Hay
quien piensa que los emoticones son una forma estúpida de comunicación (el
Administrador de este blog, por ejemplo) y que por eso los rechaza de plano,
sintiendo algo de lástima por sus usuarios. Y hay quien se sirve de ellos a
diario, para reemplazar lo que ya no le hace decir a las palabras en aras de
vaya uno a saber qué velocidad de comunicación. Silvia Ramírez Gelbes se ocupó del tema y publicó la siguiente
columna en el diario Perfil, de
Buenos Aires, el 16 de febrero pasado. Ah, para quien no lo sepa la Fundéu
(Fundación del Español Urgente) es un engendro inventado por el BBVA y el
Instituto Cervantes, destinado a “aconsejar” a los medios de comunicación latinoamericanos
sobre cómo se debe escribir; dicho de otro modo, una manga de vivillos de la
peor estofa.
La palabra del
año
¡Quién
en 2020 no es usuario –o usuaria– de los emoticones y de los emojis!”. Eso
parece decir la Fundación del español urgente (Fundéu) al elegir a los
emoticones y los emojis como “la” palabra de 2019.
Pero
vayamos por partes. Los emoticones (término que proviene de la aglutinación de
emotion y icon, o sea, ícono que representa la emoción) son esas caritas
amarillas con sonrisas, con gestos de duda o de sorpresa, que también se vienen
representando desde fines de los 90 con los caracteres del teclado y que pueden
exigir una lectura con la cabeza a 90 grados hacia la izquierda. Los emojis
(cuyo nombre proviene del japonés e, “imagen”, y moji, “carácter”), por su
lado, exceden el universo de los rostros para representar objetos y situaciones
con dibujos bastante convencionales.
Mientras
los emoticones son herederos directos de los smileys, las setentosas caritas de
la amistad, los emojis fueron creados por Shigetaka Kurita, empleado de una compañía
de telecomunicaciones que buscaba atraer a los jóvenes. Es evidente que el uso
de unos y de otros se generalizó, soslayando diferencias etarias: algunos
adultos comentan que los prefieren a las palabras escritas, pues evitan con
ellos digitar muchas teclas.
Sus
funciones, desde luego, no se reducen a la comodidad. La investigación muestra
que se recurre a ellos con el fin de reforzar lo que dice el texto verbal, de
complementarlo, de agregar el tono que le falta a la escritura, de sumar humor
al enunciado, de acercarse al interlocutor. Y, quizá por encima de todo eso, de
construir una imagen propia descontracturada, actualizada y jovial.
Los
emojis y los emoticones no están exentos, sin embargo, de ambigüedad. Frente a
los que resultan muy descifrables (como la carita de “horror” en dos colores,
con ojos y boca muy abiertos y las manos a los lados de la boca, casi un
escorzo del famoso cuadro El grito del noruego Edvard Munch), están los
crípticos. Tal es el caso del que llaman smirk, una cara con sonrisita altanera
de costado, que puede representar incluso disgusto leve. Y que es confundida
muchas veces con la carita de aburrimiento. Hay otros, como digo, que ni
siquiera son caritas. Desde el dibujo de la mano con el pulgar levantado para
afirmar que está todo bien (leído por los más jóvenes como una fría señal de
distanciamiento), hasta la berenjena y el durazno, que han admitido
connotaciones sexuales.
Cabe
recordar aquí que, en 2015, el Diccionario Oxford eligió la “cara que ríe hasta
las lágrimas” (o LOL, por “laugh out loud”, la sigla que la distingue en
inglés) como palabra del año. Es decir que la Fundéu no ha sido tan original.
Pero, claro está, ellos tienen sus razones para tomar esta decisión.
Es
que, en el mundo global en el que nos movemos, no parece estar de más un
lenguaje internacional que facilite la comunicación, que salte la barrera de
los dialectos e incluso de las lenguas. Tal vez, reeditando lo que Umberto Eco
pensaba en 1998 (“En el futuro próximo, cada uno hablará su propia lengua y
comprenderá la de los demás”), los emoticones y los emojis vienen a constituir
un idioma universal que simplifica los intercambios discursivos.
Verdaderos
representantes de lo que puede llamarse discurso híbrido –un crossover entre la escritura y la
oralidad–, en fin, es muy probable que los emoticones y los emojis sean apenas
la punta de un iceberg cognitivo que recién está aflorando. Y que, así como la
escritura afecta las profundidades de la psique y hace que la estructura de
pensamiento de un sujeto alfabetizado sea distinta de la de un analfabeto –esto
lo dice, entre otros, Walter Ong–, los modos de pensar de quienes han crecido
con este tipo de discursos sean diferentes de los de quienes tuvimos una
educación en la era analógica.
Si esos nuevos modos
de pensar son más abiertos, más inclusivos, más tolerantes, más dialoguistas,
hasta puede pasar que estén viniendo tiempos mejores. Quién le dice.
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