Los lectores de este
blog conocen sobradamente a Andrés
Ehrenhaus, razón por la cual huelga volver a presentarlo como el excelente
narrador que es, sin mencionar su traducción de la poesía completa de William Shakespeare. Como no puede con
su genio –y en este artículo especialmente escrito, así lo confiesa–, acaba de
traducir la poesía completa de Edgar Allan
Poe. Y como una cosa trae la otra, escribió lo que sigue.
Pasión
por la miseria
No traduzcamos más,
escribí hace un tiempo, en este mismo espacio. Basta, no les hagamos más el
juego a los buitres que nos hambrean. Que traduzcan ellos. Que se bajen los
pantalones y traduzcan en bolas, como nuestros hermanos los indios. Y sin
embargo… seguimos, seguí traduciendo.
No conozco traductor
bueno, y por bueno entiendo traductor apasionado, que sea capaz de dejar de
ejercer su oficio durante un prolongado período de tiempo, salvo que se vea
privado de su libertad o forzado a la inacción por motivos ajenos a su
volición: pero incluso sin manos, incluso sin voz, incluso sin motivo uno sigue
traduciendo.
¡No traduzcamos más,
colegas, camaradas, atenienses!, clamé entonces. Y sin embargo…
Pero no ha de
culparse a nadie de esa renuncia al pataleo sino a mí. Nadie tan culpable como
yo, nadie más responsable que yo, nadie más traidor que yo, que fui quien llamó
a la desobediencia y, también, a la vez, el primer obsecuente que no dejó nunca
de traducir, incluso a precios de ganga, con tarifas de vergüenza, por
monedillas tan manoseadas que casi no tenían relieve ni valor. Que no se culpe
a nadie sino a mí, el bribón de dos caras, el que ruge hacia fuera como un león
herido y gime en la soledad de su duro banco ergonómico mientras pergeña línea
a línea una traducción tras otra, con el lomo agachado y la mirada huidiza del
inconsecuente consuetudinario. Qué fácil es llamar a la revuelta y dejar que
algún incauto ponga el pechito tierno mientra uno traiciona sus propios
postulados sin apenas un remordimiento. ¡Y qué difícil a la vez!
Para qué pelear
contra la naturaleza humana: los habrá que siempre traduciremos y los que
siempre nos pagarán mal, peor, fatal, deleznablemente. Así como a nosotros nos
gusta traducir, a ellos les gusta pagar mal. Si nosotros disfrutamos con una
frase o –¡peor pagado aún!– un verso redondo, ellos lo hacen con una factura
risible, con un impago, con un reclamo balbuciente y jamás escuchado, no
digamos ya satisfecho.
No peleemos, pues,
colegas, camaradas. Yo, al menos, ya ni peleo ni llamo a la pelea. La inanición
es mejor camino. Trabajar mucho, cobrar poco o nada, desfallecer, morir. To work, to faint, perchance to die. La
literatura traducida seguirá germinando sobre nuestros fértiles restos y, como
en los cementerios judíos, siempre habrá nuevas capas tectónicas de tumbas para
cubrir a las anteriores con sus historias de traducción y miseria.
Y como la bondad
tiene límites claros pero la maldad no, aún falta por venir el editor que nos
pida dinero a cambio de nuestro trabajo. Y sea premiado
por ello.
genial
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