María José Furió es,
además de narradora, traductora de francés, italiano y catalán al castellano. Está
especializada en ensayo, no ficción, narrativa contemporánea y literatura para
jóvenes. En el contexto de una estadía en el Colegio Internacional de
Traductores Literarios, de Arles, conoció a la traductora griega Effi
Yannopoulou y la interrogó sobre distintos aspectos de su vida y la profesión. Por
sus dimensiones, la entrevista se ofrece en dos partes. Aquí va la primera.
Entrevista con Effi Yannopoulou,
traductora de español y francés
al griego (I)
Effi
Yannopoulou (Atenas, 1967) es una reconocida traductora especializada en
literaturas hispánicas. Coincidimos en abril de 2008 en Arles, con una beca de estancia
en el Colegio Internacional de Traductores Literarios. Effi se hallaba inmersa
en la traducción de El pasado, de Alan Pauls, que simultaneaba con el
interesante ensayo de la francesa Pascale Casanova, La República
mundial de las Letras.
El
grupo de traductores reunido en el par de semanas que pasé en la ciudad
provenzal resultó muy atractivo, no solo por la amplia escala de edades –desde
veinteañeras con una formación de una solidez sorprendente hasta veteranas que
superaban los 70 años--, sino también por la diversidad de orígenes de los
extranjeros: había una veteranísima traductora de Estonia, una sonriente y
discreta coreana del sur a la que su marido había “dado permiso” para viajar a
Francia, un israelí entrado en la sesentena que era también escritor
especializado en gastronomía, o la propia Effi Yannopoulou, casi recién llegada
de Buenos Aires y que se trasladaría luego a Berlín. No faltaban las
traductoras francesas. La traductora de japonés había llegado a amar la cultura
nipona al punto de especializarse en masaje shiat-su –un complemento profesional
que fue muy celebrado, una vez pasamos uno tras otro por sus manos mágicas–; las
de alemán se encontraban en el Colegio de Traductores para contrastar versiones
de una traducción a dos.
Las
cenas de grupo, bien regadas con vinos seleccionados por el experto israelí,
eran largas y estrepitosas. Aun descontando la dosis de alcohol en sangre, eran
las hilarantes anécdotas de Effi Yannopoulou lo que nos hacía estallar en
carcajadas con su gracia fatalista y su talento para el detalle absurdo. Me dio
la impresión de que era ese talento suyo para captar el detalle insólito de una
situación lo que la convierte en una traductora de un gusto tan certero como
demuestra la lista de los autores que traduce.
En
este ambiente distendido, ventoso y gourmet, espontáneamente los tres
traductores mediterráneos –la griega, el
israelí y yo– solíamos coincidir alrededor de una mesa fuera de la Casa. Los temas amorosos
y bélicos, o bélico-amorosos, eran el asunto de conversaciones y polémicas,
tanto por el argumento que nos había llevado a Arles –yo traducía en ese
momento al sociólogo Alain Touraine; el israelí era naturalmente susceptible a
toda posición contraria a su país y Effi se hallaba frente al laberinto mayor
de Pauls— como por un difuso estado de incertidumbre que atribuíamos a la
naturaleza de la profesión de traductor. Creo que la crisis económica mundial que
ha afectado tan gravemente a los profesionales de la cultura en los países del
sur de Europa ha puesto de relieve en qué medida la engañosa bonanza de los
años de sobreproducción editorial permitió postergar la imprescindible toma de
conciencia acerca de una acción de carácter político con el fin de definir y
defender nuestra profesión de traductores, de escritores.
La
evolución de Effi Yannopoulou es muy significativa al respecto, como se verá en
la entrevista.
–Empecemos
por las preguntas obvias: ¿de qué idiomas traduces? ¿Qué formación tienes y
cómo empezaste a traducir?
–Traduzco sobre todo del español y del
francés, aunque algunas veces también del inglés (hasta ahora solo obras de
teatro y de vez en cuando ensayos breves para ediciones especializadas, como,
por ejemplo, catálogos de exposiciones). Estudié Letras y Psicología en la Universidad y después hice
un curso de Traducción Literaria en el Instituto Francés de Atenas y varios seminarios
de traducción del español. Empecé a traducir en 1993, por amor a la literatura
y por inclinación a una vida profesional sin horarios.
–¿Cuáles son los autores más importantes que
has traducidos del español al griego?
–Creo que he sido muy afortunada. He
traducido a escritores importantes, tanto españoles como latinoamericanos. Y
empiezo por Carlos Fuentes y Juan Rulfo, para seguir con Javier Marías, Juan
Marsé, Ricardo Piglia y Roberto Bolaño. Y algunos más jóvenes, que para mí son también
muy importantes: Alan Pauls, Martín Kohan y Alejandro Zambra.
–¿Has
recibido algún premio por tus traducciones? ¿Has disfrutado de becas de ayuda a
la traducción?
–Recibí un premio de traducción literaria del
español al griego por la traducción de una colección de novelas cortas de
Carlos Fuentes (Constancia y otras
novelas para vírgenes). Para ser exacta, eran cinco premios entonces, a la
traducción a partir de cinco idiomas diferentes (inglés, francés, español,
italiano y alemán) al griego. Se trataba de un premio importante porque todos
los miembros del jurado hablaban y leían tanto la lengua de salida como la de
llegada.
He recibido dos veces la beca para
traductores del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, una beca de
estancia en Francia de ayuda a la traducción (la primera vez para una colección
de cuentos fantásticos de Théophile Gautier, la otra para el libro de Pierre
Bourdieu Méditations pascaliennes).
–¿Cómo
se hace la selección de autores que traduces? ¿Participas directamente
proponiendo títulos o autores o esperas a que sean las editoriales las que te
llamen?
–Por lo general, ambas cosas. Al
principio lo segundo era lo más frecuente, las editoriales me hacían un
encargo, pero con los años he conseguido la posibilidad de proponer yo también los
títulos que me interesaban. Por ejemplo, fui yo quien propuso una nueva traducción
de Juan Rulfo a la editorial que ya había publicado Pedro Páramo (en una traducción pésima y, además, desde el inglés).
Propuse El pasado de Alan Pauls al
volver de un viaje a Argentina, y también una novela de Martín Kohan. Traduje El pasado y, aunque mi propuesta de entonces
no fue aceptada, un año después, en 2007, cuando Martín Kohan ganó el premio
Herralde con Ciencias morales, me
encargaron la traducción. Ahora parece que una editorial griega aceptará otra
propuesta para traducir a otro escritor argentino. Se trata de Boca de lobo, de Sergio Chejfec.
–¿Para
qué editoriales trabajas? ¿Qué tipo de editoriales hay en Grecia?
–Trabajo para editoriales de tamaño y
estilo variado, grandes, de medio tamaño y pequeñas. En Grecia no hay una
presencia fuerte de grupos multinacionales. La mayoría de editoriales, también
las grandes y más comerciales, son empresas familiares. Eso tiene que ver con
el mercado editorial griego, que es muy restringido, sobre todo porque el
griego es un idioma muy minoritario.
–¿Qué
presencia tienen la cultura española y la cultura latinoamericana en Grecia? ¿Hay
algún país latinoamericano en concreto cuya presencia sea más destacada (por
otras razones que no sean la simple de ser potencia editorial?)
–En general, la cultura española y
latinoamericana cuenta con muchos amigos en Grecia, en principio sobre todo por
razones políticas. Los griegos, los de la izquierda principalmente, se
identificaban mucho durante un tiempo con la historia política de España y de América
Latina, por las dictaduras y la resistencia a ellas, y también por los
movimientos sociales y políticos latinoamericanos, las revoluciones, etc. Me
parece que cuando yo empecé a aprender el español, este era el tipo de gente
que encontraba en las clases. Pero también ahora la política tiene un papel
importante. Que España esté sufriendo también las políticas de austeridad, y la
similitud entre los partidos políticos Syriza y Podemos, provoca que la gente
se interese mucho, y la actualidad española está muy presente en Grecia. Lo
mismo pasa, por razones parecidas, con Argentina y su historia de crisis
económica. Además, la derecha y los neoliberales utilizaron mucho a Argentina como
un ejemplo negativo para Grecia. Que no nos ocurriera como a Argentina, esa era
una amenaza habitual durante los primeros años de la crisis, muy utilizada por
los partidos de centro o por la derecha. Pero también hay interés por la
literatura hispanohablante, la música y los bailes, y también por el fútbol o
la cocina.
La
gente aquí siente, en general, que tiene mucho en común con los españoles y los
latinoamericanos.
–¿Cuáles
son tus autores españoles y/o latinoamericanos favoritos? ¿Qué autores
latinoamericanos y españoles tienen más fama en tu país?
–En general me resulta siempre muy
difícil contestar a la pregunta sobre autores favoritos. Estoy siempre
confundida, me parece que voy a olvidar a alguien, etc. Pero destacaría a Juan
Rulfo, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar. Y a Borges, por supuesto. Pero
quisiera nombrar algunos más. Tengo dos amores especiales, dos escritores argentinos
no muy conocidos aquí, en Grecia: Roberto Arlt (en griego solo está traducida
su novela Los siete locos) y
Macedonio Fernández (que no está traducido, y que en mi opinión es un autor que
no viaja muy bien al extranjero y será muy difícil que se publique en Grecia,
aunque me gustaría mucho traducirlo). En cuanto a los españoles, no voy a
hablar de los clásicos clásicos, como Cervantes o Quevedo. Mi autor contemporáneo
favorito es Javier Marías y tuve la buena fortuna de traducir dos libros suyos,
Los dominios del lobo y Corazón tan blanco, y ahora estoy
traduciendo el tercero, su última novela, Así empieza lo malo. También
aprecio la obra de Vila-Matas y de Rafael Chirbes. Entre los latinoamericanos
de hoy destacaría a Ricardo Piglia, Alan Pauls y Martín Kohan, a los que he
traducido, y también a Sergio Chejfec, que me parece un gran escritor. Descubrí
al chileno Alejandro Zambra cuando me encargaron la traducción de Bonsái, me enamoré del libro y leí sus
novelas posteriores y me impresionó mucho.
En
Argentina, también descubrí a Antonio di Benedetto, escritor muy atractivo, con
una voz muy suya. Y al final, no podría dejar de mencionar a Roberto Bolaño,
que me parece que cambió la literatura latinoamericana y, aún más, su recepción
en el campo literario mundial.
En
Grecia, la mayoría de los escritores del boom latinoamericano son muy conocidos
y leídos y estimados, sobre todo García Márquez, Fuentes y Vargas Llosa.
También la literatura negra tiene ahora un público muy amplio, y escritores
como Paco Ignacio Taibo II, Leonardo Padura o Santiago Roncagliolo son bastante
conocidos y leídos en mi país. Grecia no se queda al margen de la manía-Bolaño,
y también se conoce bien y se ama a Luis Sepúlveda. Sin embargo, me parece que
la literatura hispanohablante contemporánea es un terreno aún por descubrir
para el público griego.
–¿Qué
autor o autores te han dado más satisfacciones al traducirlos? ¿Cuál ha
presentado mayores problemas y por qué?
–Me parece que la satisfacción y los
problemas van juntos. La satisfacción del traductor parece ser su capacidad de
resolver problemas y superar dificultades. Entonces, La muerte de Artemio Cruz, una novela genial de Carlos
Fuentes que tuve la oportunidad de traducir durante los primeros años de mi
carrera, me dio muchísimos problemas y al mismo tiempo mucha satisfacción. Lo
mismo diría de los dos libros de Rulfo (Pedro
Páramo y El llano de llamas), aunque
con la obra de Rulfo tengo la sensación de que el traductor siempre se queda insatisfecho,
siempre lamenta no haber llegado a la altura del original. Rulfo es para mí un
autor de una perfección que no tiene igual. Mis problemas vinieron, sobre todo,
de los mexicanismos, del lenguaje local que usa, pero también porque tenía que
inventar un mundo rural y primitivo que no me es muy familiar. Aún así, hay párrafos
de mi traducción donde tengo la sensación de que estoy muy cerca de la
perfección poética del original.
El
pasado, de Pauls, y Ciencias morales, de Kohan, fueron dos traducciones que me resultaron difíciles
y me dieron también mucho placer. La dificultad viene de que tengo casi que
inventar un idioma, una sintaxis especial, porque el estilo de ambos no tiene equivalente
en la literatura griega. Sobre todo con la novela de Kohan, aunque cuando leí
el libro por primera vez no me di cuenta, cuando empecé a traducirlo tuve que
trabajar con un lenguaje casi artificial, un lenguaje de la dictadura que
provocaba un especie de repulsión, y dentro del cual respiraba toda la
mentalidad de la época.
–¿Qué
autor te habría gustado traducir de los ya traducidos al griego y qué otros
escritores crees que merecerían ser traducidos?
–Me gustaría mucho traducir a Cortázar,
Rayuela, también sus cuentos. Y a Onetti, El astillero o La vida breve,
que parece que todavía no han encontrado su público en griego; pero espero que
haya la posibilidad de traducir sus cuentos, que me gustan muchísimo y todavía no
están traducidos a mi idioma. Seguro que merecería traducir a Saer (hay poco
suyo en griego), y se me ocurre ahora Cristina Rivera-Garza, una escritora mexicana
contemporánea muy interesante. Durante años he intentado proponerla a alguna
editorial; además, una alumna mía ha traducido ya una novela suya, Nadie me verá llorar, que es una
maravilla. Pero hay muchos autores que merecerían ser traducidos, la literatura
hispanohablante es una de las mejores a nivel mundial. El problema es que en
general se importa a Grecia a través de otros países. Entonces, si un título no
ha sido un éxito en Francia, por
ejemplo, o en Alemania, es difícil introducirlo directamente aquí. También con
la crisis, todos van a elecciones seguras: escritores ya conocidos y exitosos.
–¿Con
qué dificultades te encuentras al trasladar el español al griego? ¿Hay algún
aspecto en particular que resulte especialmente difícil a causa del idioma?
–En general, no hay dificultades especiales.
Se trata de los problemas que encuentra en general un traductor. Pero como el
español es el idioma de muchos países, el traductor tiene que informarse sobre
muchísimas temas: la historia de cada país, expresiones idiomáticas, y también
detalles culturales, un mundo mucho más amplio que el que tendría que saber
alguien que traduce del francés por ejemplo. Pero también hay cosas en común
entre los dos idiomas, se parecen bastante fonéticamente y tienen casi la misma
libertad en la sintaxis, aspectos que ayudan al traductor a conservar el ritmo
del original.
–Como
traductora, si no me equivoco tuviste la suerte de conseguir muy pronto un
reconocimiento de tu trabajo, con autores tanto clásicos del siglo XX como
“clásicos inmediatos” de finales del XX, como El pasado de Pauls. ¿Cómo funcionan los canales de legitimación
de la profesión del traductor en Grecia? En España, dos son los más
importantes: los premios que otorga la profesión, que suelen recaer en unos
pocos nombres y en títulos clásicos, y el éxito de ventas que lleva a descubrir
la figura del traductor, como ha ocurrido recientemente con autores rusos y con
la saga de J.K. Rowling.
–Bueno, la verdad es que la mayoría de
mis traducciones son de obras del siglo XX, aún más de su segunda mitad, y de principios
de XXI. Del francés traduzco sobre todo ensayos, teoría. En los últimos años diría
que casi me he especializado en el sociólogo francés Pierre Bourdieu. Aquí, los
canales de legitimación me parece que funcionan de una manera un poco distinta;
por ejemplo, me parece que nadie se acuerda del nombre del traductor de J. K.
Rowling (he tenido que buscarlo ahora mismo por internet).
Están
mucho más consagrados los traductores que son además escritores, académicos,
periodistas o críticos literarios. Eso quiere decir que tienen una visibilidad
por otras razones. También se conoce mejor a alguien si trabaja
sistemáticamente con un autor, y eso funciona también con las modas
editoriales. Y, en fin, me parece que se consigue una fama después de muchos
años de buen trabajo, aunque mucho más restringida y entre un público más
culto.
Yo
me encuentro muy a menudo con gente que me conoce por mis traducciones, algunas
veces de libros que no han tenido un gran éxito pero que han gustado al público
de lectores sistemáticos. Me pasa, por ejemplo, con los dos libros de Rulfo. Y,
además, últimamente encuentro a muchos escritores jóvenes que me hacen elogios
de estas dos traducciones, y dicen que para ellos fueron una fuente de
inspiración.
–Conozco
mal la cultura y la mentalidad griegas. Leyendo una novela del comisario
Jaritos de Petros Markaris ambientada en la crisis, me pareció que, si
reflejaba fielmente la mentalidad del país, los griegos parecían demasiado encerrados
en sí mismos, poco modernos.
–Bueno, se trata de una construcción literaria, y además
de una construcción bastante estereotipada como suele pasar en la novela negra.
No es que no haya gente así, pero también hay una generación joven, muy
educada, muy cosmopolita y moderna (si esta palabra quiere decir algo, al fin y
al cabo), que ha viajado mucho y también ha estudiado en el extranjero, pero se
trata de una generación destrozada por la crisis. Pero, hablando de literatura
griega contemporánea, creo que la crisis también ha inspirado y dado materia
prima a mucha gente joven, hay cosas interesantes que se publican ahora, sobre
todo en poesía. Los griegos son más poetas que novelistas tradicionalmente, y
también les cae mejor la forma breve. Se han publicado muchas y muy buenas colecciones
de cuentos. Me parece que no tiene sentido nombrar escritores completamente
desconocidos para el público hispanohablante, pero recientemente se han
publicado colecciones de cuentos y también de poetas griegos jóvenes en inglés
o en francés, como Futures: Poetry of the Greek Crisis, con edición y
traducción de Theodoros Chiotis, en la editorial Penned in the Margins.
(continúa mañana)
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