En
la entrada de ayer se hablaba de la falta de imaginación de algunos noteros ibéricos.
En la de hoy vamos a hablar de la imbecilidad de actual rey y del vetusto
director del Instituto Cervantes. Al menos es lo que se deduce del artículo publicado
el 16 de marzo pasado en elnuevodía.com por Eduardo Lalo (1960), novelista portorriqueño ganador del Premio “Rómulo
Gallegos”.
Actos de barbarie
Soy
uno de los invitados al VII Congreso Internacional de la Lengua Española ,
cuya “solemne sesión inaugural” se celebró en San Juan en la mañana de ayer con
la asistencia de diversas autoridades, entre las que destacaban los Reyes de
España y el Gobernador de Puerto Rico.
El
primero de una larga serie de discursos estuvo a cargo de Víctor García de la Concha , Director del
Instituto Cervantes, quien hizo un épico, minucioso y autocomplaciente listado
de los pasados congresos. Cuando se ocupó del que ayer fue inaugurado, el
Director del Instituto Cervantes recalcó el hecho de que era la primera vez que
no se celebraba en Hispanoamérica y destacó que fuera en un territorio que se
ha empeñado en preservar el legado histórico que incluye, según él, la lengua española
y los lazos de sangre.
Debo
confesar que quedé sobrecogido por su imprudente barbarie. Un funcionario que
ejerce un cargo importante y oficial, que ha tenido tres años para comprender
la situación puertorriqueña, nos saca sin más, en un par de frases, de nuestro
ámbito natural y cultural.
Poco
después, en el discurso del Rey Felipe VI, se nos anuncia que está contento de
visitar junto a la Reina
a Estados Unidos y de descubrir un lugar donde el español “mestizo” alterna con
el inglés. Luego añadiría que éste “no es el lugar para tratar la historia de
Puerto Rico”.
Pues
sí, Majestad y señor de la
Concha , este Congreso es el lugar y la ocasión perfectos para
tratar esa historia. ¿Dónde sería más pertinente y apropiado?
Puerto
Rico no es parte de Estados Unidos, sino un territorio invadido por esa nación
en la Guerra
Hispanoamericana de 1898. Entonces España cedió esta tierra
en el Tratado de París como botín de guerra, sin defender ni considerar en lo
más mínimo, la suerte de sus habitantes.
Si
Puerto Rico, luego de casi 118 años de agresiones y presiones estadounidenses,
ha preservado la lengua española y su cultura caribeña y latinoamericana, y las
ha desarrollado tanto o más que otros países de América, ha sido por la
voluntad, la resistencia y la energía creativa que poseemos. Ignorar
olímpicamente el grave problema político de Puerto Rico, del que también son
responsables tanto España como Estados Unidos, es cuanto menos un acto de
inconsciencia o ignorancia y, además, una violencia dirigida a nosotros que
somos sus anfitriones. A un país y a un pueblo no se le invisibiliza ni se le
saca de la familia de pueblos americanos, para echar hacia adelante una
estrategia errada, condenada al fracaso, dedicada a respaldar el español en los
verdaderos Estados Unidos.
Una
vez más comprobamos la mojigatería de España y de otros pueblos americanos, que
ante la tragedia colonial de Puerto Rico, actúan como si ésta no existiera y
nada tuviera que ver con ellos.
No
vale el protocolo, el autobombo, la celebración miope e inconsecuente.
Esperábamos más lucidez, solidaridad y responsabilidad de los que han optado
por proferir hoy ante sus anfitriones tantas palabras vacías y bárbaras.
Ni
la cultura ni la lengua son adornos para nosotros. Constituyen lo que nos ata a
la vida y lo que nos permite día a día luchar encarnizadamente contra las
condiciones históricas que hemos padecido y que aún padecemos. Proponer que
“que éste no es el lugar para tratar la historia” de nuestro país equivale a no
respetarlo.
Creo
que no exagero cuando afirmo que no hay un país más hispanohablante que el
nuestro, porque ninguno de nuestros hermanos ha sufrido las constantes
agresiones culturales a las que nosotros hemos sabido sobrevivir. Si el señor
de la Concha y
el Rey Felipe pretenden tener alguna pertinencia y credibilidad como líderes de
una comunidad lingüística, tendrán que enfrentarse a las vicisitudes de la
historia de América. Y a esa historia pertenece, con derechos plenos, como un
igual entre iguales, Puerto Rico. Ese enfrentamiento con la barbarie de la
historia es lo que nosotros, los puertorriqueños, hemos hecho sin respiro por
demasiado tiempo, solos, sufriendo también la incomprensión y la ignorancia de
los miembros de nuestra familia.
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