lunes, 5 de octubre de 2015

María José Furió con Effi Yannopoulou (I)


María José Furió es, además de narradora, traductora de francés, italiano y catalán al castellano. Está especializada en ensayo, no ficción, narrativa contemporánea y literatura para jóvenes. En el contexto de una estadía en el Colegio Internacional de Traductores Literarios, de Arles, conoció a la traductora griega Effi Yannopoulou y la interrogó sobre distintos aspectos de su vida y la profesión. Por sus dimensiones, la entrevista se ofrece en dos partes. Aquí va la primera.

Entrevista con Effi Yannopoulou,
 traductora de español y francés al griego (I)

Effi Yannopoulou (Atenas, 1967) es una reconocida traductora especializada en literaturas hispánicas. Coincidimos en abril de 2008 en Arles, con una beca de estancia en el Colegio Internacional de Traductores Literarios. Effi se hallaba inmersa en la traducción de El pasado, de Alan Pauls, que simultaneaba con el interesante ensayo de la francesa Pascale Casanova, La República mundial de las Letras.

El grupo de traductores reunido en el par de semanas que pasé en la ciudad provenzal resultó muy atractivo, no solo por la amplia escala de edades –desde veinteañeras con una formación de una solidez sorprendente hasta veteranas que superaban los 70 años--, sino también por la diversidad de orígenes de los extranjeros: había una veteranísima traductora de Estonia, una sonriente y discreta coreana del sur a la que su marido había “dado permiso” para viajar a Francia, un israelí entrado en la sesentena que era también escritor especializado en gastronomía, o la propia Effi Yannopoulou, casi recién llegada de Buenos Aires y que se trasladaría luego a Berlín. No faltaban las traductoras francesas. La traductora de japonés había llegado a amar la cultura nipona al punto de especializarse en masaje shiat-su –un complemento profesional que fue muy celebrado, una vez pasamos uno tras otro por sus manos mágicas–; las de alemán se encontraban en el Colegio de Traductores para contrastar versiones de una traducción a dos.

Las cenas de grupo, bien regadas con vinos seleccionados por el experto israelí, eran largas y estrepitosas. Aun descontando la dosis de alcohol en sangre, eran las hilarantes anécdotas de Effi Yannopoulou lo que nos hacía estallar en carcajadas con su gracia fatalista y su talento para el detalle absurdo. Me dio la impresión de que era ese talento suyo para captar el detalle insólito de una situación lo que la convierte en una traductora de un gusto tan certero como demuestra la lista de los autores que traduce.

En este ambiente distendido, ventoso y gourmet, espontáneamente los tres traductores  mediterráneos –la griega, el israelí y yo– solíamos coincidir alrededor de una mesa fuera de la Casa. Los temas amorosos y bélicos, o bélico-amorosos, eran el asunto de conversaciones y polémicas, tanto por el argumento que nos había llevado a Arles –yo traducía en ese momento al sociólogo Alain Touraine; el israelí era naturalmente susceptible a toda posición contraria a su país y Effi se hallaba frente al laberinto mayor de Pauls— como por un difuso estado de incertidumbre que atribuíamos a la naturaleza de la profesión de traductor. Creo que la crisis económica mundial que ha afectado tan gravemente a los profesionales de la cultura en los países del sur de Europa ha puesto de relieve en qué medida la engañosa bonanza de los años de sobreproducción editorial permitió postergar la imprescindible toma de conciencia acerca de una acción de carácter político con el fin de definir y defender nuestra profesión de traductores, de escritores.

La evolución de Effi Yannopoulou es muy significativa al respecto, como se verá en la entrevista.

–Empecemos por las preguntas obvias: ¿de qué idiomas traduces? ¿Qué formación tienes y cómo empezaste a traducir?
–Traduzco sobre todo del español y del francés, aunque algunas veces también del inglés (hasta ahora solo obras de teatro y de vez en cuando ensayos breves para ediciones especializadas, como, por ejemplo, catálogos de exposiciones). Estudié Letras y Psicología en la Universidad y después hice un curso de Traducción Literaria en el Instituto Francés de Atenas y varios seminarios de traducción del español. Empecé a traducir en 1993, por amor a la literatura y por inclinación a una vida profesional sin horarios.

–¿Cuáles son los autores más importantes que has traducidos del español al griego?
–Creo que he sido muy afortunada. He traducido a escritores importantes, tanto españoles como latinoamericanos. Y empiezo por Carlos Fuentes y Juan Rulfo, para seguir con Javier Marías, Juan Marsé, Ricardo Piglia y Roberto Bolaño. Y algunos más jóvenes, que para mí son también muy importantes: Alan Pauls, Martín Kohan y Alejandro Zambra.

–¿Has recibido algún premio por tus traducciones? ¿Has disfrutado de becas de ayuda a la traducción?
–Recibí un premio de traducción literaria del español al griego por la traducción de una colección de novelas cortas de Carlos Fuentes (Constancia y otras novelas para vírgenes). Para ser exacta, eran cinco premios entonces, a la traducción a partir de cinco idiomas diferentes (inglés, francés, español, italiano y alemán) al griego. Se trataba de un premio importante porque todos los miembros del jurado hablaban y leían tanto la lengua de salida como la de llegada.
He recibido dos veces la beca para traductores del Ministerio de Asuntos Exteriores de Francia, una beca de estancia en Francia de ayuda a la traducción (la primera vez para una colección de cuentos fantásticos de Théophile Gautier, la otra para el libro de Pierre Bourdieu Méditations pascaliennes). 

–¿Cómo se hace la selección de autores que traduces? ¿Participas directamente proponiendo títulos o autores o esperas a que sean las editoriales las que te llamen?
–Por lo general, ambas cosas. Al principio lo segundo era lo más frecuente, las editoriales me hacían un encargo, pero con los años he conseguido la posibilidad de proponer yo también los títulos que me interesaban. Por ejemplo, fui yo quien propuso una nueva traducción de Juan Rulfo a la editorial que ya había publicado Pedro Páramo (en una traducción pésima y, además, desde el inglés). Propuse El pasado de Alan Pauls al volver de un viaje a Argentina, y también una novela de Martín Kohan. Traduje El pasado y, aunque mi propuesta de entonces no fue aceptada, un año después, en 2007, cuando Martín Kohan ganó el premio Herralde con Ciencias morales, me encargaron la traducción. Ahora parece que una editorial griega aceptará otra propuesta para traducir a otro escritor argentino. Se trata de Boca de lobo, de Sergio Chejfec.

–¿Para qué editoriales trabajas? ¿Qué tipo de editoriales hay en Grecia?  
–Trabajo para editoriales de tamaño y estilo variado, grandes, de medio tamaño y pequeñas. En Grecia no hay una presencia fuerte de grupos multinacionales. La mayoría de editoriales, también las grandes y más comerciales, son empresas familiares. Eso tiene que ver con el mercado editorial griego, que es muy restringido, sobre todo porque el griego es un idioma muy minoritario.

–¿Qué presencia tienen la cultura española y la cultura latinoamericana en Grecia? ¿Hay algún país latinoamericano en concreto cuya presencia sea más destacada (por otras razones que no sean la simple de ser potencia editorial?)
–En general, la cultura española y latinoamericana cuenta con muchos amigos en Grecia, en principio sobre todo por razones políticas. Los griegos, los de la izquierda principalmente, se identificaban mucho durante un tiempo con la historia política de España y de América Latina, por las dictaduras y la resistencia a ellas, y también por los movimientos sociales y políticos latinoamericanos, las revoluciones, etc. Me parece que cuando yo empecé a aprender el español, este era el tipo de gente que encontraba en las clases. Pero también ahora la política tiene un papel importante. Que España esté sufriendo también las políticas de austeridad, y la similitud entre los partidos políticos Syriza y Podemos, provoca que la gente se interese mucho, y la actualidad española está muy presente en Grecia. Lo mismo pasa, por razones parecidas, con Argentina y su historia de crisis económica. Además, la derecha y los neoliberales utilizaron mucho a Argentina como un ejemplo negativo para Grecia. Que no nos ocurriera como a Argentina, esa era una amenaza habitual durante los primeros años de la crisis, muy utilizada por los partidos de centro o por la derecha. Pero también hay interés por la literatura hispanohablante, la música y los bailes, y también por el fútbol o la cocina.
La gente aquí siente, en general, que tiene mucho en común con los españoles y los latinoamericanos.

–¿Cuáles son tus autores españoles y/o latinoamericanos favoritos? ¿Qué autores latinoamericanos y españoles tienen más fama en tu país?  
–En general me resulta siempre muy difícil contestar a la pregunta sobre autores favoritos. Estoy siempre confundida, me parece que voy a olvidar a alguien, etc. Pero destacaría a Juan Rulfo, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar. Y a Borges, por supuesto. Pero quisiera nombrar algunos más. Tengo dos amores especiales, dos escritores argentinos no muy conocidos aquí, en Grecia: Roberto Arlt (en griego solo está traducida su novela Los siete locos) y Macedonio Fernández (que no está traducido, y que en mi opinión es un autor que no viaja muy bien al extranjero y será muy difícil que se publique en Grecia, aunque me gustaría mucho traducirlo). En cuanto a los españoles, no voy a hablar de los clásicos clásicos, como Cervantes o Quevedo. Mi autor contemporáneo favorito es Javier Marías y tuve la buena fortuna de traducir dos libros suyos, Los dominios del lobo y Corazón tan blanco, y ahora estoy traduciendo el tercero, su última novela, Así empieza lo malo. También aprecio la obra de Vila-Matas y de Rafael Chirbes. Entre los latinoamericanos de hoy destacaría a Ricardo Piglia, Alan Pauls y Martín Kohan, a los que he traducido, y también a Sergio Chejfec, que me parece un gran escritor. Descubrí al chileno Alejandro Zambra cuando me encargaron la traducción de Bonsái, me enamoré del libro y leí sus novelas posteriores y me impresionó mucho.
En Argentina, también descubrí a Antonio di Benedetto, escritor muy atractivo, con una voz muy suya. Y al final, no podría dejar de mencionar a Roberto Bolaño, que me parece que cambió la literatura latinoamericana y, aún más, su recepción en el campo literario mundial.
En Grecia, la mayoría de los escritores del boom latinoamericano son muy conocidos y leídos y estimados, sobre todo García Márquez, Fuentes y Vargas Llosa. También la literatura negra tiene ahora un público muy amplio, y escritores como Paco Ignacio Taibo II, Leonardo Padura o Santiago Roncagliolo son bastante conocidos y leídos en mi país. Grecia no se queda al margen de la manía-Bolaño, y también se conoce bien y se ama a Luis Sepúlveda. Sin embargo, me parece que la literatura hispanohablante contemporánea es un terreno aún por descubrir para el público griego.

–¿Qué autor o autores te han dado más satisfacciones al traducirlos? ¿Cuál ha presentado mayores problemas y por qué?  
–Me parece que la satisfacción y los problemas van juntos. La satisfacción del traductor parece ser su capacidad de resolver problemas y superar dificultades. Entonces, La muerte de Artemio Cruz, una novela genial de Carlos Fuentes que tuve la oportunidad de traducir durante los primeros años de mi carrera, me dio muchísimos problemas y al mismo tiempo mucha satisfacción. Lo mismo diría de los dos libros de Rulfo (Pedro Páramo y El llano de llamas), aunque con la obra de Rulfo tengo la sensación de que el traductor siempre se queda insatisfecho, siempre lamenta no haber llegado a la altura del original. Rulfo es para mí un autor de una perfección que no tiene igual. Mis problemas vinieron, sobre todo, de los mexicanismos, del lenguaje local que usa, pero también porque tenía que inventar un mundo rural y primitivo que no me es muy familiar. Aún así, hay párrafos de mi traducción donde tengo la sensación de que estoy muy cerca de la perfección poética del original.
El pasado, de Pauls, y Ciencias morales, de Kohan, fueron dos traducciones que me resultaron difíciles y me dieron también mucho placer. La dificultad viene de que tengo casi que inventar un idioma, una sintaxis especial, porque el estilo de ambos no tiene equivalente en la literatura griega. Sobre todo con la novela de Kohan, aunque cuando leí el libro por primera vez no me di cuenta, cuando empecé a traducirlo tuve que trabajar con un lenguaje casi artificial, un lenguaje de la dictadura que provocaba un especie de repulsión, y dentro del cual respiraba toda la mentalidad de la época.

–¿Qué autor te habría gustado traducir de los ya traducidos al griego y qué otros escritores crees que merecerían ser traducidos?  
–Me gustaría mucho traducir a Cortázar, Rayuela, también sus cuentos. Y a Onetti, El astillero o La vida breve, que parece que todavía no han encontrado su público en griego; pero espero que haya la posibilidad de traducir sus cuentos, que me gustan muchísimo y todavía no están traducidos a mi idioma. Seguro que merecería traducir a Saer (hay poco suyo en griego), y se me ocurre ahora Cristina Rivera-Garza, una escritora mexicana contemporánea muy interesante. Durante años he intentado proponerla a alguna editorial; además, una alumna mía ha traducido ya una novela suya, Nadie me verá llorar, que es una maravilla. Pero hay muchos autores que merecerían ser traducidos, la literatura hispanohablante es una de las mejores a nivel mundial. El problema es que en general se importa a Grecia a través de otros países. Entonces, si un título no ha sido un éxito en Francia,  por ejemplo, o en Alemania, es difícil introducirlo directamente aquí. También con la crisis, todos van a elecciones seguras: escritores ya conocidos y exitosos.

–¿Con qué dificultades te encuentras al trasladar el español al griego? ¿Hay algún aspecto en particular que resulte especialmente difícil  a causa del idioma?
–En general, no hay dificultades especiales. Se trata de los problemas que encuentra en general un traductor. Pero como el español es el idioma de muchos países, el traductor tiene que informarse sobre muchísimas temas: la historia de cada país, expresiones idiomáticas, y también detalles culturales, un mundo mucho más amplio que el que tendría que saber alguien que traduce del francés por ejemplo. Pero también hay cosas en común entre los dos idiomas, se parecen bastante fonéticamente y tienen casi la misma libertad en la sintaxis, aspectos que ayudan al traductor a conservar el ritmo del original.

–Como traductora, si no me equivoco tuviste la suerte de conseguir muy pronto un reconocimiento de tu trabajo, con autores tanto clásicos del siglo XX como “clásicos inmediatos” de finales del XX, como El pasado de Pauls. ¿Cómo funcionan los canales de legitimación de la profesión del traductor en Grecia? En España, dos son los más importantes: los premios que otorga la profesión, que suelen recaer en unos pocos nombres y en títulos clásicos, y el éxito de ventas que lleva a descubrir la figura del traductor, como ha ocurrido recientemente con autores rusos y con la saga de J.K. Rowling.
–Bueno, la verdad es que la mayoría de mis traducciones son de obras del siglo XX, aún más de su segunda mitad, y de principios de XXI. Del francés traduzco sobre todo ensayos, teoría. En los últimos años diría que casi me he especializado en el sociólogo francés Pierre Bourdieu. Aquí, los canales de legitimación me parece que funcionan de una manera un poco distinta; por ejemplo, me parece que nadie se acuerda del nombre del traductor de J. K. Rowling (he tenido que buscarlo ahora mismo por internet).
Están mucho más consagrados los traductores que son además escritores, académicos, periodistas o críticos literarios. Eso quiere decir que tienen una visibilidad por otras razones. También se conoce mejor a alguien si trabaja sistemáticamente con un autor, y eso funciona también con las modas editoriales. Y, en fin, me parece que se consigue una fama después de muchos años de buen trabajo, aunque mucho más restringida y entre un público más culto.
Yo me encuentro muy a menudo con gente que me conoce por mis traducciones, algunas veces de libros que no han tenido un gran éxito pero que han gustado al público de lectores sistemáticos. Me pasa, por ejemplo, con los dos libros de Rulfo. Y, además, últimamente encuentro a muchos escritores jóvenes que me hacen elogios de estas dos traducciones, y dicen que para ellos fueron una fuente de inspiración.

–Conozco mal la cultura y la mentalidad griegas. Leyendo una novela del comisario Jaritos de Petros Markaris ambientada en la crisis, me pareció que, si reflejaba fielmente la mentalidad del país, los griegos parecían demasiado encerrados en sí mismos, poco modernos.

–Bueno, se  trata de una construcción literaria, y además de una construcción bastante estereotipada como suele pasar en la novela negra. No es que no haya gente así, pero también hay una generación joven, muy educada, muy cosmopolita y moderna (si esta palabra quiere decir algo, al fin y al cabo), que ha viajado mucho y también ha estudiado en el extranjero, pero se trata de una generación destrozada por la crisis. Pero, hablando de literatura griega contemporánea, creo que la crisis también ha inspirado y dado materia prima a mucha gente joven, hay cosas interesantes que se publican ahora, sobre todo en poesía. Los griegos son más poetas que novelistas tradicionalmente, y también les cae mejor la forma breve. Se han publicado muchas y muy buenas colecciones de cuentos. Me parece que no tiene sentido nombrar escritores completamente desconocidos para el público hispanohablante, pero recientemente se han publicado colecciones de cuentos y también de poetas griegos jóvenes en inglés o en francés, como Futures: Poetry of the Greek Crisis, con edición y traducción de Theodoros Chiotis, en la editorial Penned in the Margins. 

(continúa mañana)

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