Tercer artículo de la serie publicada en El Trujamán, por Marietta Gargatagli.
III
La historia de la traducción, como ocurre con las disciplinas que aspiran a desentrañar y conservar el pasado —sobre todo si este pasado es verbal— debería ser algo más que una cronología inteligente. No basta con afirmar que una traducción es, por ejemplo, del siglo xvi. Hay que saber si se imprimió o quedó manuscrita, si una vez impresa no fue colocada en el Índice de libros prohibidos, si la edición resultó aniquilada como ocurrió a veces, si tuvo lectores, si influyó en otros autores, si plantea algún problema teórico, si tenía calidad estética, si la lengua revela rasgos significativos, si era un plagio o si fue plagiada más tarde. Tal visión de conjunto, imprescindible para analizar un texto, convierte lo estrictamente temporal en un mero dato. Si no hay interpelación de los hechos, limitarse a incluir un documento en una serie histórica puede no ser suficiente y, a veces, resulta inútil.
La riqueza de las relaciones lingüísticas casi mundiales (si se incluyen las tareas evangelizadoras y coloniales en Asia y África) convierten a la lengua castellana en un espacio cultural único porque ningún otro idioma europeo tuvo la posibilidad de enfrentarse a lo largo del tiempo a la complejidad cultural del árabe, del hebreo o de las numerosas lenguas americanas y asiáticas.
Dos límites, sin embargo, impiden el desarrollo de una historia de la traducción poderosa y completa. El primer límite es la casi imposibilidad de incorporar el pasado árabe y sefardita a la tradición peninsular admitiendo que los hispanoárabes e hispanojudíos fueron tan formadores de la tradición española como lo latino, lo visigodo y lo europeo. Se pierde así un ciclo complejísimo de traducciones religiosas, literarias, filosóficas y científicas, donde intervinieron el árabe y el hebreo que no deberían haber sido jamás excluidas del canon de lo español. El segundo límite tiene que ver con América y con la imposibilidad de ver la simultaneidad del grandioso período de la traducción clásica (siglos xv, xvi y xvii) con el grandioso período de las traducciones americanas en donde estaban implicadas las lenguas de América: tan importante para la historia de la traducción fue fray Luis de León como su contemporáneo mexicano Bernardino de Sahagún.
Esos límites proceden de convenciones historiográficas o de especializaciones científicas, sin embargo, reflexionar sobre ello debería formar parte de la riqueza de los materiales que se nos ofrecen. Si la historia de la traducción de una misma lengua no debería ser anárquicamente parcelada, tampoco debería excluirse, por lo peculiar e interesante, todo lo que, en otros tiempos, fue una suerte de losa sobre las palabras: la censura, la violencia, el analfabetismo, el atraso, la incultura, el colonialismo.
El gesto de dividir el campo entre España e Hispanoamérica (nombre, dicho sea de paso, que en muchos países de América equivale a llamar «provincias vascongadas» a Euskadi) no sólo es estéril, también arroja sobre nuestros trabajos un extraño y doble error histórico: en España, la historia de la traducción no contempla lo americano; en su extensa dimensión, lo hispanoamericano parece contener los siglos coloniales como si hubieran sido los artífices de su propio colonialismo. Esa paradójica división deja de lado algo central: que esos estudios coloniales y postcoloniales deberían ser más que pertinentes en la remota metrópoli, porque la experiencia del colonialismo fue española y porque los archivos que la describen (Indias o Simancas) están en la Península.
La división del campo del saber entre arabistas, hebraístas, americanistas, hispanistas parcela y falsea una historia común que alcanza la dimensión de extraordinaria sólo cuando es posible ver la vastedad y heterogeneidad que la hizo nacer. Eludir esa complicada riqueza repitiendo tópicos decimonónicos (o más antiguos) es convertir la historia de la traducción de la lengua castellana en una especie de mapa mudo donde hay un montón de inesperados relieves pero que nadie sabe por qué ni cómo están allí.
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