Pocas ediciones y más escritores que especialistas en el idioma, caracterizan a la Academia Mexicana
El lema de la Academia Mexicana de la Lengua sigue siendo el mismo con el que se estableció en 1875: “Limpia, fija y da esplendor”, igual al de la Real Academia Española (RAE), pero con una historia de acción, proyectos e impacto en la vida cultural de ninguna manera equiparable.
Contrario a la de España, la mexicana no tiene ni los recursos económicos, ni la injerencia para hacer del español un negocio; tampoco tiene los estudios ni las publicaciones de diccionarios y literatura clásica; ni la fuerza para incorporar más léxico del español mexicano al Diccionario de la Lengua Española, a pesar de que México es la nación con más hispanohablantes en el mundo. Uno de cada cuadro hablantes es mexicano.
Aunque por esa institución han pasado más de 300 estudiosos y escritores como Joaquín García Icazbalceta, Manuel Orozco y Berra, Justo Sierra, Emilio Rabasa, Luis González Obregón, Artemio de Valle-Arizpe, Antonio Caso, Federico Gamboa, Alfonso Reyes, José Vasconcelos y Martín Luis Guzmán, entre muchos más, hasta hace poco los académicos empezaron a incidir en las decisiones que se toman en la RAE; antes no les daban ese privilegio, tampoco a los otros países de Hispanoamérica.
Sin embargo, son más los déficites que tiene esa institución. Ha producido y publicado un diccionario ambicioso, el Diccionario de mexicanos, coordinado por la académica Concepción Company Company y publicado por Siglo XXI y la UNAM, pero que desde su salida ha estado en la polémica por sus errores, que por cierto, ya serán corregidos, pues el volumen está en un proceso de “ampliación y corrección, en una edición muy severa”, a decir del director de la Academia y director de Siglo XXI, Jaime Labastida.
En lo interno, la Academia Mexicana de la Lengua también tiene pendientes, cuenta con 33 miembros, entre escritores, abogados, dramaturgos, periodistas y estudiosos de la lengua; de ellos sólo ocho son lingüistas, lexicógrafos, filólogos o gramáticos, y sólo seis son mujeres. El más antiguo de los académicos es Miguel León-Portilla –que ingresó en 1961– y el más nuevo Vicente Leñero recién ingresado el 12 de mayo. El chelista Carlos Prieto está próximo a ingresar formalmente.
Además, la Academia terminó el Diccionario español del estudiante y aunque lo entregó a la Secretaría de Educación Pública, ésta no ha dado una explicación de por qué no lo ha publicado.
Ese es un proyecto sin concreción, al igual que la gestión que han empezado para hacer del español la lengua oficial de México y la solicitud para que el gobierno mexicano firme el Convenio de Bogotá establecido en 1960, que lo obligaría a dotar a la Academia de una sede propia –su sede actual en Liverpool 76 está en comodato– y darle recursos fijos para su gestión.
Ese organismo que limpia, fija y da esplendor a la lengua, tiene una nómina anual de 9 millones de pesos, dos de los cuales son recursos etiquetados dentro del Presupuesto de Egresos de la Federación; los restantes provienen de apoyos de Conaculta y de la Fundación Pro Academia Mexicana de la Lengua.
La entidad, que está por firmar un convenio con el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas para hacer “diccionarios” y que gestiona la creación del Instituto Alfonso Reyes para que “enseñe el español hablado en México allende de nuestras fronteras”, como afirma Labastida, es cuestionada por el lingüista mexicano Luis Fernando Lara: “¿Méritos? No le veo ninguno, creo que podemos vivir tranquilamente sin la Academia Mexicana”.
Español, gran negocio; no en México
Este idioma que hablan 441 millones de personas, que es lengua única en 18 países –en tres más es cooficial– y segundo idioma más estudiado del mundo, superado sólo por el inglés, se ha convertido en uno de los grandes negocios de España al considerarlo capital cultural intangible, pero no lo es de México.
Tal cantidad de hablantes convierten al español en una de las oportunidades de negocio más confiables de cualquier economía, lo sabe España que en 2007 reportó ingresos por 462 millones y medio de euros gracias a los extranjeros que llegaron a estudiar español; pero ese es un rubro que en México no se hace por falta de interés y de recursos.
Luis Fernando Lara, quien colabora en un libro que saldrá en Barcelona, titulado El dardo en la academia, que contendrá unas mil 400 páginas de críticas a las academias de la lengua, asegura que la Academia Española maneja muchísimo dinero y las grandes trasnacionales aprovechan su influencia para entrar en Hispanoamérica con el pretexto de la unidad de la lengua.
“El español se ha convertido en la punta de lanza de las grandes empresas españolas, al grado de que le dieron patente de corso a la Fundeu, la Fundación del Español Urgente, que es la que anda repartiendo consejos de cómo se debe escribir pero con un agravante que casi nadie a notado, que la Fundeu vende un sello de calidad”, señala Lara.
Adolfo Castañón, académico que hace unos días fue nombrado nuevo bibliotecario-archivero de la AML, asegura que en México siempre le están regateando el apoyo a las instituciones nacionales y que no se aprovecha a la Academia para capacitar a los maestros, por ejemplo, o a la sociedad en general; que no se piensa en capacitar a la gente para saber hablar, saber leer y saber escribir en su propio beneficio.
Por su parte, Jaime Labastida dice que en España la lengua está considerada un asunto de Estado y ven la lengua como un activo económico, pero México, de entrada, no tiene lengua oficial. “Si el español fuera visto como un asunto de estado la academia recibiría los recursos que le corresponden como están previstos en un convenio multilateral que fue firmado por todos los gobiernos durante el tercer Congreso de las academias, en Bogotá, en 1960”.
Sin dinero, pocos libros
El argumento al que siempre llega Jaime Labastida por la falta de acciones es “la penuria extrema” en la que trabaja la Academia; sin embargo, Luis Fernando Lara afirma que tiene que ver con que es “una corporación que no se ha metido, es muy conservadora y además parece que no les gusta entrar al debate. Los verdaderos asuntos del español es preferible que los discutamos abiertamente y entre especialistas, la lengua es un hecho público y no la podemos sustraer a un grupo de gente”.
Asegura que son muchos años para tan pocos resultados, pues si se trata de hablar de publicaciones, la Academia Mexicana sólo publica sus memorias, hizo un Índice de mexicanismos durante la gestión de José Luis Martínez y luego un primer Diccionario breve de mexicanismos hecho por Guido Gómez de Silva “igualmente malo que este segundo que sacó Concepción Company”, afirma Luis Fernando Lara, profesor e investigador de El Colegio de México.
El ensayista Adolfo Castañón asegura que “en materia de publicaciones se ha hecho lo que se ha podido en esas condiciones” y recuerda que además se han publicado anuarios; cita también la reedición que se ha hecho del Vocabulario de mexicanismos que hizo Joaquín García Icazbalceta.
“Los académicos mexicanos, también como profesionales y de manera individual, han tenido una injerencia muy fuerte en el ámbito editorial; por ejemplo en la Biblioteca del Estudiante Universitario que edita la UNAM o en la Biblioteca de autores griegos y latinos”, afirma Castañón.
Sin embargo, Luis Fernando Lara apunta que aunque la mexicana fue la segunda academia que se fundó en América, después de la colombiana, se pasó los primeros 140 años de vida sin hacer nada; acepta que hubo académicos valiosos como Joaquín García Icazbalzeta o Francisco Santamaría que publicó su Diccionario de mejicanismos, pero que incluso lo hizo antes de ser miembro de la Academia.
“O sea, son obras de personas, no como ellos dicen de la corporación. A la vez la Academia mexicana nunca ha tenido un papel importante en el estudio del español de México y tampoco ha contribuido a los debates importantes sobre el periodismo, el uso de nuevas palabras, la influencia del inglés, etcétera”, señala el investigador.
Para Jaime Labastida, la Academia ha hecho lo que ha podido: “Uno de los propósitos que tenemos ahora es constituir una comisión editorial de la Academia, claro que podríamos publicar mucho, los trabajos de los grandes académicos, muchos de los libros de García Icazbalceta que no están disponibles. Esa es una laguna que la academia puede llenar”.
Las omisiones y los pendientes
Muchos son los proyectos de Jaime Labastida al frente de la Academia, como la creación del Instituto Alfonso Reyes del cual ya ha hablado con la presidenta del Conaculta, Consuelo Sáizar. Ella está de acuerdo en que es la Academia la más adecuada para definir objetivos y estructura. “La Academia quiere contribuir, ni lo puede llevar por sí sola ni puede apropiarse de eso, no le corresponde”, dice Labastida.
Reconoce que el Instituto Cervantes enseña el español peninsular, con el acento español y la forma de construcción peninsular y que en México “deberíamos enseñar el español culto de México”, por lo cual ha propuesto la creación de ese instituto a semejanza del Cervantes de España, del Camus de Portugal, de la Alianza Francesa de Francia, el Goethe de Alemania o el Dante Alligeri de Italia.
Adolfo Castañón dice que un pendiente es lograr una página de la academia que responda a las consultas como lo hace la de la Real Academia de la Lengua; con todo, la mexicana ha respondido más de cinco mil dudas.
Aún así, Luis Fernando Lara ve faltas en la Academia Mexicana de la Lengua, por ejemplo, que no ha puesto ninguna atención a las carencias de la terminología; es decir, al estudio del vocabulario científico y técnico.
Varios estudiosos, muchos de ellos de la UNAM, han hablado de que es un problema serio el del vocabulario científico y técnico del español pues “cada país está bajo distintas influencias y entran diferentes soluciones de vocabulario llega un momento en el que nuestros científicos dicen: ‘hablar en español nos cuesta más trabajo, mejor usamos inglés’. Eso, a lo que nos va a llevar es a perder capacidad en la lengua”.
También Luis Fernando Lara cuestiona los criterios de ingreso a las academias, hay personas de muy diferentes conocimientos y no se pueden estudiar la lengua como se debe. “Para ingresar a la Academia de Medicina hay que ser médico, en cambio para ingresar a la Academia de la Lengua no hay que ser nada en particular”.
Lara asegura que la Academia Mexicana de la Lengua está a caballo entre que hay escritores y los que no son escritores; por lo tanto, su actividad siempre es “muy casuística”.
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