Damián Tabarovsky publicó
esta columna que sigue en el diario Perfil
del 20 de febrero pasado. El libro al que alude, publicado hace ya algunos
años, circuló en España y en Latinoamérica a un precio francamente escandaloso (38 euros allá, más de 700 pessos en la Argentina).
Un libro, una tapa
Qué buena onda, dije yo, una amiga que volvió
ayer de España me trajo de regalo un libro reciente de Harold Bloom, de quien
había leído con mucho interés algunos de sus primeros libros, como La cábala y
la crítica o Poesía y creencia, antes de ir dejándolo de leer sumido, él, en
una trivialidad que aúna la total concesión al mercado con la supuesta garantía
de calidad que aporta el campus académico. No obstante, corrí hasta su casa (la
de mi amiga) y me hice del obsequio. Bajo un eficiente retractilado, impecable
y aún sin abrir, se encontraba La escuela
de Wallace Stevens. Un perfil de la poesía estadounidense contemporánea,
publicado por la editorial Vaso Roto, en un gran tomo de 534 páginas. En la
tapa aparece también, arriba del título, con una tipografía diferente y cuerpo
más grande, el nombre del autor (Harold Bloom) y, debajo del título, con un
cuerpo bien pequeño: “Edición, traducción y notas de Jeannette L. Clariond”. La
contratapa da cuenta de las ideas de Bloom acerca de la poesía norteamericana
del siglo XX (“Para Bloom dos son los libros capitales de ese período: Las auroras de otoño, de Wallace
Stevens, y El puente, de Hart
Crane”), y termina afirmando, acerca del libro, que “he aquí una obra
fundamental para entender una tradición poética”.
Pero gran
sorpresa me llevé al abrir el libro: es una estafa editorial. En verdad, la
“obra fundamental” de Bloom es una compilación de poemas de diecinueve poetas
norteamericanos del siglo XX, que ocupan casi el 90% de las páginas del libro,
cada uno acompañado con una breve introducción, de entre dos y cuatro páginas,
de Harold Boom. En ningún lugar de la tapa se informa al lector que lo que
tiene en sus manos es una compilación de poesía norteamericana del siglo XX,
donde Bloom sólo le dedica unas paginitas a cada poeta. Hay también un largo y
mediocre prólogo de la tal Jeannette L. Clariond (que en la tapa aparece como
“Edición, traducción y notas”, pero que ya en la portadilla su rol crece a
“Edición, traducción, prólogo y notas”), que comienza con una cita de William
Blake: “La imaginación no es un estado sino un mero acto de existir”.
Efectivamente, hay que apelar a la imaginación para suponer que éste es un
verdadero libro de Bloom y no un verso (perdón por el chiste fácil) que engaña
al lector. Estamos acostumbrados a ser estafados por los grandes conglomerados
multinacionales, ¿ahora también tendremos que habituarnos a que lo hagan las
pequeñas editoriales de poesía?
No
obstante, en esas pocas páginas, Bloom se las ingenia para pontificar sin cesar
en frases como: “Elizabeth Bishop es la única escritora libre (además de Robert
Frost) de la influencia de Whitman”, o “Los mormones han producido, hasta
ahora, solamente un genuino genio literario, May Swenson”. Quizá la única frase
inteligente la escribe Bloom a propósito de John Ashbery: “Apollinaire sugirió
sorpresa para el arte del poeta moderno pero ¿qué hay de sorprendente en un
grupo de poemas que no tolera relectura? Ashbery pudo haber recibido la
influencia de De Kooning, Kline, Webern y Cage, pero ninguno de estos artistas
enriqueció su obra […] Ashbery logra su mejor momento cuando, lejos de la
proverbial sabiduría revitalizante y al margen de las elipsis, se atreve a usar
el lenguaje directo de Stevens”.
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