miércoles, 6 de junio de 2018

"Giros, expresiones, palabras, modismos que nos hablan sin que los entendamos del todo"

Dado el éxito de La Divina Comedia por Twitter, el 1 de junio, Pablo Maurette –autor de la idea y asimismo del artículo que se ofrece a continuación, aparecido en esa misma fecha en el diario Clarín– presenta la lectura de Don Quijote por Twitter. 

Twitter, la nueva República de las Letras


Los comienzos de la literatura están perdidos inexorablemente en el abismo del tiempo. Los textos más arcaicos que han llegado hasta nuestros días (Gilgamesh, los poemas homéricos, el Antiguo Testamento, por ejemplo) no tienen más de cinco milenios, mientras que el Homo Sapiens lleva unos 300 mil años en la tierra. Sabemos que las primeras épicas de las que hay noticia están inspiradas en mitos e historias aún más antiguas. Y sabemos también que los orígenes de la literatura son orales, la escritura es una tecnología relativamente reciente. Imaginamos, entonces, a grupos de hombres y mujeres reunidos alrededor del fuego en cuevas, o en la orilla de mares y de lagos y de ríos, contándose cuentos.

Podemos incluso adivinar temas, los temas que sobrevivirían y poblarían las mitologías de los pueblos más arcaicos. Deidades del trueno y del relámpago, la creación del fuego, extraños seres mezcla de hombre y animal con poderes mágicos, héroes y heroínas, raptos, guerras, tribulaciones, milagros, prodigios, bendiciones, maldiciones, muertes, amores. Pero, además, la oralidad en los comienzos de la narración y de la poesía es prueba de que la literatura nace como una actividad comunal. Esto implica algo que, acostumbrados a la lectura silenciosa y a la escritura como un acto proverbialmente solitario, quizás nos resulte antiintuitivo: la literatura es esencialmente una actividad grupal. Contar historias es contárselas a alguien y escuchar (o leer) cuentos es algo que se hace siempre en compañía: además de nosotros siempre hay un otro que cuenta el cuento, pero existe también una línea invisible de otros que ya lo escucharon o que ya lo contaron, cuyo eco resuena en cada palabra. Es normal que esto sea así. El lenguaje es la facultad gregaria por excelencia y acaso la nota fundamental de nuestra especie.

Por esto es que no sorprende que a comienzos de este año se haya generado una vasta comunidad virtual que se congregó sobre todo en Twitter y en Facebook, pero también en diversos eventos presenciales, para leer y discutir La Divina Comedia. Uno de los comentarios más prevalentes entre los participantes de #Dante2018 fue que, solos, no habrían jamás leído esta obra que es a un tiempo intimidante, difícil y apasionante. #Dante2018 demostró no solo que los clásicos todavía ejercen un poderoso atractivo, sino que la literatura tiene un impacto mucho mayor cuando se la disfruta en compañía. Este proyecto de lectura compartida, que convocó a gente de todo el mundo, de todas las edades, extractos sociales, orientaciones políticas, profesiones, se renueva esta semana con el inicio de otra iniciativa: #Cervantes2018.

El Quijote comparte con La Divina Comedia algunas de las características que hicieron que la lectura dantesca tuviera éxito. Es una obra que todos conocen de nombre, pero pocos han leído entera. Es una obra que, quien la ha leído, sabe que con una sola lectura no basta. Es una obra vasta, ecléctica, polifónica, que recoge distintos registros, que va de lo más alto a lo más bajo, de lo sacro a lo profano, de lo ejemplar a lo escatológico. Una obra que conjuga los más diversos niveles de sentido y que invita a los más variados acercamientos interpretativos. Es una obra transformadora, que inauguró una forma de entender la literatura y la ficción. Es una obra que cambió la manera de ver el mundo tanto de quienes la leyeron como de quienes no la leyeron. Es, en otras palabras, una obra universal en la que hay lugar para todo y para todos.

Pero no todo son coincidencias en esta nueva aventura virtual. La mayor diferencia es, sin duda, la lengua. Mientras que la gran mayoría de los lectores de #Dante2018 dependía de traducciones (en prosa, en verso, buenas, malas, anticuadas, ajustadas, fieles, infieles), en el caso de #Cervantes2018 el grueso de los participantes accederá a la obra en lengua original. Nos podremos concentrar en el idioma, en el riquísimo vocabulario cervantino, en sus extrañas evocaciones, en sus modismos desopilantes, en su claridad descarnada y en la sonoridad explosiva de ese español que, a un tiempo, es y no es nuestra lengua. Cuando Cervantes habla de “adobar los candiles” o de “dar papilla”, cuando describe el rostro de alguien como “amondongado”, cuando dice que algo está “a tiro de ballesta”, y menciona la “notomía” y al “sobrebarbero”, entendemos sin entender del todo.

Durante una entrevista en la que intenta explicar el mecanismo fundamental de su poesía, Robert Frost invita a su interlocutor a imaginar la siguiente situación: Estamos en una habitación y escuchamos el sonido de una conversación que se está desarrollando en la habitación contigua. Apoyamos la oreja contra la pared, pero no logramos distinguir lo que se dice. Sin embargo, gracias a la entonación, a las pausas, al volumen de las voces y demás variaciones sónicas, nos podemos dar una idea, si bien quizá no del tema, sí del pathos general de la charla. Podemos discernir si se habla en broma o en serio, si se comparten secretos, si se discute, si se narra, si se confiesa, etcétera. Frost llama a esto “el sonido del sentido” y lo entiende como la esencia misma de la poesía: el sonido de las palabras precede al sentido y lo determina.

Uno de los grandes atractivos de la lectura del Quijote son estos momentos de encuentro con giros, expresiones, palabras, modismos que nos hablan sin que los entendamos del todo. En ellos, nos reconocemos a la vez partícipes de la lengua y observadores externos. En ellos, se conjugan la familiaridad y la extrañeza, pero el efecto no es siniestro (pienso en Freud y su definición de lo Unheimlich), sino agradable, gracioso, estimulante incluso. Y son estas curiosas anagnórisis las que aderezan la lectura y, lejos de alienar al lector moderno, lo invitan a entrar.

Hay otra gran diferencia entre las obras capitales de Cervantes y de Dante. Mientras que La Divina Comedia pertenece a un género que ha sido prácticamente abandonado desde hace siglos por la literatura (el poema épico/sacro), el Quijote es una novela, el género que todavía domina el mundo de la ficción literaria –un dominio que no da señal alguna de declive y que, sospecho, prevalecerá por el resto de este siglo y más allá–. Pero el Quijote no es simplemente una novela, es la primera novela moderna y su trama, perfectamente original, un milagro o un absurdo de la imaginación humana (no hay originalidad en el arte, ¡cómo puede ser!), es la piedra fundamental de la literatura de los últimos 400 años. Hasta Cervantes, la literatura narraba historias. A Cervantes se le ocurrió narrar el acto de narrar y que sus protagonistas fuesen libros y lectores. Hoy el escritor debe optar por una de estas dos opciones narrativas. No hay tercera vía. Y no se puede volver atrás. Este cruce del Rubicón literario acaso sea uno de los mayores prodigios de la cultura universal. De esta y otras cuestiones se ocupará #Cervantes2018.

Clásicos en pocos caracteres
Es casi imposible saber cuánta gente participó en Twitter de #Dante2018. En la lectura de un canto por día de la Divina Comedia llegó a haber unas 5 mil personas en esa red y en Facebook, gente de más de 20 países. Al final hubo una votación para decidir la próxima obra: votaron 13 mil personas. #Cervantes2018: El Quijote, un capítulo por día, llevará 128 días y empieza el 1 de junio.

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