El 21 de diciembre pasado, Lucero Mercedes
Cruz entrevistó a la traductora mexicana Selma Ancira para Diario Xalapa, de México. El resultado
de esa charla puede leerse aquí abajo.
Traducción literaria, un oficio fascinante
En la historia de
las grandes obras literarias, la traducción ha sido advertida como vital,
moderadora y amplificadora de los alcances de sus virtudes. Al derribar
fronteras idiomáticas y ser intermediarios en el traslado de términos
profundamente ligados al contexto cultural e individual de los autores a
espacios muchas veces lejanos, los traductores han asumido un oficio que —más
allá de ejercer un traslado de formas lingüísticas— vierte valores que
enriquecen el material del que parte su labor.
Desafortunadamente,
esta disciplina aún no cuenta con una extensa tradición dentro de la academia
mexicana, pues son pocos los traductores que han alcanzado reconocimiento
internacional. En esta trinchera, Selma Ancira, especializada en la traducción
de las literaturas rusa y griega, ha sido galardonada con múltiples preseas
dedicadas a su trabajo con autores como Pushkin, Dostoievski, Seferis, Ritsos y
Tsvietáieva, cuyos títulos ha acercado al público hispanohablante.
Como parte de su
visita a Xalapa, organizada por la Universidad Veracruzana para presentar el
libro Zorba el griego, del
autor griego Nikos Kazantzakis, proyecto editorial del que fue responsable de
la traducción al español, Selma Ancira compartió algunas reflexiones sobre su
compleja profesión.
–¿Es necesario estudiar alguna especialidad para
ser traductor?
–Creo que la
traducción se aprende traduciendo; ésa es mi experiencia. Yo nunca fui a una
escuela de traducción, estudié filología rusa y después filología griega. La
única escuela que he tenido para traducir es leer español mañana, tarde y
noche… pero buen español, del Siglo de Oro, el gran español del siglo XIX,
porque como el carpintero tiene el martillo y los clavos, los traductores
tenemos las palabras; el diccionario no es suficiente, necesitas tener a la
mano tus elementos de trabajo que son las palabras. Y leer, leer, leer.
–¿Es un oficio que se estudia a diario?
–Es un
oficio que no se aprende nunca, que estudias diario y tratas de perfeccionarlo.
Es un oficio fascinante, que te absorbe completamente; implica dedicarse y
abordarlo de todas las maneras posibles. Creo que hay pocas carreras que te dan
tanta satisfacción como la traducción literaria.
–¿Qué mensaje dirigiría a los universitarios que
aspiran a convertirse en traductores?
–Que se dedique a
la traducción aquella persona que no pueda evitar el deseo de ser traductor. La
traducción, como oficio, exige una entrega de tiempo completo; por eso,
solamente si reconoces que no puedes vivir sin traducir, vas a lograr hacer
algo que valga la pena. Debe habitar en ti una necesidad irrefrenable de
traducir. Esa motivación ha sido mi motor durante 35 años de carrera, cuando
leo un texto y siento que lo debo traducir pronto. Quien sienta eso, quien
tenga esa vocación, esa pasión, seguro que va a llegar a ser un gran traductor.
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