En su
columna dominical del diario Perfil, el
14 de febrero pasado, Damián Tabarovsky
se refirió a un aspecto poco conocido de la obra de J. R. Wilcock, a quien los lectores ya frecuentaron como poeta, narrador
y traductor (ver en este blog la entrada del 6 de septiembre de 2009). Dicho lo
cual, si Tabarovsky no va hacerla, la recopilación que sugiere está disponible
para los editores que se animen.
Wilcock crítico
Primero a
fines de los 90 y principios de los 2000, en especial en Sudamericana, pero
también en Emecé, e incluso en Losada; y luego más recientemente en Huesos de
Jibia, y sobre todo en La Bestia Equilátera, la obra de Juan Rodolfo Wilcock
encontró nuevas ediciones y nuevos lectores. Mi amor por Wilcock hace que
vuelva sobre esos libros, que los ordene al lado de ediciones más viejas: El
caos, en el número original de Sur en que se publicó el cuento del mismo
nombre, la primera edición completa del libro en Sudamericana de 1974, la
segunda de 2000, y la de La Bestia Equilátera del año pasado, que incluye
nuevos textos, y así sucesivamente con los demás libros. No habría que
descartar que todavía queden libros y papeles inéditos, una correspondencia, y
tal vez más cosas. No lo sé. Sé, en cambio, que hay un libro de Wilcock que aún
no existe y que me encantaría leer, una faceta suya todavía no suficientemente
explorada y que ocupa un lugar interesante en su obra: el Wilcock crítico.
Entre muchas otras intervenciones en ese sentido, se destaca “Letras inglesas”,
la columna sobre literatura inglesa aún no traducida al castellano que publicó
en la revista Ficción a fines de los años 50. Es un Wilcock que, a mitad de
camino entre la crítica literaria y el periodismo cultural, comenta las
novedades del mercado anglosajón. Recuerdo una columna en la que simplemente
glosa los contenidos de los últimos números de las principales revistas
literarias inglesas, casi como un servicio al lector, como para “ponerlo al
día” de lo que sucede en ultramar. Recuerdo otra sobre Dr. No, de Ian Fleming,
novela crucial en la saga Bond, en la que Wilcock se interesa muy seriamente,
pero también con una sutil ironía, en los alcances de la literatura llamada
popular. Mi columna favorita se encuentra en el número 19 de Ficción
(mayo-junio de 1959) y se titula Lolita en Inglaterra. Son tres páginas en las
que da cuenta de la recepción (bajo la tríada censura, escándalo, best-seller) de la novela de Nabokov en
Inglaterra (pero también en Estados Unidos y en Francia) y en las que, entre
líneas, mecha su opinión sobre la novela. Es un trabajo finísimo de lectura de
la crítica sobre el libro, que comienza con el desplazamiento de Doctor Yivago
(sic) como “el libro de moda” y su reemplazo por Lolita. Luego Wilcock se
detiene en la reseña de Lionel Trilling, de quien dice: “Asume actitudes de
legislador moral (…) en un largo ensayo que no se distingue por su
inteligencia”. Repara más tarde en el artículo que V.S. Pritchett (de quien
casualmente –o no tanto– La Bestia Equilátera publicó dos libros) dedica a la
censura en Inglaterra: “Según Pritchett, la novela de Nabokov es
extraordinariamente ingeniosa, y en partes una obra literaria de excepcional
calidad. De todos modos, resulta bastante difícil verlo como un libro capaz de
inducir al pecado al lector corruptible”. Pero Wilcock se guarda lo mejor para
el final: “Lolita ha conseguido, y esto es lo más extraordinario, hacer
naufragar en el desinterés de la nación los esfuerzos de la beat generation, la
generación de los hipsters, encabezados por Kerouac, al demostrar que, frente a
una novedad de carácter tan absoluto, la obra de estos últimos no representaba,
en última instancia, sino un nuevo símbolo de una cosa ya bastante conocida”.
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