Con la firma de un tal Juan Cruz, del diario madrileño El País, el 15 de marzo pasado se publicó la siguiente nota, que
tiene como protagonista excluyente al poeta y narrador colombiano Darío Jaramillo. Para leerla en
contexto hay que decir que entonces todavía no había pasado el Congreso de la Lengua que se celebró
en Puerto Rico. Luego, nótese la falta de imaginación de quien haya titulado el
suelto. Efectivamente, a los colombianos se les ocurren cosas. A los periodistas
españoles, aparentemente, no.
El amor en los tiempos de la lengua
A los colombianos se les ocurren estas cosas. Cuando los congresos de la lengua empezaron a ser célebres, y a celebrarse, por cierto, fue un colombiano, Gabriel García Márquez, el que propuso que se le diera una patada a la sintaxis como para que la lengua empezara de nuevo, sin tantas letras como tiene, sin tantas complicaciones como le enseñaban a él en las escuelas, sin tantas preposiciones. Hubo quienes temblaron, pero las academias se lo tomaron tan bien que incluso invitaron luego a Gabo a que visitara la cuna de todas ellas, la sede de Felipe IV, en Madrid. Luego ya fue como un académico in péctore; pocos escritores tienen tantas entradas en las explicaciones del diccionario de autoridades como esta autoridad que fue autor de El amor en los tiempos del cólera.
Pues ahora ha sido otro colombiano, Darío Jaramillo Agudelo,
el que se trajo en su mochila a un congreso, este que comienza el martes
próximo, una píldora para despertar a los académicos antes de que empiecen a
ocuparse de la lengua. Lanzó su gabada ayer
mismo, hablando con la muy buena novelista Milena Busquets,
la autora de También esto pasará; fue
a mediodía y hablaron del amor y de la lengua, cuando la gente en Puerto Rico
está distraída, pero relumbró lo que dijo: los académicos hablan mucho de la
lengua, pero no se ocupan de ponerla en su sitio, físicamente hablando. Pues la
lengua es una parte muy placentera del cuerpo, y no solo para escribir gracias
a su poderoso influjo.
Sí,
de eso habló Darío, el poeta: de que en el diccionario de la lengua no se dice
ni media de algunos usos que la lengua, lo que tenemos en la boca para
articular sonidos, también presta para gustar y para deglutir cuando casi nadie
nos ve. Dijo el escritor colombiano, para abrir boca: “Que en un congreso de la
lengua se proponga una mesa con el tema del amor, ineludiblemente lleva a
establecer unas relaciones que, no por obvias o por salaces, deben dejarse de
señalar. Sin prevenciones, para una mente menos zumbona que la mía, el amor y la
lengua pueden querer aludir a las palabras para decir el amor y, en mi caso
particular, la expresión poética del amor”. A lo que quería llegar Jaramillo
era al “lado lúbrico (y lubricante) del asunto: la lengua como instrumento del
amor, la lengua que no está modulando palabras de amor sino la lengua, cómo
decirlo, ejecutando el amor. La lengua que besa, la lengua que lame, la lengua
que chupa, la lengua que explora”.
A él mismo le parecía que este comienzo podría considerarse
inadecuado para un congreso así, pero ya basta de pudores y denunció uno, el
pudor del idioma castellano, “cuya pudibundez es casi beatería, pues transfiere
a otros idiomas los nombres de las faenas de la lengua utilizada como
instrumento de goce. Para precisarlo de una vez: salvo el beso, que tiene su
palabra en nuestro idioma, quizás porque, como decía Juan Legido, ´el beso en
España lo lleva la hembra muy dentro del alma`, salvo el beso, las más mentadas
y deliciosas funciones eróticas de la lengua llevan su nombre en otros idiomas. Miné, fellatio, cunnun lingus son palabras sin equivalente exacto en
español, que nos llevan a Francia y a la antigüedad latina para designar
asuntos incorporados a nuestros más placenteros instintos sexuales”.
Acudió Jaramillo a una autoridad nueva en estos trances, la Wikipedia , que sí habla
del “sexo oral”. “Por puro reflejo de quien rindió tantos exámenes”, explicó el
poeta, “el sexo oral suena como lo contrario a sexo escrito. Pero no”. Y desde
ahí se lamentó: “El habla adopta expresiones de otros idiomas para designar los
usos de la lengua como potenciador del sexo. Para esas prácticas parece no
haber nombres en el castellano de la academia. Se pone uno a buscar y resulta
que la labor de los labios y de la lengua sobre el órgano sexual masculino se llamafelatio y
la misma labor sobre el clítoris y la vagina también está bautizada con una
expresión latina, cunnun lingus aunque
también es llamada la miné. A propósito, en este contexto tengo que citarlo
con regocijo, busqué en el DRAE la definición de miné y me dio un significado que podría muy
bien ser una metáfora de la miné como
actividad de la lengua salaz: “abrir caminos o galerías por debajo de tierra”.
Partidario de la igualdad en todo, también en los usos de
la lengua, Darío Jaramillo hizo este reconocimiento que es también una
protesta: “Debo reconocer que el diccionario de la Real Academia
reconoce la castellanización de la felatio con
la palabra felación, que
define lacónicamente con cuatro palabras: ´estimulación bucal del pene`. Pero
el Diccionario oficial comete una injusticia, una discriminación entre los
sexos, pues ¿por qué se castellaniza la estimulación bucal del pene pero no se
castellaniza la estimulación bucal de las intimidades de la mujer?”
Ese retraso para poner la lengua en los sitios por donde
transita le sirvió a Darío Jaramillo a elogiar tanto el latín como “el habla
del común” que van por delante en el acto de expresar “ese mundo lascivo y
lujurioso del mismo instrumento del habla”.
No se detuvo ahí, claro, el poeta; para rematar este
aperitivo lingüístico al congreso que dentro de nada amanece citó a grandes
poetas (desde Quevedo y Lope a Vallejo y Rubén) para explicar hasta qué punto
la poesía ha acariciado con maestría (y sin pudor, a veces) lo que el amor dice
y no sólo con la lengua.
Fue un
aperitivo exquisito que agarró a San Juan de Puerto Rico haciendo la siesta y
quién sabe, hablando de amor, como estuvieron haciendo Milena Busquets y Darío
Jaramillo. Gabo, que tanto escándalo logró, fue un conservador al lado de su
paisano, que luego se fue a escuchar por la radio cómo el Medellín ganaba al
fútbol.
Muy hondo el artículo. Nos recuerda sobre todo que chupar las medias es también una actividad esencialmente oral y que Juan Cruz arrastra desde hace décadas la corona del chupamedias más grande del Reino. De cualquier reino. Tanto que para disimular ese inmenso prestigio comete errores a propósito: García Márquez nunca habló de sintaxis, habló de ortografía.
ResponderEliminarTambién para disimular que es un chupamedias ecuménico a veces entona boleros de ventana en ventana. Y así le tocó a Busquets a la que califica de gran novelista, epíteto homérico que llevan unos millones de personas a las que Cruz consideró grande en algo. Como última agente española de la Chick lit (búsquese) Busquets representa lo que podría llamarse una traducción libre de
Diario de un ama de casa desquiciada de Sue Kaufman que tradujo (esta vez se supone en serio) la propia Busquets. Y de este modo entre Cruz, Busquets, el homenaje a Llosa que le organiza Vargas y esas conversaciones obscenas van pasando los días y cayendo como hojas secas en el ya putrefacto fango.