La semana pasada el Administrador de este blog se encontró
casualmente, al cabo de una conferencia, con una señora que lo felicitó por su
defensa pública de la traducción y de los traductores. La paradoja quiso que
esa mujer trabajara en una de las editoriales que les exigen a los traductores
que con ella firman, la cesión definitiva de sus derechos de autor. El
Administrador le señaló a la mujer la ilegalidad de su práctica y ella,
súbitamente ofendida, dijo pagar mejor que otras editoriales y obrar legalmente y
de buena fe. Lo sucedido, entonces, llevó al Administrador a buscar esta
noticia que, aunque antigua, tiene actualidad. En la misma se lee una bajada
que dice: “Las relaciones entre editoriales y traductores siempre podrían ser
mejores: en algunos casos rozan la ilegalidad”. La nota fue oportunamente
publicada el 26 de julio de 2009, por Jesús Rocamora en
Público.es. Su lectura, pese al tiempo transcurrido, ayudará sin duda a
entender que a veces los editores son unos rufianes que mucho se parecen a Montgomery Burns.
¿Quién se comió el queso del traductor?
"Obviamente,
bombazos como El señor de los anillos, Harry Potter o
Ken Follett hay muy pocos. Y hay que tener en cuenta que para llegar a cobrar
derechos de autor, un libro tiene que superar, más o menos, los 60.000 ejemplares
vendidos; lo cual son muchos ejemplares si tenemos en cuenta que la tirada
media de un libro está entre los 4.000 o 5.000 ejemplares", reconoce
Robert Falcó, del estudio de traductores Anuvela.
Según
la Ley de
Propiedad Intelectual, los traductores son autores y, como tal, reciben un
porcentaje de la explotación de derechos. Sin embargo, "aún hay
editoriales que no hacen contratos de traducción o que no especifican el
porcentaje de derechos de autor que nos corresponde", avisa Falcó.
Un
pelotazo no esperado
¿Quien
se ha llevado mi queso?
El
caso de Montserrat Gurguí ha sido uno de los más sonados, aunque no se
considera traductora de best
sellers porque
de los 120 libros aproximadamente que ha traducido en 23 años de carrera, sólo
el 5% le ha dado derechos. Su mala experiencia viene precisamente de uno de
esos superventas por los que nadie parecía apostar: ¿Quién se ha llevado mi queso?, de Spencer
Johnson (Ediciones Urano). "Lo hice sin contrato, gracias a una modalidad
que contempla la LPI
que se llama a tanto alzado y
por la que el traductor cobra lo estipulado (por página) y el editor sólo puede
sacar una única edición. Si quiere sacar más, debe hacer contrato".
El
libro se publicó por primera vez en febrero de 2000. En otoño de este año,
Guiguí vio que iba por la octava edición y que empezaba a aparecer en la lista
de más vendidos. "En La
Vanguardia se decía que se habían vendido
100.000 ejemplares. Me puse en contacto con el editor, le dije que la edición
estaba fuera de la ley y le invité a que regularizáramos la situación. Me
aseguró que él no creía en los contratos, como si fuera una cuestión de
fe".
Después
de un tira y afloja, pactaron un 0,50% de royalties y
firmaron un contrato en noviembre de 2000. Pero en Navidades del mismo año,
había otra edición en la calle con el nombre de otro traductor. "Era
prácticamente igual que la mía. Se habían dedicado a cambiar cuento por relato, luego por después,
etc. El autor de la nueva traducción era un colaborador de la casa, amigo
personal del editor. Se había saltado el contrato en función de una cláusula
que llevan todos los contratos y estaba explotando otra traducción. Lo rompió y
tuvo que indemnizarme".
Un
clásico sin derechos
Tolkien
y su versión española
Falcó
recuerda también "uno de los casos más sangrantes", el de Matilde
Horne, traductora de Las dos torres y El regreso del rey, de la trilogía El señor de los anillos. Horne que murió a
mediados del año pasado recibió tan sólo el pago de 6.000 euros en concepto de
derechos de autor por sus traducciones cuando el editor Franciso Porrúa vendió
Minotauro al gigante editorial Planeta. "Y cuando reclamó a Planeta, le
ofrecieron 1.200 euros al año",
recuerda Falcó, que propone jugar con los números: "Imaginemos que en 2001
[tras el boom de la primera película] se vendieron
500.000 ejemplares y que cada uno podía costar unos 20 euros. Eso equivale a 10.000.000 de
facturación". Si le hubieran pagado "un simple 0,5%, el total
asciende a 50.000 euros en concepto de derechos de autor. Y eso sólo teniendo
en cuenta lo que debería haber cobrado en el año 2001".
Posteriormente,
y gracias a la intervención de las asociaciones de traductores, Planeta acabó
liquidándole los derechos que le correspondían desde la compra de Minotauro.
Inglés
en las alpujarras
Chris
Stewart, el escritor que fue batería de Genesis
Gurguí
subraya un caso reciente y "muy flagrante de impagos y malos tratos":
el de Chris Stewart, batería del grupo Genesis, británico enamorado del paisaje
de Las Alpujarras al más puro estilo de Gerald Brenan. Stewart publicó en 1999 Driving among lemons. An optimistic in Andalucía,
un best seller en Reino Unido y EEUU que en España
ha sido editado por Almuzara bajo el título Entre
limones.
Según
denunciaba el propio autor a El
diario de Córdoba en febrero, no ha cobrado
"nada" por el libro, que en España ha vendido 250.000 ejemplares. Es
la cabeza visible de una situación con el grupo Almuzara que, según ACEtt asociación
fundada en 1983 para defender los intereses y derechos de los traductores de
libros afecta a nueve de sus afiliados.
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