Pocas veces el refrán que iguala a los traductores con los traidores, tan útil para locutores y periodistas de pocas luces, estuvo tan cerca de la terrible realidad como en el texto que sigue y que, hasta que dé una explicación plausible, pone al influyente traductor búlgaro Liubomir Iliev en el centro del huracán.
Para contextualizar lo que se va a leer, conviene saber que Ilya Troyanov (Sofia, 1965) es un escritor búlgaro que, en 1971, huyó de su país con su familia y se instaló en Alemania. Una de sus obras más recientes es la novela Poder y resistencia, escrita en alemán y publicada en 2015. Por sus dichos, la novela en cuestión fue desvirtuada por razones que él supone políticas al ser traducida a su lengua natal. El traductor es uno de los más respetados traductores de Bulgaria y una figura realmente poderosa en el ámbito de la traducción en Alemania, ya que es uno de los miembros del comité del Europäischen Übersetzer-Kollegium de Straelen.
El artículo de Troyanov hasta la fecha no fue desmentido por Iliev. Lo que hubo fue un silencio atronador tanto en la prensa alemana como en el ámbito de los colegas de ese país. Hay quien supone que Troyanov le esta cobrando a través de Iliev algo a los servicios secretos de su país natal. Y hay quien supone que Iliev es efectivamente alguien vinculado a esos servicios secretos. Se trata, como podrá leerse, de una cuestión más que delicada a la espera de una condena o una rotunda desmentida.
El texto fue publicado el 27 de enero pasado, por el influyente Frankfurter Allgemeine Zeitung, que es uno de los diarios alemanes más serios. Se ofrece a continuación en traducción del cubano Orestes Sandoval López, quien tuvo la gentileza de enviarnos el texto.
El artículo de Troyanov hasta la fecha no fue desmentido por Iliev. Lo que hubo fue un silencio atronador tanto en la prensa alemana como en el ámbito de los colegas de ese país. Hay quien supone que Troyanov le esta cobrando a través de Iliev algo a los servicios secretos de su país natal. Y hay quien supone que Iliev es efectivamente alguien vinculado a esos servicios secretos. Se trata, como podrá leerse, de una cuestión más que delicada a la espera de una condena o una rotunda desmentida.
El texto fue publicado el 27 de enero pasado, por el influyente Frankfurter Allgemeine Zeitung, que es uno de los diarios alemanes más serios. Se ofrece a continuación en traducción del cubano Orestes Sandoval López, quien tuvo la gentileza de enviarnos el texto.
Traición, ¿cuál
es tu nombre?
Recientemente “traidor al pueblo” fue elegida
como la palabra tabú del año 2016. La vocera del jurado declaró que la expresión es
una “herencia de las dictaduras”. ¿Pero por qué no existe la expresión “traidor
al ser humano”? ¿A pesar de que denomina de manera incomparablemente más
precisa la perfidia interpersonal en la que se asienta el amplio sometimiento
de la población?
Desde hace unos veinte años sostengo
conversaciones en Bulgaria con hombres, ninguno de ellos joven, que estuvieron
sometidos a represiones durante la época de la dictadura comunista: vigilancia,
apresamiento, chantaje, coacción, tortura, trabajos forzados, aislamiento. Una
y otra vez hablábamos sobre la relación con aquellos que, después de 1989,
fueron desenmascarados como denunciantes y chivatos y, por ende, como traidores
a una amistad o a una causa común. Una y otra vez me contaban que ninguno de
aquellos que cargaban culpas consigo había buscado jamás la conversación
clarificadora, conciliadora o, a instancias del traicionado, había hecho una
confesión, y ni hablar de pedir una disculpa. Ninguno había intentado jamás
establecer un debate. Esto es válido para todo el antiguo bloque socialista,
salvo algunas pocas (conocidas) excepciones. También la literatura ha estado menos
dispuesta a este atrevimiento de lo que cabe suponer. Hasta ahora el
denunciante aparece más bien poco como figura a modo de ejemplo. Mi ocupación
de décadas con estas cuestiones desembocó finalmente en la novela Poder y resistencia, en la que toco no
solo el tema de la traición sino que lo entretejo en la estructura del texto
como trauma individual y herida social abierta.
La traducción búlgara de la novela apareció en
el verano de 2016. Aproximadamente al mismo tiempo apareció un libro de poemas
del filólogo Plamen Doinov con el título La
fiesta de los tiranos. Algunos de los poemas tienen títulos poco comunes:
“Agente ‘Yuri’ traduce a Robert Bly” o “Agente ‘Kantscho’ traduce a William
Faulkner”. Probablemente nunca habría oído hablar de esa publicación si en la
página 41 no hubiese aparecido un poema titulado “Agente ‘Georgi’ traduce Poder y resistencia”. Para cuando me
enteré, ya era invierno. Cuando me llamó un amigo para darme la noticia, estaba
yo en ese momento en el mercado navideño de la KulturBrauerei de Berlín,
bebiendo vino caliente con el editor Christoph Links, el cual, entre otros
títulos, había publicado el Diccionario
de la Seguridad del Estado. De pronto me sentí un personaje de mi propia
novela.
Liubomir Iliev |
El cuidado de Plamen Doinov tiene una razón muy
sencilla: miedo a las sanciones estatales. La develación pública de los nombres
encubiertos de los “colaboradores informales” es potestad única y exclusiva de
la Comisión de los Expedientes de la Seguridad del Estado, y esta lo ha hecho
hasta ahora solo en los casos de funcionarios públicos o profesores,
periodistas y algunas otras personas de relevancia pública. Una persona privada
que tenga acceso a su expediente personal (o a otros), está obligada a no revelar los nombres de terceras personas
(por lo regular tachados en negro) so pena de cárcel por varios años. Esto es
válido también para la investigación científica. Con sus poemas Plamen Doinov
solo encontró una refinada manera de cumplir con su deber ético sin por ello
incurrir en delito. En no pocos países excomunistas, entre ellos Bulgaria, la
protección de los sujetos del delito está por encima de los derechos e
intereses de las antiguas víctimas.
La página en cuestión del libro de poemas, que
me enviaron escaneada, revelaba una adenda inusual hasta ahora en la tradición
lírica, un trozo del expediente de la Seguridad del Estado, un fragmento apenas
comprensible, venido de las catacumbas del poder:
B) Agente “Georgi” –
II para
- constatar las
estrechas relaciones del objeto en círculos de autores y traductores, así como
el tipo de relaciones entre ellos, también los puntos de encuentro…
- analizar actitudes
artístico-intelectuales e informarnos al respecto…
Mientras leía una y otra vez el poema pensaba
en los encuentros con mi traductor durante un colegio de traductores en
Straelen, donde al final todos mis traductores leyeron en sus respectivos
idiomas el inicio del segundo capítulo: “Traición, ¿cuál es tu nombre”? Recordé
su conmovedor relato sobre su abuelo perseguido político, por lo cual la novela
le hablaba tanto al corazón. Recodé sus reflexiones acerca de cuán importante era
ese libro para romper con la amnesia en Bulgaria. Recordé las repetidas
muestras de solidaridad y respeto mutuos. Me negaba a creer el reproche. Le
escribí un email cuidadosamente
redactado, preguntándole sobre la veracidad de ese poema. Me respondió en
alemán que no lo conocía, que era una calumnia, cuya autoría, no obstante,
sospechaba; que tampoco él conocía que era el “agente Georgi”; que no conocía a
Plamen Doinov; que estaba pensando en si iniciaba o no pasos legales contra
este, pero que prefería hablar primero con un abogado. Me proponía archivar la
historia por el momento, que la verdad pronto saldría a la luz; que en algún
momento podríamos hablar entre nosotros sobre el tema, a pesar de que no tenía
ninguna razón para justificarse.
Las paredes de mis ilusiones se derrumbaron. En
el breve correo estaban ejemplarmente colocadas en fila todas las fases y
frases de la autojustificación. La negación, la aseveración de una calumnia, el
deseo de callarlo todo. La dialéctica del engaño – el manto del silencio se encargará de que la verdad
salga a la luz – me dejó perplejo. Una ulterior pregunta de mi parte quedó sin
respuesta. Todo lo demás fue silencio. A pesar de que percibí ese correo como
confesión de culpa, quedó un resto de tormentosa incertidumbre. Hasta que
Plamen Doinov, en una conversación en privado con el periodista Germinal
Civikov, un antiguo colaborador de la emisora Deutsche Welle, decidió salir al
descubierto. El poeta declaró que los documentos a que tuvo acceso demuestran
que el traductor Liubomir Iliev era un “denunciante de larga data,
especialmente acucioso y malévolo”.
Precisamente cuando creía que las cosas no
podían empeorar, recibí un correo de Germinal Civikov: “Ahora me explico
algunas de las raras incongruencias en la traducción del libro.” No solo mi
confianza había sido perjudicada, sino también la traducción. Hasta ese momento
yo había considerado los errores como chapucerías o descuidos. Pero ahora
gravitaba una espeluznante reserva sobre todo el texto. Un grave cambio ya me
era conocido. En el centro de la novela se halla un atentado con bomba a la
estatua de Stalin en Sofía. Los documentos demuestran cómo la Seguridad del
Estado trata de difuminar los hechos hasta que al final no queda claro si el
atentado ocurrió o no. Por eso el siguiente cambio de perspectiva es
tremendamente importante. Konstantin, el luchador de la resistencia, describe
desde su perspectiva: “Pero yo… me quedé esperando toda la noche para ver cómo
caía la cabeza de Stalin al suelo. Solo cuando la vi caer de cara en medio del
lodo, salí huyendo. Tenía que darme ese lujo. No solo para probar el efecto de
nuestro ataque, sino también para atestiguar la belleza del hecho.”
Todo este párrafo aparece en subjuntivo en la
traducción búlgara, como si Konstantin fantaseara, como si la Seguridad del
Estado, que sembraba dudas por doquier, quizás sí tuviera razón a fin de
cuentas. ¿Intención o descuido? ¿Se traduce en otro sitio la palabra
“cómplices” sin mala intención como “simpatizantes”? Sin acceso a los expedientes
de la Seguridad del Estado, sin una conversación abierta con el traductor no se
pueden aclarar las cosas. Con cada intrusión en el texto que me hacen llegar
(faltan párrafos enteros, por ejemplo uno importante sobre los campos de
trabajo en Lovetsch y Skravena), me estremeció la terrible sospecha de que la
hegemonía de la Seguridad del Estado se había volcado a posteriori sobre el
texto. ¿Era yo paranoide o realista al suponer que el antiguo denunciante
seguía cumpliendo tareas por encargo de sus antiguos señores? ¿Por qué había
asumido voluntariamente ese encargo de traducción? Me hallaba desterrado a ese
reino de suposiciones y sospechas que los testigos de época describen como
realidad infame del antiguo sistema.
Por teléfono me dijo un antiguo prisionero
político, uno de los modelos para el personaje de Konstantin, que había
comenzado a leer la traducción palabra por palabra como si bebiera sorbos de té
hirviendo, cada uno de los cuatro niveles textuales por separado, en busca de
expresiones literarias de la traición. Yo había sostenido intensas y
fructíferas conversaciones con él, pero solo ahora fui capaz de sentir
directamente la repugnancia con la que él tuvo que vivir día y noche desde su
juventud.
En el impresionante relato de Inga Wolfram “Traicionar
– Seis amigos, un chivato, mi país y un sueño” la autora sostiene una
conversación con el antiguo redactor jefe del periódico Junge Welt, Arnold Schölzel, que durante muchos años se dedicó a
denunciar a los otros miembros de un grupo de discusión crítica en la RDA,
grabando incluso sus conversaciones en secreto con una grabadora. A la
pregunta: “¿Nunca tuviste mala conciencia?” responde: “No”. “¿Te arrepentiste
alguna vez de tu trabajo para el Ministerio de Seguridad del Estado?”
Respuesta: “No, arrepentimiento, expiación, pecado, traición, todas esas son
categorías morales, todas son válidas para cada individuo en particular, pero
yo pensaba y sigo pensando que ahí también se podrían abrir contrapartidas…”
No sé qué contrapartidas pueda haber
abierto el traductor de Poder y resistencia. Él abusó de la confianza del
autor. Fingió proximidad biográfica. Ha cargado culpa sobre sí (una culpa que
está protegida por las leyes de su país) y nunca ha mostrado arrepentimiento. Hay
que insistir: ¡Tenemos que despreciar la traición!
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