El moderador Paulo Slachevsky, director de la editorial LOM |
La segunda mesa redonda de "Diagnóstico, posibilidades y perspectivas de la traducción literaria en Chile" estuvo conformada por Armando Roa Vial, Cristobal Joannon y Oscar Luis Molina, tres conocidos traductores chilenos y, en el caso de los dos últimos, también editores. La moderación de esa mesa, preentada como "Traducción literaria en Chile. Un pasado olvidado y un presente en deuda", estuvo a cargo de Paulo Slachevsky, director de la editorial LOM. Se reproducen, a continuación, el texto de inicio del moderador y un fragmento de la intervención de Roa Vial.
Traducción literaria en Chile.
Un pasado olvidado y un presente en deuda
El título de la mesa que nos reúne da bien cuenta del camino y desafíos de
la traducción en Chile.
Un pasado olvidado. En nuestro país se realizaron y publicaron muchas
traducciones entre los años 30 el golpe. Zigzag, Nascimento y Ercilla
jugaron un rol clave en ello. Los libros traducidos entonces circulaban por
Hispanoamérica. Años atrás, cuando visitaron Chile Jose Emilio Pacheco y Sergio
Pitol, recordaban que cuando niños leían en México los libros chilenos. Destaco
en esos años la presencia de refugiados de la guerra civil española y
del intelectual peruano Luis Alberto Sanchez que dirigió Ercilla. Durante
la Unidad Popular ,
Quimantu las masificó. El golpe puso un abrupto fin a ese periodo.
Un presente en deuda. Sin duda que en estos años, hay un renacer en el
ámbito de la traducción. Con traductores y editoriales,
particularmente las independientes y universitarias, que buscan reimpulsar este
que hacer. Pero aún falta mucho por hacer. Existe clara conciencia de que no es
posible pensar una industria nacional del libro consolidada sin un impulso
significativo de la traducción en el país. En Chile, con 6045 títulos
nuevos según el ISBN del año 2012, apenas se editaron 255 traducciones, solo
131 al español, 3 al mapudungun. 4,2% del total de publicaciones son traducciones,
y apenas 2,2% a lenguas locales. Se traduce menos que en los países de la
lengua central del sistema internacional de traducciones, Estados Unidos de
Norteamérica e Inglaterra, que se destacan justamente por dejar un menor lugar
a la traducción, donde estas representan menos de un 5 % del total de las
publicaciones.
El castellano ya es en sí un idioma semi periférico en este sistema, el que
se caracteriza por ser fuertemente jerarquizado y con una estructura centro
periferia como da cuenta Johan Heilbron en su artículo “el sistema mundial de
traducciones” (en “les contradictions de la globalisation editoriale” sous la
direction de Gisele Sapiro. Nouveau Monde editions, Paris, 2009). En
países semi periféricos normalmente las traducciones representan más
del 15% del total de las publicaciones. En tal sentido, por el dominio de la
lógica colonial en nuestros países, vivimos una doble periferia, la del español
en el sistema internacional, y la de Chile, dentro de la lengua, realidad que
comparten muchos de los países del continente frente a España.
Sin una clara conciencia del rol de la traducción en el fortalecimiento de las industrias nacionales del libro, y estrategias para impulsar este que hacer, difícilmente cambiaremos la realidad del dominio de España en la industria de la lengua, con todo el costo que ello tiene a nivel de la creación en la palabra escrita y de la diversidad cultural que aporta este que hacer.
Son en tal sentido múltiples los desafíos que tenemos en la región, para lo
cual una acción mancomunada de traductores, editores junto al Consejo Nacional
del Libro y la Lectura ,
puede sentar las bases de otra realidad, apostando creativamente en proyectos
más comunitarios y creativos como son las coediciones con traducciones y la
compra de derechos compartidos, junto a políticas públicas que fomenten este
que hacer hacia el castellano y desde el castellano. Nos corresponde descentrar
la periferia y a la vez, pensando desde Latinoamérica, colaborar en
multiplicar los “centros” periféricos.
También es necesario, poner en cuestión desde el mundo de la traducción la
sacralización del derecho a propiedad y la excesiva criminalización en les
leyes de propiedad intelectual y derechos de autor, en particular la lógica de
la exclusividad, que posibilita en general la circulación de solo una
traducción de las obras contemporáneas. Siendo la traducción también una obra,
no es posible que se autorice solo una versión de un poemario.
Para profundizar
estos y otros temas en relación a la realidad de la traducción en Chile,
tenemos el gusto de poder compartir con tres destacadas figuras de este que
hacer, todos traductores y ensayistas: Cristóbal
Joannon; Armando Roa Vial y Oscar Luis Molina quien sin duda ha jugado un rol de
maestro en la materia.
FOTO: Paulo Slachevsky - De izq. a der., Roa Vial, Molina y Joanon |
Un fragmento de la intervención de Roa Vial
Ezra Pound no se
equivocaba cuando afirmaba que las grandes épocas de la literatura
correspondían a grandes épocas de traducción. Muchos textos seminales de
nuestra cultura son traducciones y, sin lugar a dudas, la presencia de éstas ha
sido fundamental para la circulación de las ideas y para articular diálogos que
han enriquecido diversas tradiciones autóctonas. La traducción, lejos de ser un
ejercicio derivativo, es un género con credenciales propias, que vincula la
literatura a la noción de obra abierta, inacabada, susceptible de infinitas
relecturas y reescrituras. En Chile el trabajo traductoril irrumpe desde los
albores de la república con las versiones que Camilo Henríquez hiciera de
textos de Milton, y se sostiene luego con figuras tan relevantes como Andrés
Bello y sus traducciones de Victor Hugo; ya en el siglo XX la importancia de la
traducción es plenamente asumida por nuestros poetas más importantes, como
Neruda o Huidobro, iniciándose un trabajo sistemático que va a continuar con
Nicanor Parra, Armando Uribe y Jorge Teillier hasta nuestros días. Este trabajo, a pesar de su relieve, se debe abrir paso
silenciosamente y sorteando diversas dificultades. A las ya consabidas
restricciones que significa la ausencia de una cultura del libro y del fomento
lector, se añade en Chile un paupérrimo nivel de comprensión de lectura. Los
estímulos a la traducción son nulos y urge tomar cartas en el asunto. Por lo
pronto debería implementarse un sistema de recursos públicos destinados a
incentivar la traducción y, también, las editoriales deberían ampliar sus
fondos con colecciones que facilitaran el cultivo del género
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