lunes, 11 de junio de 2018

Presupuesto 2018: la cultura cada vez más devaluada por el gobierno de Macri


Si al presidente Macri le interesaran mínimamente la educación y la cultura, tal vez habría tenido la delicadeza de invitar a la Casa de Gobierno al rector de la Universidad de Buenos Aires para felicitarlo por la destacada ubicación que en el ranking internacional de universidades ocupó la casa de estudios porteña, primera respecto de todas las otras instituciones colegas de Latinoamérica. Esa invitación, de la que gozan las selecciones deportivas nacionales y no pocos curiosos visitantes –como los Rolling Stones y los sobrevivientes de Queen, cuando era Jefe de Gobierno, no tuvo lugar. Sin embargo, cuando se hace mención pública de esto, muchos integrantes del partido gobernante se ofenden y tienden a minimizar la cuestión, acaso por provenir de universidades privadas de ésas que no figuran en los rankings de excelencia. 

Hace exactamente una semana (para mayor precisión, en la entrada del pasado 4 de junio de este blog), la periodista Patricia Kolesnicov criticaba, desde las páginas del diario Clarín, una publicación que raramente se opone al gobierno actual, la falta de voluntad política para poner en marcha la tan cacareada Ley de Mecenazgo, anunciada con bombos y platillos por Macri, la vicepresidente Gabriela Michetti, el jefe del gabinete de ministros Marcos Peña y el ministro de Cultura Pablo Avelluto al principio de su gestión. En la misma línea, pero el pasado 6 de junio, Kolesnicov volvió a la carga para señalar el gigantesco “ajuste ejemplificador” previsto para el presupuesto de este año y las quejas de varios de los responsables de instituciones dependientes del Ministerio de Cultura a los cuales la gestión diaria se les hace cada vez más difícil por falta de fondos.

Hasta dónde apretarle la billetera a la cultura

La primera piedra la lanzó, como distraídamente, el ministro Nicolás Dujovne. El proyecto era secreto pero llegó a oídos del periodista Nicolás Wiñazki, quien este lunes lo publicó con el nombre de “plan tijeras”. En pocas palabras, se trataba de recortar 10 mil millones de pesos adicionales al sector público, además de los 20.000 ya anunciados. En esa volteada caían organismos culturales como el Teatro Cervantes y la Biblioteca Nacional. No habían pasado doce horas de conocida la noticia cuando desde Hacienda se dejaba saber otra cosa: que el “ajuste ejemplificador” estaba suspendido hasta que se terminara la negociación con el FMI.

Chistes aparte –seguro que el FMI exigirá mayor presupuesto para Cultura, ya la vemos a Lagarde aullando “¡plata para el Cervantes, plata para el Cervantes!”– en el sector tomaron nota de lo que se viene. O para ser más precisos, de lo que ya se vino. No por nada, hace unas semanas Alberto Manguel, el director de la Biblioteca, decía que el custodio del patrimonio libresco de la nación no tenía “ni para café”. Y no por nada los proyectos que esperaban ser financiados por la Ley de Mecenazgo porteña –que está vigente– descansan cómodamente en los cajones o han sido directamente rechazados mientras el gobierno porteño prepara una nueva ley. Es que el dinero que va a la cultura por mecenazgo se resta de lo que entra por impuestos. ¿Hace falta explicar más?

Anécdotas hay muchas: como que hacía frío el viernes 1 en el Museo de la Lengua –que depende de la Biblioteca– cuando se presentó la lectura del Quijote en Twitter y los guardas deslizaban que no había calefacción. O que por segundo año consecutivo no se compró ninguna obra para el Museo Nacional de Bellas Artes en arteBA.

¿Por qué no hubo plata para obras nuevas si los cuadros los paga la Asociación Amigos del Museo y no el Estado? Fácil: porque la Asociación está pagando gastos corrientes, armado de muestras. En 2017, la Asociación aportó al mayor museo argentino 15 millones de pesos y para este año la estimación son 17,5. ¿Mucho o poco? Bastante, si se tiene en cuenta que el presupuesto 2018 del Museo es de unos 113 millones pero el operativo –el que se usa efectivamente para montar las exposiciones– alcanza los 35.

El Ministerio de Cultura no necesita que Dujovne le recorte: ya lo hizo. En 2017, gastó sólo el 88,1 por ciento de lo que tenía. Es decir, que si partió de los casi 3.300 millones de pesos –exactamente, 3.298.217.302–, ahorró algo más de 375 millones de pesos. ¿Mucho o poco? Bueno, el Cervantes –que Hacienda quiere achicar– tiene en 2018 un presupuesto de casi 331 millones. Es decir, lo que se ahorró en Cultura en 2017 es más que lo que se otorgó al teatro para todo 2018.

La inflación también hizo lo suyo. “Cada vez tenemos menos plata”, susurran en la Biblioteca. Los números dicen que es así: el presupuesto 2016 fue de unos 417 millones de pesos y, tras una inflación que tocó el 40 por ciento ese año, el de 2017 fue de algo más de 473: el aumento no alcanzó al 14 por ciento. Por ahí se quedó lo del café.

En este contexto no hay que esperar que prospere la Ley de Mecenazgo nacional, que con foto y alegría presentaron Mauricio Macri, Gabriela Michetti y Marcos Peña –y el ministro de Cultura Pablo Avelluto– en septiembre de 2016. La ley establecía una quita de impuestos de hasta el 50 por ciento para proyectos realizados en Buenos Aires, hasta el 80 para el resto del país y hasta el 90 para los que se declararan “de interés especial”. En definitiva, destina a la cultura parte de los impuestos de un donante y lo obliga a poner de su bolsillo otra parte. Además, ese proyecto impide pedir fondos de mecenazgo a instituciones vinculadas a empresas –para que no se donen a sí mismas– y establece que cualquier adquisición que se haga con esta plata deberá ir a una institución o espacio público. Todo muy lindo pero la ley cayó en diciembre en el Senado y, aunque fue vuelta a presentar, nadie espera que encuentre defensores. Tiempos de “ajuste ejemplificador”.

¿Por qué el Estado debería pagar la cultura? Esta idea se remonta a la Revolución Francesa, la que derribó a los reyes y llevó a la burguesía, la gente común, al poder. “El 'proyecto de ilustración' –dice el pensador francés Zygmunt Bauman en su libro La cultura en en el mundo de la modernidad líquida– otorgaba a la cultura el estatus de herramienta básica para la construcción de una nación, un Estado y un Estado nación, a la vez que confiaba esa herramienta a las manos de la clase instruida”.

De otra manera, algo parecido decía, hace algunos años, Juergen Boos, presidente de la Feria del Libro de Frankfurt, la más importante del mundo. Le preguntaron para qué hacía falta leer, por qué tanto esfuerzo. El alemán no dudó: “Para formar ciudadanos críticos”, dijo. Todo esto para formar ciudadanos críticos.

En eso hay que pensar antes de apretar la billetera.

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