El sábado 12 de noviembre pasado, Reyes Martínez Torrijos publicó en La Jornada, de México, la siguiente entrevista con el traductor Arturo Vázquez Barrón, flamante
presidente de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios. En la volanta de
la nota se lee “Ese arte no es un código de buena conducta textual, dice
experto a La Jornada”.
La literatura es subversiva, es anomalía,
y traducir implica respetar la
topografía de lo escrito
La traducción literaria adaptativa, que apuesta a la conservación
del sentido, ha prevalecido en Occidente sobre la literalista, más
interesada ésta en la letra como forma física del texto, señala Arturo Vázquez
Barrón, presidente de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios
(Ametli).
El problema no es apostar a una de las dos formas de traducir como si
fuera superior. Parecería que la buena traducción es la que no tiene atorones y
lees como si hubiera sido escrita en español, que todos los textos de
literatura extranjera están escritos de manera fluida. Eso es un completo
contrasentido porque la literatura no es un código de buena conducta textual,
explica en entrevista a La Jornada.
“La literatura es subversiva,
es anomalía, tiene que ver con formas de escribir desligadas del buen decir,
porque si no no podríamos distinguir a un autor de otro; es decir, el autor
apuesta a decir cosas extrañas y que son extraordinariamente únicas.
Apostar a que las buenas traducciones tienen que leerse como si fueran
objetos inertes, sin ningún tipo de relevancia o topografía, sin ninguna
anomalía es apostar a matar la literatura.
El metatexto, casi en
desuso
En la actualidad, considera Vázquez Barrón, ya casi no se práctica el metatexto,
escrito donde el traductor presenta su traducción a los lectores. El
crítico, antes de determinar si la traducción es buena o mala, debería tener la
posibilidad de ver ese texto con el que se presenta el trabajo, qué es lo que
trató de hacer y los problemas que enfrentó; qué es lo que no pudo traducir, lo
que decidió no traducir y para qué lado se fue. Esa es una mina de conocimiento
sobre el documento traducido, originado en el proyecto del traductor.
Lo que ocurre, en contraste, es que la “traducción se lee y se
establecen criterios de crítica o de ponderación desde una lógica binaria
elemental: denuestan la traducción diciendo que es muy mala y contiene ‘gilipollas’
españolismos o argentinismos y lo que suene extranjero, o porque se detectó en
la traducción algunos contra o falsos sentidos y se concentra la atención en el
microtexto; o bien, se dice que es buenísima la traducción, fluye solita,
parece que está escrita en español, no tiene ningún atisbo de rasgos
extranjerizantes, no suena a traducción”.
El presidente de la naciente Ametli deplora que desde la crítica y
desde el mundo que supuestamente aprecia la buena literatura parece que se
apuesta a matar la buena literatura, porque mientras más anómalo sea un texto,
con registros vernáculos, coloquialismos no lo vas a poder trasladar hacia la
franja lingüística neutral porque todos tenemos peculiaridades y formas de
designar ciertas cosas; parece que te están pidiendo desaparecer esas
características del texto original para que en el momento de la lectura nadie
se sienta inquieto, a disgusto, perturbado o confrontado.
Y ejemplifica con un texto imaginario con una serie gigantesca de
neologismos. El traductor se tiene que poner al tú por tú con el autor y tratar
de hacer procesos neológicos similares, encontrar juegos de palabras,
metáforas, adjetivaciones insólitas, que por lo general pueden parecerle raras
al editor y al corrector de estilo.
Por ello, la crítica a la traducción literaria debe tratar de
ubicar dónde está la figura del traductor respecto de su texto, qué
hizo con él, qué manera de traducir prefiere, si es más adaptativo o más
literalista; se debe tratar de ubicar dónde se asentó el proyecto de traducción.
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