En el número
29 de la revista de filología Faventia –editada por la Universidad Autónoma
de Barcelona–, el 29 de
enero de 2007, Marta González González, del Departamento de Filología
Griega de la Universidad de
Málaga, publicó el siguiente artículo que, como se señala en la primera nota, se
adscribe al proyecto de Historiografía de la literatura grecolatina en España (II).
La Edad de Plata
(1868-1936)
La censura en las traducciones de los clásicos griegos.
El ejemplo de Platón y Aristófanes (1)
De entre las amplias
posibilidades que un tema como el de la censura nos ofrece a la hora de acercarnos a las traducciones de los clásicos
griegos, aquélla
de la que vamos a tratar aquí es la que, tomándole prestada la expresión a E. Montero
Cartelle, denominaremos «censura
erótica de carácter
eufemístico»2. Y vamos a tratar
este asunto centrándonos no en la transmisión y edición de los textos clásicos,
sino en clásicos
en la historia de las ideas, Kenneth
J. Dover escribe unas interesantes páginas sobre
la censura en los textos grecolatinos4. En ese trabajo
se presta una atención especial a las traducciones inglesas, pero con referencia continua a las alemanas y francesas;
por otra parte, sus ejemplos se ciñen casi exclusivamente a
Platón (Banquete) y Aristófanes (Acarnienses). La intención de este trabajo es atender
a las traducciones publicadas en nuestra lengua5. La existencia
del citado trabajo de Dover nos permitirá, en ocasiones, enmarcar las traducciones al castellano
en el panorama más amplio
de las versiones
a otras lenguas
europeas.
El Banquete,
de Platón
La obra de Platón
no aparece en castellano, en traducción completa, hasta los años 1871-1872.
El diálogo El Banquete, del que nos vamos a ocupar, presenta,
al menos, dos momentos
problemáticos para sus traductores desde el punto de vista de la censura moral: el
discurso de Aristófanes y la
intervención final de
Alcibíades, en los que
las alusiones al homoerotismo son patentes. El discurso de Fedro planteaba, por su parte, unas dificultades
más fácilmente soslayables con el recurso al indeterminado «persona» cuando el texto griego hacía referencia a «amantes»
y «amados», claramente masculinos ambos. Veamos cómo se resuelven estos problemas en las primeras traducciones castellanas y en sus contemporáneas europeas.
El panorama europeo
de las traducciones de El Banquete
La primera traducción directa del griego al inglés de El Banquete
platónico es obra de Floyer Sydenham y se publicó en 1761. En esta versión, se transforman los amores
homosexuales en heterosexuales y se suprime
por entero el parlamento de Alcibíades con la siguiente justificación:
The translator of Plato into English is almost unanimously advised by such of his friends, as are acquainted with the original, not to publish his translation of the last
speech of this dialogue,
that of Alcibiades, for fear of the offence it may give to the virtuous
from the gross indecency of some part of it, the countenance it may possibly
give to the vicious from the example of Alcibiades, and the danger into which it may bring the innocence of the young, by filling their minds with ideas which it were
to be wished they could always remain strangers to6.
Además Sydenham
ofrece curiosas, pero tranquilizadoras, interpretaciones de los términos
cuya traducción le resultaba problemática:
The
speech of Phaedrus […]
takes the word Love in a general
sense, so as to com- prehend
love towards persons of the same sex, commonly called Friendship, as well as that towards persons of a different sex, peculiarly and eminently styled Love7.
De
esa manera, traduce τWι Eραστflι ΠατρÓκλωι (179e
5) como «his friend Patroclus», o ΠατρÓκλoυ Eρaν (180a
4) como «was the admirer of Patroclus».
La primera traducción inglesa que ofrece el parlamento de Alcibíades es la de Thomas Taylor en 1804, que reconoce la importancia fundamental de dicho dis- curso en el conjunto del diálogo. No obstante, por lo que se refiere a la traducción de EρWμενoς y παιδικá, unas veces como «beloved» y otras como «mistress»,
sigue los pasos de Sydenham.
En 1818, Shelley traduce de nuevo El Banquete
al inglés, acompañándolo de un ensayo introductorio titulado A Discourse on the Manners of the Ancient Greeks
relative to the Subject
of Love. Parece que el poeta lo había escrito
sin intención de publicarlo y cuando su viuda emprende
la tarea de llevarlo a la imprenta,
sufre fuertes presiones que tienen como resultado, según puede verse comparando el manuscrito
de 1818 con la versión publicada en 1840, la supresión
tanto de algunos pasajes del discurso de Alcibíades como de la última parte del ensayo introductorio,
que pasa a denominarse Essay on the Literature, the Arts and the Manners
of the Athenians8.
En Inglaterra, hay que esperar a la versión de Jowett en 1871 para leer El Banquete
en su integridad.
Parece que en Francia
y Alemania la situación
es algo diferente. Señala Dover
que
la traducción alemana de Schleiermacher, publicada
en 1804-1809, reproduce
completo el discurso de Alcibíades y no introduce
cambios en el género de los pronombres. En Francia, la traducción de Cousin en 1831 es bastante respetuosa con el original, aunque prefiere las expresiones «persona» o «gente»,
en el discurso de Fedro, incluso si el término griego es indudablemente masculino. Obviamente,
antes de esa fecha, sí se contaba también en Francia con versiones censuradas. Así, cuando,
a fines del siglo XVII, Mme. de Rochechouart traduce El Banquete
y se lo envía a Racine, éste, una vez revisado el manuscrito, se lo hace llegar, junto con
una
carta, a Boileau.
Aunque la abadesa de Fontevrault había tratado con delicadeza
el pasaje de Alcibíades, Racine opta por suprimirlo, y así se lo explica a Boileau:
Mais avec tout cela, je crois que le mieux est de le supprimer. Outre qu’il est scandaleux, il est inutile;
car ce sont les louanges,
non de l’amour, dont il s’agit dans
ce dialogue,
mais de Socrate, qui n’y est introduit que comme un des interlocuteurs9.
Asímismo, la traducción al francés realizada por Loys Le Roy en 1558 de El Banquete
se interrumpe bruscamente en 212c:
Les propos ensuyans d’Alcibiade et de Socrate
sont pleins de grande liberté,
qui lors regnait par toute la Grèce , mesmement en Athenes; et me semblent ne pouvoir aujourd’huy estre honnestement recitez. […] J’ay esté conseillé par mes amis d’ob- mettre
le reste que Platon a adiousté
seulment pour plaisir, servant au temps et à la licencieuse vie de son pays: sans proposer
aux François parolles non convenantes à
leurs meurs, ny convenantes à la religion
Chrestienne10.
Traducciones en lengua castellana
Platón aparece
por primera vez en castellano de la mano de Patricio
de Azcárate, aunque su versión
no parte del original griego, según el propio Azcárate
reconoce. La traducción de El Banquete se encuentra en el tomo V de las obras completas del filósofo
griego: Biblioteca Filosófica, Obras Completas de Platón puestas en lengua castellana por primera vez por D. Patricio de Azcárate, Sócio correspondiente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas y de la Academia de la Historia ,
Tomo V, Madrid, Medina y Navarro,
editores, 1871.
Este quinto volumen contiene
los diálogos Fedón, Gorgias y Banquete, cada uno de ellos precedido por un argumento. En la introducción general que leemos en el primero
de los once volúmenes
en los que se presenta la traducción de Azcárate,
el traductor dice:
Para honra del género humano,
Platón se ha levantado
del descrédito injurioso del siglo XVIII y el conocimiento de sus obras se va haciendo general; y día llegará en que no habrá hombre de ciencia que no vea honrada su librería,
por modesta que sea, con los diálogos del divino Platón. Este gran filósofo está ya hablando
en todas las lenguas cultas; en Inglaterra,
Tailor [sic]; en Alemania, Mendelssohn y Schleiermacher; en Italia, Ruggiero
Bonghi; en Francia,
de una manera parcial Le Clerc; y de una manera
general Cousin y posteriormente Chauvet y Amadeo
Saisset, han llevado a cabo esta tarea en sus respectivas lenguas,
animados por el deseo de propagar las ideas platonianas, que tanto contribuyen a ensanchar
la esfera del saber en el inmenso campo
de la ciencia.
Esta misma idea y el amor a mi patria son las razones que me impulsaron a publicar mis anteriores libros, y me mueven hoy a ofrecer al público, en lengua castellana,
las obras de Platón. […] He tomado
como base para mi trabajo la traducción
en latín de Marsilio
Ficino, que con el original griego publicó la Sociedad Bipontina en la ciudad de Dos-puentes, en Alemania,
en el año 1781, en doce tomos; el último de los cuales es un juicio crítico del historiador de la filosofía
Diet. Tiedemann; he consultado en los casos dudosos la magnífica traducción de Cousin, y la de Chauvet y Saisset, tomando
de esta última
las noticias biográficas, la clasificación de los diálogos, como
menos defectuosa, los resúmenes y algunas notas11.
La traducción de Patricio de Azcárate ha sido reeditada con frecuencia. En una de esas reediciones, encontramos datos sobre el autor: «Nació don Patricio de Azcárate en León en 1800, muriendo
ochenta y seis años más tarde en la misma ciudad. Su afición a la filosofía
se despertó en la biblioteca del Instituto de Gijón,
que
fundara Jovellanos, con quien tantas afinidades guardó su espíritu. Diputado en Cortes,
político y jurisconsulto, Azcárate dio comienzo en su vejez, poco antes de 1870, a la ímproba tarea de publicar las obras de los principales filósofos
antiguos y modernos, en cuya traducción venía trabajando
desde su juventud. Ventiséis
fueron los volúmenes aparecidos:
once de Platón, diez de Aristóteles y cinco de Leibniz»12.
En cuanto a los pasajes
«conflictivos», el criterio
seguido en esta traducción no es unitario. Así, en el
discurso de Fedro, se prefiere el
término «persona»:
Me atrevo a decir que si un hombre que ama hubiese
cometido una mala acción o sufrido un ultraje sin rechazarlo, más vergüenza le causaría presentarse ante la persona que ama, que ante su padre, su pariente o ante cualquier
otro. Vemos que lo mismo sucede con el que es amado, porque nunca se presenta tan confundido como cuando su amante le coge en alguna falta.
En el discurso de Aristófanes, en cambio, la traducción es bastante fiel, aunque Azcárate aprovecha el prólogo para dejar clara su opinión
al referirse a este
peculiar mito aristofánico:
¿Cuál es el objeto de este mito?
Al parecer, explicar
y clasificar todas las especies
del amor humano. Las conclusiones, que desde este doble punto de vista se sacan, están tan profundamente grabadas con el sello de las costumbres griegas de la época
de Platón, que resultan en completa contradicción con los sentimientos que el espí-
ritu moderno y el cristianismo han hecho prevalecer. Porque
tomando por punto de partida
la definición de Aristófanes de que el Amor es la unión de los semejantes,
se
llega a esta consecuencia: que el amor del hombre por la mujer y de la mujer por el hombre es el más inferior de todos, puesto que es la unión de dos contrarios. Es preciso poner por cima de él el amor de la mujer, apetecido por las Tribades13, y
sobre estos dos amores el del hombre
por el hombre, el más noble de todos.
También expresa una cierta reserva frente al discurso de Alcibíades, reserva que,
no obstante, no le lleva ni mucho menos
a eliminarlo o modificarlo:
Después del discurso
de Sócrates, parece que nada queda por decir sobre el amor,
y que el Banquete debe concluir. Pero Platon tuvo por conveniente poner de relieve, cuando no se esperaba, la elevación moral de su teoría mediante el contraste
que presenta con la bajeza de las inclinaciones ordinarias de los hombres. Por esto
en este instante
se presenta Alcibiades, medio ébrio, coronada su cabeza con yedra
y violetas, acompañado
de tocadoras de flauta y de una porción de sus compañeros
de embriaguez. ¿Qué quiere decir esta orgía en medio de estos filósofos? ¿No pone á la vista,
para usar las expresiones de Platón, el eterno contraste de la Venus popular y de la Venus
celeste? Pero el ingenioso autor del Banquete ha hecho que produjera
otro resultado importante. La orgía, que amenazaba ya hacerse contagiosa, cesa como por encanto en el instante
en que Alcibiades ha reconocido á Sócrates. ¡Qué imagen del poder, á la vez que de la superioridad de esta moral de
Sócrates, se muestra en el discurso en que Alcibiades hace, como á su pesar, el elogio más magnífico de este hombre encantador, dejando
ver su cariño para con la persona de Sócrates, su admiración al contemplar esta razón serena y superior, y su vergüenza
al recordar sus propios extravíos!
Pocos años más tarde, se publica una nueva versión de este diálogo: Cinco Diálogos
de Platón (El Convite, El Eutifrón, La Apología
de Sócrates, El Critón, El Fedón), traducidos directamente del griego, con argumentos y notas por D. Anacleto Longué y Molpeceres, Catedrático de Lengua Griega en la Universidad de Madrid, Madrid, Imprenta y Fundición
de M. Tello, Impresor de Cámara de S. M., Isabel la Católica , 23, 1880.
Longué y Molpeceres, que sí ha trabajado
sobre el original griego, hace referencias a traducciones anteriores, en
nuestra lengua y en otras:
Entre las traducciones hechas á las lenguas
modernas pueden citarse, en alemán la de Schleiermachier [sic], y la de Müller con los argumentos de Steinhart dada á luz en 1859.
En inglés, la de Tailor [sic] en 1804. En italiano,
la de Bonghi en 1859. La
primera tetralogía de Trasyllo
fué traducida al italiano en 1574, por Sebastian Erizzo,
con un comentario sobre el Fedon; y recientemente en 1877, ha publicado Alcide
Oliari una nueva traducción
de estos mismos cuatro diálogos con notas críticas y un apéndice sobre el procedimiento criminal ateniense, escrito por F. Lübker y publicado en Leipzig en 1867.
En francés,
además de la traduccion de algunos diálogos sueltos hecha por varios autores,
es la más celebrada la de Cousin,
de la que dice M. Letronne, que aún siendo exacta en cuanto al sentido,
es tan francesa que podria
tomarse por un texto. En castellano existen traducciones de algunos diálogos, hechas
en los siglos XVI y XVII, tales son la del Fedon, el Cratilo y el Gorgias por Pedro Simón Abril, y la de la República por Fox. En 1871 ha publicado la traduccion de todas las obras de Platon
D. Patricio Azcárate, siguiendo la francesa de M. Cousin14.
Si leemos las páginas
en las que el traductor ofrece el argumento de El Convite, nos encontraremos con unas palabras que llegarán a convertirse
en tópico de las
traducciones de la época: el traductor no se atreve a engañar al lector suavizando o
eliminando determinados pasajes, pero deja constancia de su profundo malestar
ante un cierto
lado oscuro de las costumbres de la antigüedad:
Al acabar Sócrates
su discurso llega Alcibiades, que viene con bandas y coronas
para laurear á Agaton.
Viene ya ebrio y excita á los demas á beber;
pero enterado del convenio hecho de elogiar al amor, protesta,
que donde Sócrates esté no puede él alabar ni á hombre
ni á Dios alguno
más que á este hombre
verdaderamente admirable y singular. Alentado por los amigos allí reunidos, hace el retrato de Sócrates,
cuyo exterior feo y grotesco, semejante
al del Satyro, forma contraste
con la profundidad de su sabiduría y su grandeza
moral. Refiere los principales hechos de su vida
privada, sus campañas militares, su valor en los combates, su fortaleza en las
privaciones,
su templanza, y sobre todo su castidad,
que era una virtud casi incomprensible para la sensualidad de Alcibiades. Con este motivo se pinta con colores demasiado vivos un cuadro
de la corrupción de las costumbres atenienses en aquel
tiempo. Nunca se censurará bastante que un diálogo tan artístico y tan lleno de bellezas de todo género, y en el que se exponen ideas tan puras y sublimes, se haya manchado al final con la representación de vicios que son feos y repugnantes, no solamente á las ideas y costumbres de todo pueblo culto, sino á todos los sentimientos de la naturaleza. No puede disculparse á Platon de este gran defecto. Con gran pena tambien, el traductor se ha visto en la imposibilidad de suprimir esta parte
del diálogo, ya porque sería mutilar una parte considerable de la obra, ya porque esto se opondría al principal objeto de su traduccion, que es dar a conocer
el carácter y las costumbres de Sócrates, así como los sucesos más importantes de su vida15.
Tales prevenciones muestra Longué contra la intervención de Alcibíades. Con todo, la traducción
es muy fiel al original
y, pese a contar con el ejemplo de la versión francesa de Cousin, que conoce y menciona, no recurre a términos como «gente» o «persona»
en pasajes que pudieran resultar embarazosos: ni siquiera ve
necesario introducir notas aclaratorias. Así, podemos leer lo siguiente en el dis- curso
de Fedro citado ya anteriormente:
Y aseguro, que si un hombre que ama fuese sorprendido ejecutando una accion vergonzosa, ó recibiendo de alguno un
ultraje que por cobardía no rechazase, no tendria tanto pesar de ser visto por su padre, ó por sus amigos, ó por cualquiera otro, como lo tendría de ser visto por su amado. De este mismo modo vemos que el amado se avergüenza mucho más cuando es sorprendido por su amante haciendo
una
acción fea. Y si hubiese medio de conseguir que una ciudad ó un ejército se compusiese de amantes y de amados, no es posible se administrasen sus intereses
respectivos de otro modo mejor que absteniéndose de todo lo vergonzoso y rivalizando unos con otros en lo honesto.
Hombres semejantes que de tal manera rivalizasen
entre sí, aún siendo pocos, vencerian,
por decirlo así, al mundo entero.
De la misma manera,
no rehuye presentar a Aquiles
y Patroclo como amantes. En cambio, más adelante,
en medio del mito que relata Aristófanes, sí que tiene problemas a la hora de referirse
a las mujeres
que eran mitad de un «todo mujer».
Las denomina «tribadas» y añade en nota: «Tribada es una palabra griega de la raíz τρι�-. Traduzco con otra palabra
griega la del original hταιρLστριαι porque no hay en nuestra lengua palabra equivalente que sea decorosa».
Una nueva versión de esta obra aparece en 1923: Platón, El Banquete o Del Amor, Eutifrón, La Defensa de Sócrates,
Critón, traducción, prólogo y notas de Rafael Urbano, Madrid. Da la impresión de que su autor no se ha enfrentado directamente
al texto griego:
Sería completamente absurdo traducir de nuevo las obras de Platón, que ya están traducidas por hombres de todo el mundo y a todos los idiomas.
La labor de todos
ellos no puede ser absolutamente estéril de modo que exija una versión por entero
desde el principio hasta el fin, y el intento de una empresa semejante es de una vanidad tan grande como la ignorancia que la motiva. He aprovechado aquí todo lo que me ha parecido que estaba bien hecho ya. Compulsando, comparando, he recogido de las versiones españolas
lo que más conviene a nosotros.
Debo mucho a las
ediciones de Patricio de Azcárate, Anacleto Longué y Molpeceres, como a los traductores franceses, ingleses e italianos
y a los críticos alemanes16.
Rafael Urbano, que opta por presentar
una versión íntegra del diálogo y sin censura alguna,
deja ver, no obstante, que conoce la polémica existente entorno, especialmente, al discurso de Alcibíades:
Cuando madame de Rochechouart, hermana
de la Montespan , detenía
su traduc- ción de El Banquete al llegar al discurso
de Alcibíades, la famosa helenista y aba- desa de Fontevrault no suspendía su trabajo por repulgos de monja, sino por todos los reparos de un siglo que ya no
comprendía el amor fecundo en hijos de carne o en discípulos
admirables de un maestro, que puede estar más allá de lo sensible.
Si no fuera realmente escabroso
este diálogo de Platón para una civilización
cristiana que ha renegado del
elogio de la fecundidad, olvidando la maternidad de la Virgen , sería, desde luego, más popular y conocido17.
Únicamente habría
que introducir el matiz de que los «repulgos» en cuestión partieron de Racine y no de Madame de Rochechouart, según antes señalábamos siguiendo a K. J. Dover.
2. La comedia de Aristófanes
Es Aristófanes un autor que, obviamente, tenía que provocar infinitos quebraderos
de cabeza a sus traductores por su lenguaje tan explícitamente sexual. Dover, en el trabajo que repetidamente invocamos al referirnos al contexto europeo, se refiere a la traducción francesa de Artaud de Acarnienses, publicada en 1841, donde el autor prefiere remitir
a las notas cuando las expresiones son demasiado «crudas». Así, en 1220 ss. κaγÜJ κα'frεÚδειν �oÚλoμαι καL στÚoμαι καL σκoτo�ινιW, tradu- ce: «Et moi, je veux me coucher;
je n’en puis plus, j’ai besoin de soulagement»,
y comenta en nota: «La crudité des termes […] ne peut se rendre en français,
tentigine rumpor, et in tenebris futuere gestio». Las traducciones inglesas iban mucho más allá, continúa Dover, y optaban por suprimir un gran número de versos: Acarnienses, con 1.234 líneas en la edición estándar de Brunck, tiene 1.106 en Mitchell
y 1.127 en la de Holden, de 1887.
Podemos decir que, en este caso, el primer Aristófanes en lengua castellana, obra de Federico
Baráibar y Zumárraga18, se asemeja más a las versiones francesas
que a las inglesas, de hecho, cita en más de una ocasión a Artaud y veremos que se aproxima mucho a él en la traducción de los pasajes obscenos. Las comedias
de Aristófanes se publicaron completas en castellano en 1880-1881 y, en la introducción, Baráibar señalaba:
Y, finalmente,
en la versión hemos procurado
ceñirnos todo lo posible a la letra, adecentando a menudo con el velo de la perífrasis sus obscenas desnudeces y poniendo
al pie la interpretación latina
de Brunck, excepto en aquellos pasajes,
poco frecuentes
por fortuna, dadas las costumbres griegas, en que lo nefando del vicio nos ha obligado a suprimirlos o a dejarlos
en
el idioma original19.
De esta manera, aunque el traductor está lejos de ser fiel al texto cuando se trata de «obscenas desnudeces», tampoco llega a los extremos criticados por K. J. Dover en referencia a las versiones
inglesas. Así, encontramos abundantes ejemplos
en los que Baráibar
comparte la habitual hostilidad de los traductores hacia el sexo, las secreciones de cualquier tipo y la escatología. En los pasajes
que recogemos a continuación, reproducimos también las notas que acompañaban al texto, coincidentes
casi siempre con las que añadía Artaud a su versión:
Acarnienses, v. 1220 s., Yo quiero acostarme; no puedo más, necesito descansar (195).
(195) Tentigine rumpor, et in tenebris
futuere gestio.
Nubes,
v. 293 s., ESTREPSÍADES: Yo también os adoro, santas Nubes, y quiero res- ponder a vuestros
truenos (45); a ello me obligan
el miedo y el temblor;
así es que,
sea lícito o no, quiero
desahogarme (46).
(45)
Vestrisque uolo tonitrubus oppedere.
(46)
Volo cacare.
Nubes,
v. 713-714, ESTREPSÍADES: Perezco
miserablemente; las chinches, que
bro- tan de esta cama, me muerden, me desgarran los costados, me chupan la sangre,
me ulceran todo el cuerpo
(85) y me matan.
(85) Et testiculos euellunt, et culum
perfodiunt.
Como se puede ver, la traducción
no es ni siquiera aproximativa, y sin más explicación que la que ya se daba en el prólogo, lo que el autor hace es reprodu-
cir en nota a pie de página
la versión latina de Brunck. Y, efectivamente, como ya
advertía el propio Baráibar según hemos recogido en cita más arriba, cuando lo nefando del vicio lo aconseja, mejor
no nombrarlo siquiera:
Acarnienses, v. 77-79, EMBAJADOR: Aquellos
bárbaros sólo tienen por hombres a los grandes glotones y borrachos.
DICEÓPOLIS: Y nosotros
a los libertinos e infames.
Ninguna nota indica
en este caso el verdadero
significado de «infames»:
simplemente, se ha reemplazado el término original (καταπÚγoνας) por la consideración que a Baráibar
le merece su referente. Los problemas se acentúan cuando el
traductor se enfrenta
a Lisístrata:
Ya en las otras piezas de Aristófanes habrán podido observar nuestros
lectores cuán poco se respeta el pudor y la decencia
en el teatro griego, por más que hemos tratado de disimular
sus desnudeces con el velo de una púdica perífrasis; pero en Lisístrata esta precaución es imposible, porque, estando basada toda la comedia en la singular
tortura decretada contra los hombres, todas las pinturas son de una libertad escandalosa, digna del obsceno pincel de Petronio, Marcial, Apuleyo o Casti. Así
es que, después de haber vacilado
mucho tiempo sobre si debíamos
verter al castellano sus impúdicas
escenas, sólo nos hemos decidido a hacerlo ante la consideración
de que los lectores tienen derecho a conocer completo
a Aristófanes, y aun con todo, nos hemos visto obligados
a poner en latín las escenas
de más subida obscenidad, por si esta versión, destinada, como todos los libros de esta especie,
sólo a personas ilustradas y maduras, llegase a
caer en manos inexpertas20.
Entre esos pasajes está el siguente:
Lisístrata, v. 107 s., LISÍSTRATA: ¡No queda un amante para un remedio, y con la defección de los Milesios se acabaron todos los recursos para consolar nuestra viudez! (17).
(17) Lit. Sed nec moechi relicta est scintilla. Ex quo enim non prodiderunt
Milesii, ne olisbum quidem vidi octo digitos longum qui nobis esset coriaceum auxi-
lium.
Hay que señalar que no estamos ante una versión cualquiera, sino ante la tra-
ducción publicada en la «Biblioteca Clásica», lo que ya era en sí mismo una garantía de bondad. En este caso, además, la introducción era del propio Menéndez
Pelayo. En el epígrafe de conclusiones, volveremos sobre esta cuestión y sobre cierta tensión perceptible entre estas traducciones, académicas y escolares,
y otras, nacidas en los márgenes y de la mano de eruditos
que eran a un tiempo
escritores.
3. Conclusiones
En todo ejercicio de traducción, como han puesto de relieve los actuales
estudios sobre el tema, se produce
un choque entre la cultura
de origen, la que ha producido el texto original,
y la cultura
de llegada, a la que ese texto se traduce.
Los diferentes modos
en los que el conflicto se resuelve, en función
de diversas variables,
como la fuerza relativa de las dos culturas
enfrentadas, o el lugar, central o periférico, que a cada una corresponde, constituyen también objeto preferente de los
pujantes Translation
Studies21. El caso que nos ocupa ofrece una singularidad: estamos ante obras cuya traducción no requiere justificación alguna,
ya que forman parte de una antigüedad que nunca ha visto cuestionado su lugar central
en el sistema cultural, y de las que se da por supuesto
que enriquecen la lengua y cultura del país que las recibe. Ahora bien, ese carácter incuestionadamente ejemplar, convierte en algo aún más problemático el que, aunque en contadas
ocasiones, el universo del discurso de los antiguos, sus creencias o costumbres,
se presenten como enteramente opuestas a las que rigen en la cultura
de llegada. En concreto,
hemos visto cómo la centralidad, diríamos, de la cultura grecorromana, es desplazada, en cuestiones de moral, por la centralidad de la cultura cristiana, y eso tanto en nuestro país como, obviamente, en el resto.
No obstante, hemos señalado diferencias entre la actitud
de los traductores de finales del siglo XIX y principios
del XX y los anteriores22. Ya no es lo habitual
encontrarnos con traducciones alejadas escandalosamente del original, ya
por la vía de la amplificación, ya por la de una censura que se practicaba de
manera natural y sin explicación alguna. Vemos, en cambio, que los prólogos y
las notas se han convertido en el lugar en el que los traductores reflexionan
acerca de este problema y aclaran al lector con qué tipo de versión se va a
encontrar 23. La censura, cuando la hay, es
advertida y, en última instancia, son las menos las veces en las que se le
hurta al lector el contenido real, aunque éste se deje en latín para evitar
males mayores. Lo que no resulta fácil es establecer límites claros, en lo que
se refiere a su actitud ante la censura, entre las traducciones que se publican
en el marco de colecciones como la «Biblioteca Clásica» y las que nacen en un
ámbito extraacadémico. La
complejidad de cualquier intento de tipologización reside en que, si bien de
mano de los académicos esperaríamos una mayor fidelidad al texto, también es
verdad que su público es, potencialmente, aquél al que más necesidad se siente
de proteger frente a las malas influencias, el de «las aulas de latinidad». Así, veíamos cómo los traductores
se debatían entre lo que consideraban su deber frente a los lectores y su
propia disconformidad con la obra traducida (recuérdese la introducción de
Longué y Molpeceres a su versión de El Banquete), optando en muchos casos por
ofrecer una versión latina que, pensaban, restringiría el acceso al original a
unos pocos ilustrados (es el caso de Baráibar en su Aristófanes). Pero entre la
resignación y el recurso al latín, todavía encontramos muchos matices: así, la
suavización de ciertas expresiones y términos admite diversos grados de
alejamiento del original y, por otra parte, en una edición no bilingüe es
difícil advertir cómo, en no pocas ocasiones, la traducción llevaba integrada
la propia valoración moral del traductor.
En fin, no resultó nunca fácil, como señalábamos, compaginar la actitud de
respeto y admiración por los clásicos con su absoluta incompatibilidad con las
costumbres de nuestra moral cristiana. De todas maneras, de vez en cuando, se dejó ver una
cierta actitud de comprensión avant la lettre del
horizonte de expectativas de sus contemporáneos, como , por ejemplo, en las siguientes palabras
de Mary Shelley en referencia a la traducción de El Banquete realizada por su marido:
It is true that in many particulars it shocks our present manners,
but no one can be
a reader of the works of antiquity unless they can transport themselves from these to other times and
judge not by our but
by their morality24.
Notas:
1.
Este trabajo se adscribe al proyecto de investigación Historiografía de la literatura grecolatina en España (II).
La Edad de Plata
(1868-1936), Grupo de Investigación Complutense 930136.
2.
E. MONTERO CARTELLE (1976), «Censura y transmisión textual en Marcial», Estudios Clásicos, 78, p. 344. Montero aborda, en este trabajo, la cuestión de los cambios introducidos en algunos de los manuscritos que nos han transmitido el texto de Marcial.
3.
Así, por ejemplo, el documentadísimo trabajo de H. VAN HOOF (1991), Histoire de la traduction
en Occident, Bibliothèque de Linguistique, Éditions Duculot, París, se circunscribe al estudio de la
traducción en Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y Países Bajos. Cada uno de estos países
es estudiado cronológicamente y, dentro de cada época, se dedica un apartado especial a las tra- ducciones de los clásicos
grecolatinos.
4.
K. J. DOVER (1980), «Expurgation of Greek Literature», en Les Études Classiques
aux XIXe
et XXe
siècles: leur place dans l’histoire des idées, Fondation Hardt, Entretiens, vol. XXVI, Ginebra, p.
55-89.
5.
La censura
ya había dejado
su huella en las primeras
traducciones al castellano de los poetas
líri- cos griegos, según puede verse en M. GONZÁLEZ GONZÁLEZ, R. GONZÁLEZ DELGADO, «La lírica griega: Safo, Anacreonte, Tirteo y Bucólicos», en F. GARCÍA
JURADO
y otros (2005). La historia de la literatura grecolatina
en el siglo XIX español: espacio social y literario, Málaga,
p. 181-204. Existen,
no obstante, significativas diferencias entre el alcance de la censura a finales del siglo XVIII y primera
mitad del siglo XIX y la actitud que nos encontraremos ahora en estos traductores
de finales del XIX y primeros años del XX. Véase también M. GONZÁLEZ GONZÁLEZ (2006),
«Traducciones grecolatinas y censura
moderna: el papel de los prólogos», Estudios
Clásicos, 130, p.
87-101.
6.
Cita recogida por
K. J. DOVER, op. cit., p. 57-58.
7.
Cita recogida por
K. J. DOVER, loc. cit., p. 57.
8.
El ensayo
original, con el título de «Discurso sobre
las costumbres de los antiguos
griegos relati- vas al tema del amor», puede leerse en traducción
castellana en PERCY B. SHELLEY (2001), Ensayos escogidos, prefacio, selección y traducción de BEL ATREIDES,
Barcelona, p. 45-61.
9.
Cita recogida en
K. J. DOVER, op. cit., p. 58.
10.
Cita recogida en
K. J. DOVER, loc. cit., p. 59.
11.
Páginas XIII-XIV
de la introducción.
12.
L. A. DE CUENCA (1984), prólogo a Platón. Diálogos: Critón, Fedón, El Banquete, Parménides.
Versión de Patricio
Azcárate, Madrid, p. 22-23.
13.
Señalemos que en todas
las ediciones posteriores de esta obra se repite
un error que no encontra- mos en el original: todas ellas dicen
«los Tribades».
14.
Páginas 22-23
de la introducción.
15.
Páginas 31-32
de la introducción a El Convite.
16.
PLATÓN (1923), El Banquete o Del Amor,
Eutifrón, La Defensa de Sócrates, Critón, traducción, prólogo y notas de Rafael Urbano, Madrid,
p. 9-10 de la introducción.
17.
Loc. cit., p. 15 de la introducción.
18.
Nos
referimos a esta obra como «el
primer Aristófanes castellano»,
ya que
se trata
de la
prime- ra edición completa de las comedias de este autor en nuestra lengua, aunque alguna de ellas había sido
traducida con anterioridad. Menéndez Pelayo sugiere
que José Antonio
Conde pudo haber traducido Lisístrata
(Biblioteca de Traductores Españoles, Santander, 1952, vol.
I, p. 360- 361). Don Pedro Estala
tradujo una comedia de Aristófanes:
El
Pluto. Comedia de Aristófanes, Traducida
del Griego en verso Castellano. Con un Discurso Preliminar sobre la Comedia Antigua y Moderna.
Por D. Pedro Estala,
Presbítero. En Madrid
en la
Imprenta de
Sancha Año MDCCX- CIV (1794). 46 páginas de
discurso preliminar, ocho sin
foliar de argumento y 102 de texto. La traducción está en romance
octosilábico (Biblioteca
de Traductores Españoles, Santander, 1952, vol. II, p. 47-48).
19.
Página 16 de la introducción. Citamos
a partir de la reedición
de 1972: Comedias de Aristófanes,
traducidas directamente del griego por Federico Baráibar y Zumárraga, Madrid, Librería y Casa
Editorial Hernando (1ª ed. 1880-1881). Viene precedida
de un prólogo de Marcelino
Menéndez Pelayo, firmado en Santander el 4 de enero de 1880
y titulado «Cuatro palabras acerca del teatro griego en España».
20.
Nota preliminar a Lisístrata, ed. citada, vol. II, p. 318-319.
21.
Véanse, entre otros títulos, I. EVEN-ZOHAR, «The Position of Translated Literature within the Literary
Polysystem», en L. VENUTI (ed.)
(2000), The Translation
Studies Reader, Londres y Nueva
York, Routledge, p. 192-197 (= Poetics Today 11, 1990, p. 45-51); C. ROBYNS (1994), «Translation
and Discursive Identity», Poetics Today 15.3, p. 405-428;
G. TOURY (1980),
In Search of a Theory of
Translation, Tel Aviv, The Porter Institute for Poetics and Semiotics.
22.
Remitimos, de nuevo, para ejemplos
tomados de la lírica griega y sus traducciones a lo largo del siglo XIX,
a M. GONZÁLEZ y R. GONZÁLEZ, op. cit.
23.
La importancia de los prefacios y las cartas dedicatorias que acompañan por lo general a las tra-
ducciones ha sido ya señalada,
por ejemplo, por M. A. VEGA (ed.)
(1994). Textos clásicos de teo-
ría de la traducción, Madrid:
«durante siglos, estos prefacios
serán el único corpus traductológi- co», p. 30. Véase, para el ámbito
grecolatino, M. GONZÁLEZ GONZÁLEZ, art. cit.
24.
Cita recogida en
K. J. DOVER, op. cit., p. 79.
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