Twitter,
la nueva República de las Letras
Los
comienzos de la literatura están perdidos inexorablemente en el abismo del
tiempo. Los textos más arcaicos que han llegado hasta nuestros días (Gilgamesh, los poemas homéricos, el Antiguo
Testamento, por ejemplo) no tienen más de cinco milenios, mientras que el Homo
Sapiens lleva unos 300 mil años en la tierra. Sabemos que las primeras épicas
de las que hay noticia están inspiradas en mitos e historias aún más antiguas.
Y sabemos también que los orígenes de la literatura son orales, la escritura es
una tecnología relativamente reciente. Imaginamos, entonces, a grupos de
hombres y mujeres reunidos alrededor del fuego en cuevas, o en la orilla de
mares y de lagos y de ríos, contándose cuentos.
Podemos incluso adivinar temas, los temas que sobrevivirían y poblarían
las mitologías de los pueblos más arcaicos. Deidades del trueno y del
relámpago, la creación del fuego, extraños seres mezcla de hombre y animal con
poderes mágicos, héroes y heroínas, raptos, guerras, tribulaciones, milagros,
prodigios, bendiciones, maldiciones, muertes, amores. Pero, además, la oralidad
en los comienzos de la narración y de la poesía es prueba de que la literatura
nace como una actividad comunal. Esto implica algo que, acostumbrados a la
lectura silenciosa y a la escritura como un acto proverbialmente solitario,
quizás nos resulte antiintuitivo: la literatura es esencialmente una actividad
grupal. Contar historias es contárselas a alguien y escuchar (o leer) cuentos
es algo que se hace siempre en compañía: además de nosotros siempre hay un otro
que cuenta el cuento, pero existe también una línea invisible de otros que ya
lo escucharon o que ya lo contaron, cuyo eco resuena en cada palabra. Es normal
que esto sea así. El lenguaje es la facultad gregaria por excelencia y acaso la
nota fundamental de nuestra especie.
Por esto es que no sorprende que a comienzos de este año se haya generado
una vasta comunidad virtual que se congregó sobre todo en Twitter y en
Facebook, pero también en diversos eventos presenciales, para leer y discutir La Divina Comedia. Uno de los comentarios
más prevalentes entre los participantes de #Dante2018 fue que, solos, no habrían
jamás leído esta obra que es a un tiempo intimidante, difícil y apasionante.
#Dante2018 demostró no solo que los clásicos todavía ejercen un poderoso
atractivo, sino que la literatura tiene un impacto mucho mayor cuando se la
disfruta en compañía. Este proyecto de lectura compartida, que convocó a gente
de todo el mundo, de todas las edades, extractos sociales, orientaciones
políticas, profesiones, se renueva esta semana con el inicio de otra
iniciativa: #Cervantes2018.
El Quijote comparte con La Divina Comedia algunas de las
características que hicieron que la lectura dantesca tuviera éxito. Es una obra
que todos conocen de nombre, pero pocos han leído entera. Es una obra que,
quien la ha leído, sabe que con una sola lectura no basta. Es una obra vasta,
ecléctica, polifónica, que recoge distintos registros, que va de lo más alto a
lo más bajo, de lo sacro a lo profano, de lo ejemplar a lo escatológico. Una
obra que conjuga los más diversos niveles de sentido y que invita a los más
variados acercamientos interpretativos. Es una obra transformadora, que
inauguró una forma de entender la literatura y la ficción. Es una obra que
cambió la manera de ver el mundo tanto de quienes la leyeron como de quienes no
la leyeron. Es, en otras palabras, una obra universal en la que hay lugar para
todo y para todos.
Pero no todo son coincidencias en esta nueva aventura virtual. La mayor
diferencia es, sin duda, la lengua. Mientras que la gran mayoría de los
lectores de #Dante2018 dependía de traducciones (en prosa, en verso, buenas,
malas, anticuadas, ajustadas, fieles, infieles), en el caso de #Cervantes2018
el grueso de los participantes accederá a la obra en lengua original. Nos
podremos concentrar en el idioma, en el riquísimo vocabulario cervantino, en
sus extrañas evocaciones, en sus modismos desopilantes, en su claridad
descarnada y en la sonoridad explosiva de ese español que, a un tiempo, es y no
es nuestra lengua. Cuando Cervantes habla de “adobar los candiles” o de “dar
papilla”, cuando describe el rostro de alguien como “amondongado”, cuando dice
que algo está “a tiro de ballesta”, y menciona la “notomía” y al
“sobrebarbero”, entendemos sin entender del todo.
Durante una entrevista en la que intenta explicar el mecanismo fundamental
de su poesía, Robert Frost invita a su interlocutor a imaginar la siguiente
situación: Estamos en una habitación y escuchamos el sonido de una conversación
que se está desarrollando en la habitación contigua. Apoyamos la oreja contra
la pared, pero no logramos distinguir lo que se dice. Sin embargo, gracias a la
entonación, a las pausas, al volumen de las voces y demás variaciones sónicas,
nos podemos dar una idea, si bien quizá no del tema, sí del pathos general de
la charla. Podemos discernir si se habla en broma o en serio, si se comparten
secretos, si se discute, si se narra, si se confiesa, etcétera. Frost llama a
esto “el sonido del sentido” y lo entiende como la esencia misma de la poesía:
el sonido de las palabras precede al sentido y lo determina.
Uno de los grandes atractivos de la lectura del Quijote son
estos momentos de encuentro con giros, expresiones, palabras, modismos que nos
hablan sin que los entendamos del todo. En ellos, nos reconocemos a la vez
partícipes de la lengua y observadores externos. En ellos, se conjugan la
familiaridad y la extrañeza, pero el efecto no es siniestro (pienso en Freud y
su definición de lo Unheimlich),
sino agradable, gracioso, estimulante incluso. Y son estas curiosas anagnórisis
las que aderezan la lectura y, lejos de alienar al lector moderno, lo invitan a
entrar.
Hay otra gran diferencia entre las obras capitales de Cervantes y de
Dante. Mientras que La Divina Comedia pertenece
a un género que ha sido prácticamente abandonado desde hace siglos por la
literatura (el poema épico/sacro), el Quijote es
una novela, el género que todavía domina el mundo de la ficción literaria –un
dominio que no da señal alguna de declive y que, sospecho, prevalecerá por el
resto de este siglo y más allá–. Pero el Quijote no
es simplemente una novela, es la primera novela moderna y su trama,
perfectamente original, un milagro o un absurdo de la imaginación humana (no
hay originalidad en el arte, ¡cómo puede ser!), es la piedra fundamental de la
literatura de los últimos 400 años. Hasta Cervantes, la literatura narraba
historias. A Cervantes se le ocurrió narrar el acto de narrar y que sus
protagonistas fuesen libros y lectores. Hoy el escritor debe optar por una de
estas dos opciones narrativas. No hay tercera vía. Y no se puede volver atrás.
Este cruce del Rubicón literario acaso sea uno de los mayores prodigios de la
cultura universal. De esta y otras cuestiones se ocupará #Cervantes2018.
Clásicos en pocos caracteres
Es casi imposible saber cuánta gente participó en Twitter de #Dante2018.
En la lectura de un canto por día de la Divina
Comedia llegó a haber unas 5 mil personas en esa red y en Facebook,
gente de más de 20 países. Al final hubo una votación para decidir la próxima
obra: votaron 13 mil personas. #Cervantes2018: El Quijote,
un capítulo por día, llevará 128 días y empieza el 1 de junio.
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