Pedro Serrano publicó la siguiente columna de opinión en el
Periódico de Poesía N° 93, correspondiente a octubre de este año. En ella,
apoyándose en la figura de Tomás Segovia, poeta español radicado en México,
reflexiona sobre la relación entre la traducción y la escritura de poesía.
Tomás
Segovia, traductor
Un poema en traducción es a la vez y de manera simultánea un poema y una traducción. Esto, que parece una obviedad, no es tan simple. Para hurgar en ello hay que ir no a su resultado sino al inicio de su escritura, y nada mejor que enfocar esto en Tomás Segovia, quien durante toda la vida a la ez escribió poemas, tradujo poemas, tradujo otra clase de textos y reflexionó agudamente sobre estos temas.
Comenzaré por decir que la relación entre la traducción de poesía y la escritura de poesía es íntima, necesaria para quien la realiza, pero incluso aquí, en estos orígenes, difícil de explicar. Recordemos que estamos viendo esto en sus orígenes, es decir desde el acto de traducción de un poema, no desde su resultado. Sin embargo, decir “desde sus orígenes” presenta ya un incordio. ¿Dónde están los orígenes de la traducción de un poema?
Adelantaré que no están en el poema supuestamente original, sino en el hecho mismo del inicio de su traducción. Digamos que la traducción de un poema es su propio nacimiento, no antes ni después. En este sentido, la traducción de poesía, vista como un hecho, está llena de meandros, se desdibuja en los momentos o instancias en que creemos asirla y su aparición inobjetable pone en relieve perfiles que no se suelen observar.
Dicho esto, adelantaré una cosa más, ya no sobre el poema sino sobre quien hace un poema en traducción: traducir un poema hace surgir a otro poeta, inesperado, nuevo, pero tan verdadero y valido como el que habíamos leído o escuchado o visto en sus versos propios. Esos orígenes son ya de por sí complicados. Quien se pone a traducir un poema está empezando donde algo ha sido, más que terminado, abandonado, para retomar el concepto de Paul Valéry de que un poema no se termina sino que se abandona. Quien traduce un poema lo recoge donde se le abandonó, regresa aguas arriba hacia sus orígenes, y desde ahí vuelve a avanzar, para abandonarlo de nuevo.
Para quien traduce un poema, el origen de ese poema en traducción no está en el poema en la otra lengua (así esquivamos el término “original”, que nos mete en incómodos y perdedizos berenjenales), sino en el momento en que tal persona se sienta y empieza a abrir la vaina del poema en sus dos hojas, la de la lengua en que fue escrito y la de la lengua en que va volviendo a aparecer, y a desgranar las nuevas palabras del poema. Como en un acto de magia, los granos que van surgiendo, que antes habían aparecido en una lengua, ahora lo hacen en otra.
Podemos decir ahora, para que esto quede más claro, que es en este momento, palabra por palabra en una nueva lengua, cuando el poema en traducción comienza a aparecer. Y también, cuando el poeta traductor empieza a serlo, traductor, y poeta. Si un poeta nace junto con el primer poema que escribe (y vuelve a nacer cada vez que escribe uno), un poeta en traducción nace con el poema que está traduciendo.
Separarlos así nos va a permite ver dos perfiles más de esta serpentina múltiple: así como un buen poeta no es necesariamente un buen traductor de poemas, un buen traductor de poemas no tiene que ser por fuerza un buen poeta. Dicho de otro modo, hay quienes escriben muy buenos poemas pero hacen muy malas traducciones de poesía (incluso cuando puedan ser excelentes traductores de otro tipo de textos); hay otros a quienes no se les da escribir un buen poema pero que a la hora en que se sientan a hacer una traducción resultan ser unos virtuosos, y hay, finalmente, quienes son buenos poetas en su propia lengua y buenos poetas en traducción.
Ahora bien, es importante que no nos confundamos. El poeta traductor y el poeta en su propia lengua son y no son la misma persona. Digamos que el poeta traductor es otro, muy distinto, irreconocible desde sus propios versos. Quizás por esa, digamos, “inconsecuencia”, al poeta que escribe no lo reconocemos en los versos traducidos. Lo sentimos ajeno a esos versos, irresponsable en el fondo de su autoría. Yo diría entonces que el primer síntoma de que alguien es un buen poeta en ambos campos es que sus poemas en traducción y sus poemas en propia lengua no se parezcan. Dicho de otro modo, si a un poeta lo reconocemos en un poema que ha traducido es que estamos frente a una apropiación, no una traducción.
Por el otro lado, y para regresar al origen de esta vaina, si un poeta, por un supuesto respeto al original, abandona por completo su vocación o voluntad poética, lo que va a presentar va a ser una traducción, sí, pero nunca un poema. Es decir, para traducir un poema hay que dejar un poco de lado todas las reglas, normas y consejos de cómo se hace una traducción.
De la misma manera, para escribir un poema hay que dejar un poco de lado todas las enseñanzas de cómo se debe escribir. Esta es la explicación de que haya poetas magníficos cuyas traducciones son pésimas, y de que haya otros, grandísimos poetas al traducir, que quizás nunca hayan escrito un buen verso original. Unos no dejan las reglas al escribir y los otros no las dejan a la hora de traducir.
El caso del traductor de poesía que no escribe poemas originales o cuyos poemas originales no son de valía merece una reflexión aparte, pero en este momento, como en quien estamos pensando es en Tomás Segovia, quiero enfocarme en aquellos individuos que hacen buenos poemas en traducción y buenos poemas en propia lengua. Como señalé al principio, la regla de oro es que dichos poemas no se parezcan.
Digamos que habría que empezar a ver al traductor de poesía un poco como a los heterónimos de Fernando Pessoa. Todos son Fernando Pessoa pero todos son poetas distintos. De la misma manera, un poema traducido por Tomás Segovia forma parte de la obra de escritura de Tomás Segovia pero es muy distinto a los poemas firmados por Tomás Segovia.
Por lo tanto, hay que empezar por pensar la traducción de poesía dentro de la obra de Tomás Segovia como parte sustancial de su propia poesía, pero también como cosa ajena al universo poético en el que reconocemos a Tomás Segovia. Es decir, unos versos traducidos por Tomás Segovia son tan suyos como los que llamamos originales, como los firmados por su puño y letra, pero al mismo tiempo son absolutamente ajenos al corpus de tal obra original.
Decir esto tiene un consecuencia inmediata en el reconocimiento de una obra, pero también produce un nuevo trazado de la literatura en una lengua. De la misma manera, un poema escrito originalmente en otra lengua, una vez traducido al español pertenece por derecho propio a la literatura en español.
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