En
Roma la plebe monoptongaba au en o, lo que se prestó en más de una ocasión al
fraude y a la demagogia. Tal fue el caso del nombre del tribuno de la plebe
Claudio, representante de la aristocracia, que transformó su nombre en Clodio para
fingir su pertenencia a la clase popular. La excusa era facilitar la
pronunciación.
Mucho
después, en tiempos de la Revolución francesa, los gramáticos franceses
eliminaron el presente del subjuntivo de las proposiciones incluidas para
imitar la manera de hablar del pueblo, que reemplazaba ese tiempo con el futuro
imperfecto. A nadie se le ocurrió educar al pueblo en lugar de simplificar la
sintaxis por decreto. Hoy en día, ésa es la norma.
Hace
un par de años, aproximadamente, la Real Academia Española, haciendo uso del
mismo recurso claramente demagógico, decidió modificar la ortografía de los
pronombres demostrativos éste, ése y aquél, eliminando
las tildes que los distinguían de los adjetivos este, ese y aquel; otro tanto sucedió con el
adverbio sólo al que también se le
eliminó la tilde para lograr una perfecta confusión con el adjetivo solo. Y todo en aras de “simplificar” la
ortografía al nivel del gente.
En el futuro, dado que a muchos españoles se les presenta el
problema psicológico de pronunciar el grupo tl, puede que el océano deje de ser Atlántico para devenir Alántico y que el Atlético de Madrid pase a
ser simplemente el Aleti. ¿Qué va a pasar entonces? ¿En América
vamos a aceptar la eliminación de tl en aras de "simplificar la ortografía"? O peor aún, si al espárrago parlante que hace las veces de rey de España se le cae un diente y por eso empieza a pronunciar mal algún sonido, ¿vamos a admitir sus problemas odontológicos, aceptando esa variante patrognómica como norma de la lengua?
La
cuestión no es nueva, como lo demuestra el siguiente fragmento de un discurso
de la lingüista argentina Ofelia Kovacci,
quien en la presentación de la Ortografía
de la Real Academia Española, el 9 de septiembre de 1999, se refirió a la
cuestión, ofreciendo ejemplos de modificaciones ortográficas propuestos a uno
y otro lado del Atlántico (que se pronuncia con tl, claro).
La ortografía en
la historia del español
(fragmento)
[...]
También en América ha habido preocupación por la lengua y la ortografía.
Recordamos las ideas de D. Andrés Bello, quien junto con Juan García del Río se
refería en 1923 a la importancia de una “escritura uniformada de España y de
las naciones americanas”(1). Su fin era el mismo que lo impulsó más tarde a
escribir su Gramática de la lengua
castellana destinada al uso de los americanos (1847):
Juzgo importante
la conservación de la lengua de nuestros padres [...] como un medio providencial de comunicación
y un vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español
derramadas sobre los dos continentes (Gramática,
“Prólogo”).
Por
otra parte, en el artículo de 1923 expresaba claramente el “celo por la
propagación de las luces en América; único medio de radicar una libertad
racional, y con eIla los bienes de la cultura civil y de la prosperidad pública”
(p. 87). Lograr este objetivo superior, que concierne a la educación general,
requiere instrumentos adecuados; de ahí la necesidad de la reforma ortográfica:
Entre los medios
no sólo de pulir la lengua, sino de extender y generalizar todos los ramos de
ilustración, pocos habrá más importantes que el simplificar su ortografía, como
que de ella depende la adquisición más o menos fácil de los dos artes primeros,
que son como los cimientos sobre que descansa todo el edificio de la literatura
y de las ciencias
(pp. 71-72).
En
cuanto a la orientación de las reformas, evidentemente BeIlo seguía las hueIlas
de Quintiliano y Nebrija (“escribir como pronunciamos”), y también de la Real
Academia Española, en cuanto al principio fonético. Bello defendía la
correspondencia unívoca entre cada fonema y cada letra. También tenía un
argumento estético: la ortografía, cuanto más sencilla, más beIla será. (2)
El
proyecto de reformas de 1823 contemplaba dos etapas. En la primera se proponía:
–representar la
consonante velar fricativa con la letra j
en todos los casos: (jarro, jenio, elejir; joya);
–la vocal i siempre con i (mui, voi, leer i
escribir);
–la vibrante
múltiple con rr, siempre que aparece (rrazón, prórroga, enrredo), reservando la
r para la vibrante simple (arar, ombre, arte);
–la fricativa
interdental siempre con z (zorro, zumo, zebo, zineo);
–suprimir letras
mudas: la h de ombre, abla, onor, y la u después de q como en qe, qema, qinto.
En
la segunda etapa:
–representar la
consonante oclusiva velar sorda siempre con q (qasa, qonqista, quna);
–suprimir la u
muda en los contextos g-e, g-i (gerra, ginda).
Estas
reformas se proponían para “someterlas desde ahora a la discusión”, y en la
práctica los autores solo adoptaban las dos primeras de las ocho propuestas, a
las que agregaban la sustitución de x
final de sílaba por s; en el artículo
de 1923 escribían, por ejemplo: “estender i generalizar...”.
Las
dos primeras propuestas fueron aceptadas ampliamente en Chile, y esta reforma
se llamó la “ortografía de Bello”. En 1835 D. Francisco Puente agregaba algunas
otras modificaciones a las de Bello, entre las que se aceptó el reemplazo de la
letra x por s ante consonante: estremo « extremo) (3). Esta ortografía se llamó
“ortografía chilena”.
En
1843, encontrándose Domingo Faustino Sarmiento exiliado en Chile, Bello fue
nombrado rector de la Universidad de Chile, recientemente creada. Sarmiento se
contaba entre los miembros fundadores de la Facultad de Filosofía y
Humanidades, la que también supervisaba las escuelas primarias y secundarias.
Preocupado por el problema ortográfico en la preparación de cartillas y
silabarios, después de consultas con Bello y de haber sido alentado por él,
Sarmiento leyó ese año en la Facultad un proyecto de reforma ortográfica: Memoria sobre ortografía americana. Su
propósito era no solo facilitar la alfabetización de la mayoría, sino también
lograr la independencia cultural respecto de España.
En
la Memoria critica a la Real Academia
Española por sus principios ortográficos, y señala el estado de postración de
la literatura española de la época. Pretendía que en América se escribiera de
acuerdo con la pronunciación americana. Propone eliminar la z -junto con la e ante e, que no se pronuncia como zeta en América, y emplear en su lugar
la s; eliminar la v y sustituirla por
la b; reemplazar la y por i; la x puede representarse por sus componentes es o gs;
reemplazar qu por e, y distinguir r / rr
según la pronunciación. La Facultad nombró una comisión para estudiar la
propuesta, mientras se suscitaba una larga polémica, en la que intervinieron
periódicos, profesores y literatos, y en 1844 aprobó la reforma en lo que
coincidía con la propuesta de Bello, aunque el estado deliberativo persistía (4).
En
1847 la prensa empezó a abandonar el seguimiento de la polémica, y se
manifestaba resistencia a la innovación ortográfica por la anarquía que
provocaba en las escuelas. Como consecuencia, a propuesta de Bello se abandonó
la reforma en 1851. En la práctica Chile mantuvo por años algunas
modificaciones –algunos escritores las empleaban–, mientras las polémicas
continuaban. Finalmente, el 12 de octubre de 1927 se determinó adoptar la
ortografía de la Real Academia en homenaje a España. La reforma chilena tuvo
repercusión temporaria en varios países del continente y Sarmiento, en pleno
debate, se vio apoyado por una Academia Literaria i Científica de profesores de
Instrucción Primaria de Madrid, que también propugnaba una reforma.
En
España en esos momentos no se consideraba obligatorio acatar las disposiciones
de la Real Academia. Pero actitudes como la de los maestros madrileños provocaron
que en 1844 una Real orden impusiera en la enseñanza las normas académicas, y
la Reina pidiera a la Academia que expusiera sus reglas en un manual para la
enseñanza. Así se publicó en 1844 el Prontuario
de ortografía de la lengua castellana, que tuvo numerosas ediciones hasta
1928, así como otro Prontuario en
preguntas y respuestas, de 1870, con reediciones hasta 1928. La edición 31, de
1931, la última aparecida de la obra, varía el título: Prontuario de ortografía de la lengua española.
A
reformas del tipo de la chilena se adhirieron algunos escritores; tal el caso
de Juan Ramón Jiménez, quien se limitó a la representación de la consonante
fricativa velar, para la que eligió la j: (májico, márjenes, jigantesco, frájil,
prodijioso) y a la escritura simplificada de algunos grupos consonánticos
(istante, esplosión).
Jorge
Luis Borges también empleó fugazmente una ortografía heterodoxa. Recuerda en la
Autobiografía (5) publicada en 1970,
que después de intentar “imitar prolijamente a dos escritores españoles
barrocos del siglo XVII, Quevedo y Saavedra Fajardo”, y de haber hecho “todo lo
posible por escribir latín en español”, queriendo librarse de ese estilo trató “de
ser lo más argentino posible”. Un recurso fue imitar a defensores de la reforma
ortográfica americana del siglo anterior en su libro Luna de enfrente, de 1925. Dice Borges en la Autobiografía:
Entre otras
tonterías, mi primer nombre aparecía escrito, a la manera chilena del siglo
diecinueve, como “Jorje” (un desganado intento de grafía fonética); usaba “i”
en vez de “y” tratando de ser lo menos español posible (Sarmiento, nuestro
mayor escritor, había hecho lo mismo); y omitía la “d” final en palabras como “autoridá”
y “ciudá”. En ediciones posteriores [ ... ] podé las excentricidades (p. 83).
La
alusión a la ortografía más reciente y polémica de un escritor famoso, que tuvo
amplia resonancia en la prensa, ha sido la de Gabriel García Márquez. La
pronunció en abril de 1997 en un Congreso Internacional de la Lengua Española
celebrado en Zacatecas (México) ante periodistas, escritores, académicos,
lingüistas y también el rey de España: pidió “jubilar la ortografía”. No se
trató de una propuesta concreta, sino de un enunciado detonante, y sus aclaraciones
posteriores no arrojaron mayor luz sobre el alcance de la frase ni sobre su
fundamento.
Sin
embargo, seis meses antes, en octubre de 1996, García Márquez había disertado
en la asamblea anual de la Sociedad Interamericana de Prensa, celebrada en
California (6), donde también se ocupó de la ortografía; allí, refiriéndose a
las “deficiencias flagrantes” de muchos redactores de periódicos en la
actualidad, dijo: “Tienen graves problemas de gramática y ortografía”, y agregó
que la transcripción de grabaciones “es la prueba de fuego: confunden el sonido
de las palabras, tropiezan con la semántica, naufragan en La ortografía y
mueren por el infarto de la sintaxis”. Queda como incógnita cuál es el
verdadero pensamiento del celebrado escritor.
Notas:
1
“Indicaciones sobre la conveniencia de simplificar y uniformar la ortografía en
América”, en Andrés Bello, Estudios
gramaticales, pp. 69-87, ed. cit. (en n. 4), que moderniza la ortografía.
En la versión original del artículo, publicado en Biblioteca Americana,
Londres, 11 de abril de 1823, los autores escribían: “de Espania i de las
naciones americanas”; “hoi”; etc.
2
“Ortografía” (1844), en A. Bello, Estudios
gramaticales, p. 100.
3 Cf. Lidia Contreras, “Los académicos
chilenos ante la cuestión ortogrática”, en su Ortografía y grafémica, Madrid, Visor, 1994, p. 195.
4
Con la ortografía nueva aparecía en 1845
la edición del Facundo de Sarmiento
(también publicado en folletín en El
Progreso de Santiago de Chile): Civilización
i barbarie. Vida de Juan Faculldo Quiroga i aspecto físico. costumbres i ábitos
de la República Arjentlina (título); “la vasta estellsión arjentina”; “ella
sola esplota las velllajas del comercio estralljero”; etc.
5
Jorge Luis Borges con Norman Thomas di Giovanni, Autobiografía 1899-1970; traducción española de Marcial Souto y
Norman Thomas di Giovanni de “Autobiographical Essay” (publicado en The New Yorker, 1970), Buenos Aires, El
Ateneo, 1999. Las citas corresponden a las pp. 80-83.
6
El diario La Nación de Buenos Aires
publicó la disertación los días 8 y 9 de octubre de 1996.
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