La traducción de una emoción
Juan Peña |
Para
ser un pueblo no particularmente grande, Paradas (Sevilla)
puede presumir de tener entre sus hijos a dos poetas de fuste: el primero es Javier Salvago; el segundo, (en edad), Juan Peña. Nació este en 1961, y es conocido sobre todo
por sus letras flamencas, pero tiene en realidad una obra amplia y polifacética a sus espaldas. En La misma monotonía (2013) reunió una
antología de sus versos. Luego ha publicado Destilaciones (2016).
Ahora, en la colección Nuevas Traducciones de editorial La Isla de Siltolá,
ofrece El poema extranjero, una
colección de versiones a partir de poemas en alemán, inglés, francés e
italiano. Hace así, ampliando el número de lenguas pero con una muestra mucho
más breve, algo parecido a lo realizado por Jordi Doce que
quedó comentado aquí no hace mucho.
La citada colección de Siltolá la integraban de momento solo dos volúmenes
de Hilario Barrero: Lengua de madera y A quien pueda interesar. Peña traduce aquí a Hölderlin, Keats, Leopardi, Baudelaire, Yeats, Kipling, Rilke y Dylan Thomas. Los poemas traducidos son,
respectivamente, "A las Parcas"; un
fragmento de Endymión, las
justamente célebres odas a
un ruiseñor y a una urna griega, y "Brillante estrella"; "El infinito" y "A Silvia"; "Correspondencias"; "Innisfree, la isla del lago", "Un aviador irlandés prevé su muerte", "Lo que he vivido" y "El viaje a Bizancio"; "Si"; "Torso
de Apolo arcaico"; y, finalmente, "Y
la muerte no tendrá dominio". La edición es bilingüe,
lo que es casi atrevimiento teniendo en cuenta lo mucho que se apartan a veces
las traducciones de los originales.
En
la Nota del autor, Peña advierte: “En ocasiones, sin premeditación, se me ha
impuesto la traducción de una emoción más
que la traducción literal de las palabras que
crearon esa emoción. De ahí que mis errores se deberán no sólo a mi impericia filológica, sino a que yo, como lector, acaso haya leído
una emoción equivocada en un poema extranjero.” Lo cierto es que
multiplica a veces el número de versos, añade alguna estrofa, rompe las
medidas, estira un soneto.
Sorprende que elija prolongar los endecasílabos de "El infinito", el estremecedor poema
leopardiano, cuando tan fácil es emplear ese molde también en español. Cierto
que muchos lo han hecho así antes, y que quizá para distinguirse Peña haya
optado por esta escansión más libre, a menudo alejandrina. Mucho más ceñido, "A Silvia" tiene la melodía exacta y
traidora capaz de llenar de lágrimas los ojos: “¿Aún recuerdas, Silvia, aquel
tiempo / de tu vida mortal, / cuando ardía en tus ojos la belleza / de una
mirada tímida y risueña, / y alegre y pensativa / iniciabas la breve juventud?”
En "Un aviador irlandés prevé su
muerte", este título que
tomó prestado Justo Navarro, adopta una
solución plausible en un pasaje que incomoda a los traductores, ese waste of breath aplicado a
los años transcurridos y a los venideros, que no tiene fácil correspondencia y que en
todas las traducciones que conozco me resulta insatisfactorio. Peña vierte: “en
los años vividos, inútiles, vacíos, / en los años que aún habría de vivir, /
inútiles, vacíos.” Por su parte, el And death shall have no dominion de Thomas se convierte en el algo simple “No vencerá la
muerte”, aunque se respeta el título literal de Y la muerte no tendrá dominio.
A
poco que se hurgue se apreciarán las disparidades,
pero también no pocos aciertos.
Así, el sylvan historian de
Keats se convierte en “inmutable rapsoda”. Lo importante es que los poemas
traducidos en este libro se pueden leer de manera autónoma, con olvido de que
sean traducciones.
El soneto de Rilke es
un buen ejemplo de ello. Su primer cuarteto es ya da una musicalidad elegante y
evocadora que, de haber escrito en español el poeta praguense de lengua
alemana, ya habría querido para sí: “No vemos la cabeza mitológica / con ojos
que brillaron como gruta madura. / Pero su torso fulge con un fuego / que ha
llegado hasta aquí, intacto y mutilado”.
Dije antes que Peña es autor de letras flamencas.
Esto me hace recordar que hace poco se celebró en la Residencia de Estudiantes un
homenaje a Federico García Lorca con motivo del 120 aniversario de su
nacimiento, en el que se prodigó la música, incluida la de la becqueriana arpa, y se leyeron traducciones del
poeta granadino al inglés y al irlandés. Theo Dorgan recitó
sus versiones gaélicas, que es un idioma que viene muy bien al estro popular de
Lorca, poeta que ha sido muchas veces traducido por sus colegas irlandeses. Son
especialmente atinadas las versiones que hizo Michael Hartnett en Gypsy Ballads a partir del Romancero gitano. En la tierra de Yeats, Lorca
es muy apreciado, y no es raro al hojear los volúmenes de la sección de poesía
de Hodges Figgis, la librería dublinesa
citada en Ulises, hallar citas y
versiones de nuestro compatriota.
Traducir poesía no
es solo atenerse a las palabras, a la métrica. Como bien observa Juan Peña en
su preámbulo, tiene mucho que ver con las emociones. Estas podrán mudar de palabras, pero
pueden ser equivalentes, un idéntico escalofrío. Al final, la poesía es eso:
expresar lo inefable.
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