El pasado 19 de febrero, el periodista Ezequiel Martínez publicó la siguiente
columna en la revista Ñ. En ella se
habla sobre lo que puede pasar con la ortografía en el futuro inmediato.
La jubilación de la ortografía
Cuando el almanaque de marzo haya gastado la mitad de sus
días, la ciudad de San Juan de Puerto Rico empezará a ser sede del séptimo
Congreso Internacional de la Lengua Española. En ese encuentro, cada tres años
los académicos se reúnen para debatir de cara al mundo las últimas andanzas del
idioma que hablamos unos 559 millones de personas, según los datos del último
Anuario del Instituto Cervantes, El
español en el mundo, que se presentó en Madrid a mediados de enero pasado.
Si como dice el lema de la Real
Academia, la institución “fija, limpia y da esplendor” al español, de un tiempo
a esta parte los señores académicos se tomaron bastante en serio eso de pasarle
detergente y lavandina a las palabras. Desde que en el primer Congreso de 1997
en Zacatecas (México), el Premio Nobel Gabriel García Márquez arrugó el almidón
en el que habían planchado el castellano durante décadas para reclamar que se
jubilara la ortografía, los académicos entendieron que no se trataba sólo de
desinfectar las impurezas del idioma y sacarles brillo a las jotas, las zetas o
las haches, sino de andar con el oído más atento a las constantes mutaciones de
la lengua.
Tal vez por eso nunca como en lo
que va de este siglo han llovido tantos diccionarios y sus anexos: la última
edición actualizada del Diccionario
de la Lengua Española, elDiccionario Panhispánico de Dudas, el Diccionario de Americanismos,
la Nueva Gramática de la
Lengua Española , la Ortografía Básica Española … Es que durante los últimos Congresos
de la Lengua no sólo nos actualizaron la gramática y la ortografía, sino que
también nos agregaron nuevas palabras, pasaron a retiro letras como la ch y la
ll, rebautizaron a la y griega, la b larga y su prima la v más corta,
dejándolas sin apellido, y hasta permitieron que el uso de algunos acentos sea
a gusto del consumidor. También es cierto que verbos, adjetivos y sustantivos
brotan a velocidad de un correcaminos y es complicado seguirles el ritmo.
Otros diccionarios, como el
británico Oxford, eligen cada mes de diciembre una palabra que más o menos
resuma el año que pasó. La del 2015 fue emoji (emoticón o, según la corrección política de la
RAE, emoticono). Esos
iconos que transmiten emociones –alegría, tristeza, enojo, amor, sorpresa,
etc.– y que tanto se usan en los diálogos virtuales, tienen un don que hace
temblar los diccionarios: carecen de faltas de ortografía y no necesitan de
traductores ni intérpretes. Habrá que ver qué dicen los académicos sobre el
asunto.
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