miércoles, 30 de marzo de 2016

"Es muy ingrato dedicarse exclusivamente a la traducción literaria"


En la edición española de Letras Libres, el escritor Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) realizó una entrevista con la traductora Marta Rebón (Barcelona, 1976). Se publicó, en el marco de un dossier sobre traducción, en el mes de febrero de este año.


“Una buena traducción debe causar en el lector
la impresión que el autor pretendía producir”

"Convertirme en traductora de ruso no fue algo muy meditado –dice Marta Rebón (Barcelona, 1976), que ha llevado al castellano y al catalán obras de autores como Borís Pasternak, Vasili Grossman, Vladimir Nabokov, Mijaíl Bulgákov, Lev Tolstói, Svetlana Alexiévich o Iliá Ehrenburg–. Después de estudiar la carrera de Humanidades, hice la de Filología Eslava. Fui a estudiar a San Petersburgo para hacer cursos de lengua y allí, en una librería, descubrí la novela de una autora casi desconocida en España. La leí, me gustó e hice la propuesta de traducción a la editorial Anagrama. Tuve suerte, pues Jorge Herralde me recibió en su despacho y me dio la primera oportunidad de traducir de esta lengua. Previamente, ya había vertido un par de títulos del inglés.”

–Ha traducido obras monumentales y clásicos de la literatura del siglo XX. ¿Cómo se enfrenta a una obra como Vida y destino o El doctor Zhivago?
–Cada libro es diferente. En el caso de Vida y destino, acababa de llegar a Bruselas con una beca para estudiar en una facultad de traducción y terminé perdiendo el trimestre porque la novela me absorbió en todos los sentidos. De repente, el estudio que había alquilado se convirtió en una especie de mapa de Rusia, lleno de voces y del fragor de las batallas. Mientras me apropiaba del texto de Grossman, sentí una auténtica simbiosis. Es el libro que más me ha marcado de los que he traducido. Grossman es uno de los escritores que más admiro: lúcido, comprometido y valiente. Valoraba sobre todo la bondad y veía que esta cualidad no siempre procedía de la gente más instruida. Por lo general, traducir clásicos cuesta especialmente, pues las expectativas son tan altas que el reto requiere mucha fortaleza mental. Además, estos libros rusos fácilmente alcanzan setecientas e incluso mil páginas. En cuanto a El doctor Zhivago, lo traduje mientras vivía en Quito. Era curioso compaginar la estepa siberiana con las latitudes tropicales del ecuador. Tuve la impresión de conectar con su prosa cristalina, exuberante y sinestésica, es bueno cuando tienes esa sensación.

–¿Cómo es el proceso más habitual? ¿Lee el texto varias veces antes de ponerse a trabajar? ¿Cuántas revisiones realiza?
–Lo ideal sería leer el texto original varias veces y revisar la traducción a voluntad. Además, cuando se trata de obras clásicas, no se puede obviar toda la bibliografía especializada que ha generado ese texto. Pero, en la práctica, no se suele conceder ese tiempo y hay presiones para que la traducción se haga en un plazo mínimo. Las revisiones cada vez son más superficiales y es habitual que, cuando la editorial te envía las correcciones, te dé dos o tres días para revisarlas…

–Ha traducido obras que ya se habían traducido antes. ¿Cómo utiliza las versiones previas en la lengua de destino y en otros idiomas? ¿Las traducciones son ahora mejores que antes?
–Intento consultar todas las versiones disponibles en los idiomas que domino. En mi caso, prefiero traducir libros que no se hayan traducido previamente al español o al catalán, pues cuando hay una versión precedente en mi lengua me siento más “encorsetada”. Todas las herramientas son pocas cuando se trata de volcar textos complejos nacidos en circunstancias tan alejadas de las propias. Es una suerte que en la última década se haya dado un salto tan gigantesco en cuanto a hacer pesquisas y consultas muy específicas casi al instante. Cuando empecé a traducir aún utilizaba diccionarios de papel.

–Muchas de las obras que ha traducido tienen un componente histórico o biográfico. ¿Tiene que realizar una labor de documentación? ¿Introduce elementos de contexto para que el lector no se pierda o cree que el texto debe tener la misma dificultad en una lengua y en otra?
–Sí, la labor de documentación es muy importante antes de sentarte a traducir. Leer sobre el tema es esencial para poder visualizar con claridad lo que se narra. Como traductora, soy muy partidaria de hacer notas aclaratorias cuando sea necesario y añadir un epílogo o prólogo para contextualizar la obra. He traducido autores rusos como Gueorgui Vladímov y Lidia Chukóvskaia, por citar solo dos, de los que apenas hay referencias en español. En el caso del primero, de quien traduje una formidable novela titulada El fiel Ruslán, no propuse complementarla con un texto introductorio y luego lo lamenté al leer algunas reseñas, pues era obvio que les faltaba saber las motivaciones y el momento en que fue concebida. En el caso de Chukóvskaia, sí que lo hice y te das cuenta de que tanto lectores como críticos lo agradecen.

–¿Cree en el concepto de fidelidad en la traducción? ¿Qué es lo que intenta expresar en su lengua en una traducción?
–Me gusta citar una frase de Borges: “El original es infiel a la traducción.” Pero, como me dijo un famoso editor, somos esclavos del texto. No es una imagen muy seductora, aunque refleja bien que hay unos límites que no se deben traspasar. A medida que voy acumulando años de oficio, lo que me parece fundamental es que el texto esté “afinado”, que haya eufonía cuando la tenga que haber, aunque también se debe ser fiel a los titubeos, a la sintaxis propia del autor. Una buena traducción no tiene por qué concordar mecánicamente con el original, pero, sin traicionarlo, debe causar en el lector la impresión que el autor pretendía causar. 

–Traduce de varias lenguas: el ruso, el inglés, el francés, el italiano. ¿Cambia la experiencia?
–Mayoritariamente traduzco del ruso, porque son los encargos que me llegan, aunque me gustaría alternarlo más con otras lenguas. Ahora mismo, que vivo en Tánger, preferiría traducir del francés o del inglés, que son las lenguas con las que convivo. Siento predilección por el italiano, lengua que nunca he dejado de leer desde que hice una beca Erasmus en Cerdeña. Con estas lenguas, hay una proximidad que me facilita la traslación. Pero la distancia del ruso a veces tiene la ventaja de que no tiene contaminación de tu lengua.

–¿Cuáles son los traductores que admira especialmente y qué admira de ellos?
–Por citar dos, Andreu Nin y Josep Mª Güell. Andreu Nin demostró que la traducción literaria también puede ser una actividad propia de un hombre de acción, desmintiendo el estereotipo del traductor como ratón de biblioteca. A su vuelta de la Unión Soviética, después de granjearse la animadversión de Stalin, trasladó al catalán grandes obras de las letras rusas con gran sensibilidad literaria. También me parece entrañable Josep Mª Güell, un hombre sencillo de Tarragona, que compaginaba su labor como traductor de novelas con su trabajo en una ferretería. Militante del psuc, estudió el ruso de forma autodidacta y concibió la traducción de esta lengua al catalán como una singular lucha contra el franquismo, haciendo suya también esta manera de entender la traducción como una forma de rebelión.

–¿Le interesa la teoría de la traducción? ¿En qué ha cambiado su visión de la traducción en estos años de práctica?
–La teoría de la traducción no me interesa demasiado, y menos todavía lo que se pueda argumentar desde la comodidad de una plaza universitaria. La dinámica editorial es un torbellino que poco tiene de comodidad y de condiciones ideales. Como dijo Nadiezhda Mandelstam, cuando se enteró de las críticas que Nabokov le hacía a Robert Lowell por las versiones de los poemas de su marido: “Toda traducción es una suerte de adaptación. Todas son buenas y, de alguna manera, insatisfactorias. Estemos agradecidos por lo que es bueno y nunca contestemos con insolencia al traductor por lo que no nos haya satisfecho… Quienes no estén satisfechos pueden acometer la tarea una vez más. Es la única manera de criticar una traducción.”

–Dos lamentos frecuentes de los traductores son la falta de reconocimiento y las malas, y cada vez peores, condiciones laborales. ¿Comparte esas preocupaciones? 
–Sí. Más de una vez he pensado en dejarlo para volcarme en otros proyectos que tengo abandonados. Me gustaría no renunciar del todo en un futuro, pero es muy ingrato dedicarse exclusivamente a la traducción literaria. En mi opinión, una sociedad que subestima a sus traductores y les niega su condición de escritores y creadores se ve abocada al peligro de una cultura más pobre. ~

1 comentario:

  1. Sergio Rozas Olavarría, sergio.rozas@vtr.net30 de marzo de 2016, 11:56

    Muy interesante el artículo, pienso que en la traducción lo más importante es el respeto por la obra original. Particularmente traduzco poesía desde español a francés, y si debo hacer pequeños sacrificios en la sintaxis, me parece válido, si con eso mantengo la fidelidad para con la obra original. Creo que interpretar la obra conlleva el riesgo de que lo traducido sea un nuevo texto que no se condiga con el original.
    Felicitaciones por el blog. Es un gran aporte.

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