La traductora uruguaya Adriana Pérez, luego de un largo silencio, envía al Club de Traductores Literarios de Buenos Aires, la siguiente entrada, decididamente geopolítica.
El príncipe, la
intérprete y los “hispanos”
Preámbulo
Días atrás, el nuevo rey de
España, antes el príncipe e hijo del rey que nombró Francisco Franco, el último
mandatario fascista europeo, viajó a EE.UU a reivindicar una vez más la pretérita
presencia española en el continente americano como si la conquista de América
hubiera sido una expedición geográfica. Sería difícil definir en qué puede
consistir la reivindicación de una monstruosidad, pero vivimos épocas borrosas
y nadie considera que sea necesario definir nada.
En cualquier caso, el
recuerdo de tiempos infames y remotos que promueve la diplomacia (española) de
los empresarios españoles es una pantalla que vela la ausencia española en el
presente. Es una especie de barullo que permite afiliarse al mundo “hispano”
—donde no hay españoles, sino latinoamericanos— porque el mundo “hispano” es un negocio que la diplomacia
española, la derecha española y los empresarios
españoles consideran literalmente suyo. En realidad, la idea de que los seres
humanos sean un negocio también es enteramente suya. En tiempos borrosos todo
discurre por cauces también borrosos y de golpe parece que al rey de España lo
hubieran elegido para representar a los “hispanos” que viven en EE.UU y no que
fuera simplemente el hijo del hombre que eligió Franco.
Hace tiempo que la derecha
española y los empresarios españoles dan vueltas por EE.UU tratando de enseñar
español a los que ya hablan español o abriendo escuelas de periodismo para que
los periodistas latinoamericanos también hablen español y no esas jergas
ridículas que hablan, entre las que también está el inglés. Y, como tornado
caribeño, la derecha española y los empresarios españoles vuelven una y otra
vez con la idea de que las nuevas generaciones no deben olvidarse de sus
orígenes, orígenes que no les interesan en absoluto, salvo porque contienen la
pócima mágica del negocio: el idioma.
Los personajes
Con motivo de esa visita, el
rey de España, acompañado de un séquito invisible de empresarios españoles y
periodistas españoles, se reunió con el presidente Obama en la Casa Blanca. La
disposición y actitud de los actores era reveladora. Obama, distendido, sin
papel y con su maravillosa voz, desgranó una serie de lugares comunes sobre las
relaciones entre España y EE.UU. El rey, a la derecha, tenso, con papeles o
fichas que leía disimuladamente, enumeró con borbónica monotonía las respuestas
a los lugares comunes que seguramente un conjunto de profesionales habrían
escrito. A la izquierda de Obama, la intérprete, una “hispana” auténtica,
abriendo un hueco en el cielo de lo borroso, representando con su mero acento
lo que la supuesta expedición geográfica de los 450 años de la fundación de
qué? pretendía ocultar.
La acción
La intérprete transmitió con
naturalidad el repertorio de lugares comunes —en esas conferencias entre países
nunca se habla de otra cosa— cuando, en lugar de decir que EE.UU quería seguir
teniendo “una relación con una España fuerte y unificada", fue más fiel al
mutuo intercambio de humo y dijo: “una relación más fuerte y unida con
España”. Si este rey hubiera sido su
padre, el heredero elegido por Franco, le hubiera dicho a la traductora: ¿Por
qué no te callas?, pero como Felipe todavía es medio joven, se limitó a mirar
con silenciosa desesperación a los suyos para que la diplomacia, los
empresarios y los periodistas españoles, presentes aunque invisibles, tomaron
nota del error. Lo tomaron tan al pie de la letra que no se habló de otra cosa.
El desenlace
En las vísperas de las elecciones
de Catalunya, con tres partidos proponiendo la independencia, lo que dijera
Obama era de lo más importante no se sabe muy bien para qué. Y aunque el error,
la levantada de ceja del rey (ajena a las nociones más elementales de la
diplomacia, dicho sea al pasar) fue coreada al instante por casi todos los
medios de comunicación españoles —que sobre todo son oficialistas—, rectificar
el error no sirvió para nada. Tampoco sirvió para nada que le hubieran pedido
otras palabras semejantes a David Cameron del Reino Unido, a Angela von Merkel
de Alemania o que invitaran a Nicolas Sarkozy al acto final de la campaña por
una “España fuerte y unificada” o por la variante con más glamour europeo, una
“España unida y variada”, como solicitaban algunos miembros del Opus Dei en el
apogeo del fascismo de finales de los años cuarenta y repitió el rey, el
heredero del heredero de Franco, pocos días más tarde en este mismo octubre.
Y, por fin y por ser
exhaustivos, tampoco sirvió de nada que se añadiera un párrafo inexistente en
la traducción al castellano de una declaración de Jean Claude Juncker,
presidente de la
Comisión Europea que no figuraba en la versión original en
inglés. Y que decía así:
"La Comisión recuerda en este
contexto que, de conformidad con lo dispuesto en el artículo 4, apartado 2, del
TUE, la Unión
debe respetar la «identidad nacional [de los Estados miembros], inherente a las
estructuras fundamentales políticas y constitucionales de éstos, también en lo
referente a la autonomía local y regional. Respetará las funciones esenciales
del Estado, especialmente las que tienen por objeto garantizar su integridad
territorial». La determinación del territorio de un Estado miembro está
únicamente establecida por el Derecho constitucional nacional, y no por una
decisión de un Parlamento autonómico contraria a la constitución de dicho
Estado."
Párrafo fantasma que produjo
un breve lío del que ya nadie habla porque fue borrado por la realidad borrosa
que lo borra todo.
Como es natural los tres
partidos que promovían la independencia catalana ganaron las elecciones del 27
de setiembre. Ese mismo día, el lendakari vasco anunció que la idea de
independizarse les parecía cada vez mejor. Hoy, 7 de octubre de 2015, cuando en
el Parlamento de la
Unión Europea , el rey hijo del heredero de Franco pronunciaba
las frases opusdeístas de “una España unida y variada”, había una bandera por la Galicia independiente. Las
palabras del hijo del heredero de Franco no fueron oídas por los parlamentarios
de izquierda: se habían ido.
No sería nada raro que el
rey (con un séquito pagado con dinero público de todos los españoles pero para
beneficio de quienes hacen negocios privados) volviera a EE.UU a suplicar con
la voz de Johny Rodríguez: ¡Hispanos no me abandonen, no tenemos ni idea de
quienes son ni nos importa, pero por favor no me abandonen…. !
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