El blog de Eterna Cadencia, en una entrada del 4 de
mayo pasado, reproduce un diálogo por mail entre Natalia Gelós, a quien se debe Antonio
Di Benedetto, periodista, y Esther
Allen, traductora de Zama al
inglés.
Una espera de 60 años para que la obra
de Di
Benedetto llegue al inglés
Durante su primer año de trabajo sobre la
traducción de Zama, de Antonio Di Benedetto, Esther Allen leyó un
artículo en el New York Times sobre Google Translate. En
síntesis, la nota trataba de poner a prueba las primeras líneas de algunas
novelas famosas. “Una prueba absurda –advierte Allen–. Google Translate, como
el mismo artículo explicó, es un motor de búsqueda”. Desde entonces, la
traductora inició un juego: cada año, pone en el Google la primera oración de
la novela: “Salí de la ciudad, ribera abajo, al encuentro solitario del barco
que aguardaba, sin saber cuándo vendría”, para ver qué devuelve ese inglés sin
aura.
“La primera vez salió muy mal, por supuesto –
cuenta desde Estados Unidos, en uno de los tantos mails que fueron y vinieron
para esta nota–. Y un año después puse otra vez la misma oración y salió tan
mal como la primera, pero distinta. Lo raro era que mientras los periódicos
no dejaban de decir que Google estaba mejorando increíblemente, de manera
casi mágica, y que bien pronto no habría barreras de idioma ni nada, lo que
hizo el motor de búsqueda con estas palabras de Di Benedetto fue de
peor en peor, año tras año”.
El resultado fue así:
"I left the city,
river bottom, to meet the boat alone waiting, not knowing when to come."
"I left the city,
riverside down to meet the boat alone waiting, not knowing when it would come."
"I left the city,
riverside below, solitaire game boat waiting, not knowing when to come."
"I left the city,
banks down, the lone meeting the boat waiting, not knowing when he would come."
Allen
acaba de ganar la beca Guggenheim y está contenta. Podrá pasar más tiempo en
Argentina en septiembre, cuando venga, porque no tendrá que dar cursos y demás.
Podrá dedicarse de lleno a la traducción de El
Silenciero, que será The Silentiary
y que aguarda en puerta para ser leído por el público
anglosajón. Luego será el turno de Los Suicidas.
Como muchas de las cuestiones
vinculadas al universo de quien dedicó su novela a “las víctimas de la espera”,
la traducción de Zama llevó sus años.
Allen cuenta: “Di Benedetto dice que sólo tardó algunas semanas, menos de un
mes, en escribir la novela original. Esto me ha llevado a pensar en cómo el
tiempo de la traducción y de la escritura pueden ser muy distintos. Un libro que
toma años y años para escribirse a veces está traducido en un abrir y
cerrar de ojos, inmediatamente después de la salida en lengua original.
Este libro, que se escribió tan rápidamente, tardó exactamente sesenta años en
traducirse al inglés”. Desde que ella leyó por primera vez el nombre Di
Benedetto hasta que la novela estuvo en las librerías, pasaron unos seis años.
Un trabajo que, a la traductora, le abrió la puerta a un universo que la
fascinó.
; margin-bottom: .0001pt; margin: 0cm; text-align: justify;">
–¿Cuál fue tu primera sensación al leer Zama? Esos
minutos posteriores a pasar la página....
–Lucrecia Martel cuenta que su
primera reacción después de leer Zama fue
de euforia. No describiría lo que sentí como euforia, aunque esa fue sin dudas
mi reacción a la película de Martel, pero el libro me inspiró una emoción
muy fuerte. Escribí toda mi reacción inicial en un largo mail a Edwin
Frank, editor del New York Review Books Classics.
La primera línea de ese texto largo es muy sencilla: "It's a masterpiece" (una obra maestra)…
Después describí la trama de la novela, y finalmente, su lenguaje. En realidad
sentí que había leído algo que sólo empezaba a conocer, algo que me dejó
trastornada y llena de admiración, de dolor –el dolor histórico de este libro,
de su contenido y de su contexto en la vida del autor – y de temor ante lo que
iba a ser uno de los grandes desafíos de mi vida.
–¿Cómo
llegaste a Zama? ¿O cómo llegó ella a vos? ¿Qué vínculo tenías con la literatura
argentina?
–Había colaborado con Eliot
Weinberger en la traducción de Jorge Luis
Borges: Selected Non-Fictions. Tiempo después, la Fundación TyPA me
invitó a participar en su Semana de Editores y Traductores de Buenos Aires, y
pasé diez días extraordinarios en Buenos Aires en 2005. Esa fue mi primera
visita a Argentina. Lo que aprendí entonces fue que la literatura
Argentina vista del interior del país es muy distinta a lo que se ve desde
el exterior, aún más distinta de lo que uno pensaría, tal vez a causa de la
larga historia de exilios. Me sentí muy ignorante. Los editores y críticos con
los que nos reunimos en Buenos Aires hablaron de un montón de autores
cuyos nombres no reconocía, incluso un tal Antonio di Benedetto. Volví a casa
con decenas de libros, pero sin Zama; nadie
había tenido una copia disponible. En cambio, sí tenía El silenciero y Los suicidas y los leí, pero no me parecieron las indicadas
para introducir a este autor al público estadounidense por primera vez.
La
Fundación tenía la costumbre de sólo invitar a los que podían comunicar bien en
español. Gabriela Adamo entonces era la persona que coordinaba la Semana de
Editores, y ella ya había visto que con respecto a ciertos países
esto limitaba su impacto; en Estados Unidos, por ejemplo, el número de editores
que hablan o leen español es pequeño – demasiado pequeño. Le sugerí que invitara
a dos editores: Barbara Epler, de New Directions,
y Edwin Frank, de New York Review Books Classics.
En los años siguientes, ellos fueron a Buenos Aires para la semana de Editores,
y Edwin volvió con una copia de Zama, que
me mandó a su vuelta, en 2009, para ver qué opinaba.
–¿Cómo fue el proceso de traducción? ¿En etapas? ¿De un tirón y luego
reescritura?
–Fue un proceso bastante raro
porque al principio había muchísima prisa. Después de recibir mi nota sobre Zama, Edwin contrató los derechos y estaba la
idea de tenerla lista para la Feria de
Frankfurt de 2010, donde Argentina era huésped de honor. Pero cuando empecé
supe inmediatamente que trabajar con prisa no era una opción; esto era
un desafío muy grande y había que darle su tiempo. Trabajé dos años en la
primera versión y terminé de entregar la tercera parte del manuscrito en 2012.
Al mismo tiempo, había leído que Martel estaba dirigiendo
una película de Zama y se lo
comenté a Edwin. Y entonces la idea llegó a ser que publicáramos la novela para
coincidir con el estreno. Pero la película tardó mucho en salir
y como mi traducción todavía estaba en proceso, durante todo este tiempo,
volví y empecé a revisar el manuscrito de nuevo. Entregué una versión en 2014,
y otra en 2015 y finalmente otra más en 2016, incorporando las sugerencias
editoriales de Edwin Frank. Después de cuatro años se abandonó la idea de
esperar la película. Resultó ser exactamente un año antes del estreno
estadounidense en el New York Film Festival.
–¿A quiénes consultaste durante el trabajo? Libros, personas, textos...
todo lo que haya servido para completarlo.
La lista es muy larga. Di
Benedetto hizo muchos investigaciones antes de ponerse a escribir. Malva Filer,
mi colega en City University of New York, publicó un libro en 1982 sobre sus
fuentes: la biografía de Miguel Gregorio de Zamalloa de Efraían Bischoff,
el geógrafo Felix de Azara, que describió Paraguay, descripciones de
varios viajeros a la ciudad de Asunción. En mi caso, no era necesario
rehacer las investigaciones históricas del autor; lo que si tenía que
hacer era construir una voz en inglés que pudiera comunicar esta novela. Así
que yo también busqué entre exploradores del Cono Sur en el siglo XVIII, pero
entre los que publicaron en inglés o fueron traducidos rápidamente al
inglés: Antonio de Ulloa; el vice-almirante John Byron, abuelo del famoso poeta británico;
Martin Dobrizhoffer, misionero austriaco a Paraguay que escribió su libro en
Latín. Y más que nadie, James Boswell y su Life
of Samuel Johnson, que era otro modelo en inglés para esa voz altanera y
casi arcaica que tiene Don Diego. (Samuel Beckett era el modelo para la
parte contemporánea de la voz). Aparte de estas fuentes históricas,
lo que más me ayudó fue el libro imprescindible de Jimena Néspolo, Ejercicios de pudor. Y leí cuánto pude de toda la
obra de Di Benedetto — las otras novelas, los cuentos, etc. Roberto
Bolaño también tuvo su impacto: es de cierta manera a través de Bolaño que
el lector anglófono llega a Di Benedetto.
–¿Cómo fue este trabajo en comparación con otras traducciones?
–Era sumamente difícil
captar esta voz, sin dudas, e intentar comunicar todas las ambigüedades
del idioma y de la trama sin disminuirlas o aplastarlas. Pero lo que hizo
que la traducción de Zama fuera muy
distinta era el nivel de responsabilidad que sentí: ser la primera en traducir
una gran obra, y sobre todo, una que tardó mucho en ser traducida. Se puede
matar muy fácilmente una obra en su primera traducción, se puede dejarla sin
lectores para siempre. Muy consciente de lo que significa Zama para tantos lectores ya y del nivel de
importancia que ha llegado a tener la novela dentro de la historia literaria
latinoamericana, trabajaba al principio con una especie de temor de
dañar el original. Tuve que poner todo eso fuera de mi cabeza y pensar sólo en
la página que tenía delante y lo que ella significaba para mí.
–¿Qué fue lo más difícil?
–Bueno, había dificultades que
nunca superé. Por ejemplo, Di Benedetto juega con el sonido del nombre del
personaje principal, utilizando palabras con z y a, o hasta con
"zama": zamarrear, zalamería, zalema.
Que Zama emplee un vocabulario que insiste a veces en los sonidos de su
propio nombre es otro aspecto de su solipsismo, de su auto-construcción a
través de su propio lenguaje. Pero, aunque mi traducción no es monolingüe—
incluye las palabras guaraníes que Di Benedetto utiliza y también muchas
palabras en español, no pude encontrar una manera que no fuera muy torpe de
incorporar términos como zamarrear.
–¿Alguna otra frase que haya llevado mucho tiempo hasta que logró tomar el
espíritu justo?
–A decirte la verdad, lo que
más esfuerzo me costó era una sola palabra que recurre a través de la novela,
la palabra más sencilla del mundo: americano. ¿Cómo traducir esto para lectores
que tienen una idea muy particular (y a lo mejor muy equivocada) de lo que es
un "American"? Y que se toman por los únicos "Americans"
que hay. Traducirlo como "American" no podía funcionar; mis
compatriotas son a veces tan limitados en su concepto de esta palabra que me
temía que algunos lectores tomaran a Don Diego de Zama por un Yanqui.
"Americano" con mayúscula tampoco funcionaba – es el nombre de una
bebida, un tipo de café vendido en Starbucks. Alvaro Enrigue me preguntó por
qué no puse "criollo", pero criollo, palabra que existe en inglés, no
se entiende bien en inglés; la gente la confunde con Creole, o sea "mixto" o "mestizo,"
cuando en este caso es todo el contrario. Por fin, escogí dejarlo tal
cual, "americano," y sin mayúscula, exactamente como se escribe en
español. Spaniard, en cambio, se traduce al inglés y se escribe con mayúscula
en mi traducción. Así, la posición inferior del americano con respecto al
Spaniard está allí, visible, manifiesta. La prueba que tengo del impacto de
esta decisión es la reseña de Benjamin Kunkel de la novela, que salió en el New Yorker, y que dice que Zama podría ser the Great American Novel. O
sea, propone esa visión más amplia de lo que es América que mi traducción buscó
apoyar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario