miércoles, 16 de mayo de 2018

Algunas observaciones para la inmensa minoría


Hace muchos años, cuando acaso el mundo era más leve (o, al menos eso parece desde el presente) e Hispanoamerica todavía no se había contagiado de los modos de hacer de los Estados Unidos, ser editor era una forma de vida y no un negocio. 

José Luis Mangieri, el célebre editor de La Rosa Blindada, Ediciones Caldén y Libros de Tierra Firme, quien, careciendo de toda estructura, a lo largo de cuarenta años publicó más de 800 títulos, solía decir en público que cuando una editorial se convierte en una empresa editorial, forzosamente la parte de empresa empieza a pesar más que la meramente editorial y de ese modo desvirtúa su razón de ser. 

Eran otros tiempos, porque después, efectivamente llegaron la administración de empresas, el marketing, los cálculos de rentabilidad a expensas del valor, los agentes, la preeminencia de la novela por encima de cualquier otro género, el ordenamiento de los libros en las librerías por editorial, y muchas otras cosas que hoy conforman lo que no sin cierta pretensión se suele nombrar "el negocio editorial", pretexto detrás del cual, en los grandes grupos transnacionales se esconden la desgravación impositiva y otras trampas igualmente redituables –para no mencionar el pensamiento único, y en las medianas y pequeñas editoriales, la confusión y, en ocasiones, los diversos modos de la estupidez.  

"El problema, la decadencia –me comentaba, luego de leer alguna de las últimas entradas de este blog, un experimentado amigo editor, con más de cuarenta años de labor– se inicia cuando el escritor ha pasado a ser autor y el autor antes que lectores se ha lanzado a ganar público. Yo no dejo de recordar las sabias palabras de Juan Ramón Jiménez: escribo para lectores no para el público, o cuando nos recordaba que los lectores gustosos constituimos una inmensa minoría."


Jorge Fondebrider

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