor. El Administrador le señaló a la mujer la ilegalidad de su práctica y ella, súbitamente ofendida, dijo pagar mejor que otras editoriales y obrar legalmente y de buena fe. Lo sucedido, entonces, llevó al Administrador a buscar esta noticia que, aunque antigua, tiene actualidad. En la misma se lee una bajada que dice: “Las relaciones entre editoriales y traductores siempre podrían ser mejores: en algunos casos rozan la ilegalidad”. La nota fue oportunamente publicada el 26 de julio de 2009, por Jesús Rocamora en Público.es. Su lectura, pese al tiempo transcurrido, ayudará sin duda a entender que a veces los editores son unos rufianes que mucho se parecen a Montgomery Burns.

¿Quién se comió el queso del traductor?

"Obviamente, bombazos como El señor de los anillos, Harry Potter o Ken Follett hay muy pocos. Y hay que tener en cuenta que para llegar a cobrar derechos de autor, un libro tiene que superar, más o menos, los 60.000 ejemplares vendidos; lo cual son muchos ejemplares si tenemos en cuenta que la tirada media de un libro está entre los 4.000 o 5.000 ejemplares", reconoce Robert Falcó, del estudio de traductores Anuvela.
Según la Ley de Propiedad Intelectual, los traductores son autores y, como tal, reciben un porcentaje de la explotación de derechos. Sin embargo, "aún hay editoriales que no hacen contratos de traducción o que no especifican el porcentaje de derechos de autor que nos corresponde", avisa Falcó.

Un pelotazo no esperado
¿Quien se ha llevado mi queso?

El caso de Montserrat Gurguí ha sido uno de los más sonados, aunque no se considera traductora de best sellers porque de los 120 libros aproximadamente que ha traducido en 23 años de carrera, sólo el 5% le ha dado derechos. Su mala experiencia viene precisamente de uno de esos superventas por los que nadie parecía apostar: ¿Quién se ha llevado mi queso?, de Spencer Johnson (Ediciones Urano). "Lo hice sin contrato, gracias a una modalidad que contempla la LPI que se llama a tanto alzado y por la que el traductor cobra lo estipulado (por página) y el editor sólo puede sacar una única edición. Si quiere sacar más, debe hacer contrato".

El libro se publicó por primera vez en febrero de 2000. En otoño de este año, Guiguí vio que iba por la octava edición y que empezaba a aparecer en la lista de más vendidos. "En  La Vanguardia se decía que se habían vendido 100.000 ejemplares. Me puse en contacto con el editor, le dije que la edición estaba fuera de la ley y le invité a que regularizáramos la situación. Me aseguró que él no creía en los contratos, como si fuera una cuestión de fe".

Después de un tira y afloja, pactaron un 0,50% de royalties y firmaron un contrato en noviembre de 2000. Pero en Navidades del mismo año, había otra edición en la calle con el nombre de otro traductor. "Era prácticamente igual que la mía. Se habían dedicado a cambiar cuento por relato, luego por después, etc. El autor de la nueva traducción era un colaborador de la casa, amigo personal del editor. Se había saltado el contrato en función de una cláusula que llevan todos los contratos y estaba explotando otra traducción. Lo rompió y tuvo que indemnizarme".

Un clásico sin derechos
Tolkien y su versión española

Falcó recuerda también "uno de los casos más sangrantes", el de Matilde Horne, traductora de Las dos torres y El regreso del rey, de la trilogía El señor de los anillos. Horne que murió a mediados del año pasado recibió tan sólo el pago de 6.000 euros en concepto de derechos de autor por sus traducciones cuando el editor Franciso Porrúa vendió Minotauro al gigante editorial Planeta. "Y cuando reclamó a Planeta, le ofrecieron 1.200 euros al año", recuerda Falcó, que propone jugar con los números: "Imaginemos que en 2001 [tras el boom de la primera película] se vendieron 500.000 ejemplares y que cada uno podía costar unos 20 euros. Eso equivale a 10.000.000 de facturación". Si le hubieran pagado "un simple 0,5%, el total asciende a 50.000 euros en concepto de derechos de autor. Y eso sólo teniendo en cuenta lo que debería haber cobrado en el año 2001".

Posteriormente, y gracias a la intervención de las asociaciones de traductores, Planeta acabó liquidándole los derechos que le correspondían desde la compra de Minotauro.

Inglés en las alpujarras
Chris Stewart, el escritor que fue batería de Genesis

Gurguí subraya un caso reciente y "muy flagrante de impagos y malos tratos": el de Chris Stewart, batería del grupo Genesis, británico enamorado del paisaje de Las Alpujarras al más puro estilo de Gerald Brenan. Stewart publicó en 1999 Driving among lemons. An optimistic in Andalucía, un best seller en Reino Unido y EEUU que en España ha sido editado por Almuzara bajo el título Entre limones.

Según denunciaba el propio autor a El diario de Córdoba en febrero, no ha cobrado "nada" por el libro, que en España ha vendido 250.000 ejemplares. Es la cabeza visible de una situación con el grupo Almuzara que, según ACEtt asociación fundada en 1983 para defender los intereses y derechos de los traductores de libros afecta a nueve de sus afiliados.


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